El metro de Santiago de Chile

El Papa en Chile. Aprendiendo a trabajar para Francisco

Luis trabaja en el metro de Santiago. Después de hacer horas extras para trasladar a los peregrinos, buscó un sitio entre los árboles para verlo pasar: «Me ha mirado y me ha bendecido. Como Jesús con Zaqueo...»

He sido invitado, he sido elegido y llamado por mi nombre, el Misterio se ha encargado de preparar todo con una gran delicadeza y ternura. Hace un tiempo se me pidió representar a Comunión y Liberación ante los demás movimientos eclesiales en el arzobispado de Santiago, ha sido una forma de conocer los diferentes carismas que componen esta Iglesia universal. Una vez que se conoció de la visita del santo padre Francisco a Chile se generó una gran ansiedad y expectativa, en lo particular sentía una gran alegría, pero no sabía cómo podría ser un aporte de este gran evento.

Primero fue involucrarme en conseguir entradas para mis amigos del movimiento y poder participar como gesto comunitario en la misa que se realizaría en forma masiva en Santiago. Luego, a raíz de mi trabajo, tuve la oportunidad de asumir un protagonismo mayor, situación que nunca busqué ni imaginé. Trabajo en el tren subterráneo en el Metro de la ciudad de Santiago, a medida que se hacían los preparativos y se acercaba la fecha se nos pidió que los trenes operaran durante toda la noche para mover a todas las personas que querían participar de este gran evento para nuestra ciudad y para nuestra Iglesia. Mi trabajo siempre lo he realizado con una gran alegría y dedicación, pero esta vez tenía un sabor diferente, Dios necesitaba de mi ayuda no como espectador sino como protagonista, fue un bello trabajo, de una entrega, petición y oración constante, simplemente poner todo en las manos de Dios y de su Iglesia.

Nos encontramos con un grupo de amigos para ir al encuentro de este hombre, de este personaje conocido por todos pero ignorado por muchos... Viajamos durante la noche sin dormir para poder verlo, queríamos ver y oír sus palabras, ¿qué nos iba a decir a cada uno de nosotros? Cuando nos sorprendió la madrugada, el cansancio se apoderó de nuestro cuerpo, ¿valdría la pena tanto esfuerzo?, ¿acaso estaría mejor durmiendo en casa?, lo podría haber visto por la televisión o que me contaran mis amigos... Pero nos dimos cuenta de que teníamos muchos motivos para estar allí, empezando por un deseo inmenso que no sabemos explicar, algo que nos desborda y que hace a nuestro corazón latir con más intensidad y una excitación no habitual.

El Papa Francisco en la capital chilena

El Papa Francisco venía a Chile, iba a atravesar todo un océano para llegar hasta donde nosotros.... ¡qué provocador! ¿Cómo puede un hombre viajar tantos kilómetros solo para llevar una palabra de paz, de amor y misericordia? Ese hombre nos habló directamente a través de gestos sencillos y también nos ha educado contando parábolas que han agitado el corazón de muchos, ha venido a expulsar los demonios que estos días nos atormentan, a sanar nuestras heridas, a sacarnos de nuestro miedo, de nuestra enfermedad, ha hablado de perdón, de misericordia, de justicia, ha confundido a muchos que se escandalizaban, se ha encontrado con el rico y también con los pobres, con los encarcelados y marginados, y ha dicho claramente lo que tenía que decir sobre la dignidad del hombre. Su paso lento y su mirada dulce, la de un hombre mayor pero con el vigor y la energía necesarios para llegar hasta la capital más austral del mundo. Ha recorrido un país rodeado por el desierto, las montañas y el océano, con una muchedumbre inmensa en torno a él, algo que muchos han querido explicar sin lograr entender.

Cuando nos avisaron de que ya estaba cerca y que pasaría muy próximo adonde nos habíamos ubicado, toda la gente se alborotó en un momento de locura, de gritos, por verlo pasar, o por tratar de tocarle o decirle algo. Traté entonces de manera disimulada de ocupar una posición privilegiada y lo logré entre los árboles. Al aparecer vestido de blanco radiante, se acercó y pasó muy despacio delante de mí. El tiempo se detuvo, me miró a los ojos y me dio su bendición. En ese instante experimenté algo que don Giussani ha evocado tantas veces, ese momento con el que hemos sido educados. «Podemos imaginarnos cuando pasa debajo de aquel árbol en donde se halla, agazapado, Zaqueo. Se detiene y le mira: “Zaqueo –le llama por su nombre–, Zaqueo, date prisa en bajar, que voy a tu casa”. Entre nosotros no hay posibilidad de una ternura como esta; somos sucios, groseros, somos piedras con respecto a esta cosa llamada Zaqueo»...

Me ha mirado, nadie me ha mirado así, es la mirada de Jesús, una mirada que me reconoce y que me ama tal como soy, con mis límites y mi miseria. Hoy he experimentado la cercanía de Jesús en mi vida y he vuelto a vivir lo ocurrido hace 2000 años en Jericó. Al igual que Zaqueo he sido alcanzado por su misericordia, he vuelto a ser niño tratando de trepar a un árbol.

Es la sencillez del corazón –dice don Giussani–. Te doy gracias, Padre, porque has escondido estas cosas a los que se creen algo y se las has revelado a los sencillos. Quedo en silencio y con una serenidad muy grande ante lo acontecido, realmente experimento el lema de su visita, “Mi paz les doy”.

Luis, Santiago de Chile