El Papa con los voluntarios en Santiago de Chile

El Papa en Chile. «Ha pasado por mi casa»

Con grandes expectativas por la visita del pontífice, se apuntó con meses de antelación como voluntaria. Pero una enfermedad de su padre la obligó a quedarse cuidándolo...

Me había inscrito como voluntaria papal hacía meses y la espera de su venida se volvió una seguidilla de encuentros, imposible no mirarlos.

Personalmente, pensaba que iba a estar en alguno de los gestos previstos pero mi padre enfermó gravemente. Una neumonía nos obligó a dejar los demás compromisos para atenderle. Comprendí que el valor de ambas tareas era idéntico, así que no me puse triste. Junto a mi mamá conocimos a muchas personas esos días, entre ellos un médico muy eficiente en su función pero sin el cuidado de la persona que tanta falta hace en esos momentos. Por el contrario, Sarita, que cuida a mi papá de día, se quedó toda la noche cuidándolo para permitirnos descansar a mi madre y a mí. Conocimos también a Jaqueline, enfermera que vive en el mismo edificio y nos ayudó a colocarle una vía para suministrar el antibiótico (todo esto en día feriado es más complejo), o don Jaime, que nos traía el oxígeno, o Kenneth, el ultimo médico que volvió a estabilizar a mi papá y que terminó contando de su esposa mientras tomaba café...

El pueblo chileno recibe al Papa

Cada persona que nos visitó en esas horas tenía algo que decir o preguntar sobre el Papa y nos obligaba a dar razones de la fe que hemos recibido.

Pude colaborar con los voluntarios en las calles en dos oportunidades. En ambos casos quería que ese momento fuera para mí y disfruté tanto del clima de fiesta generado por los más vivaces, como por la sencilla compañía que suponían los peregrinos más próximos. Así hubo selfies, intercambio de videos, contactos telefónicos y, de nuevo, conversaciones sobre la vida...

Por último, al volver a trabajar se me acercó la gerente de la oficina, curiosa por conocer detalles de mi tarea como voluntaria, saber qué había experimentado. Ingrid, contable que había declarado no tener el más mínimo interés en esta visita, me mostró feliz unos videos que consiguió grabar tras escaparse unos momentos antes de la oficina: su pareja le había comentado que lo había visto en otro punto de la ciudad y eso la contagió de curiosidad.

Vi a muchas personas cambiar en esos días. Quienes mostraban desinterés ante este acontecimiento (no se hablaba de otra cosa) no duraban mucho en su actitud. Sus gestos, las frases que el Papa pronunció, nos obligaron a todos a querer volver a oírlo, volver a verlo... Éramos todos Zaqueo, asomados para mirarle.

Ornella, Santiago de Chile