La multitud recibe al Papa en Santiago de Chile

El Papa en Chile. «Ha puesto a Otro en el centro»

La llegada de Francisco a la capital, Santiago. El servicio como voluntaria en las calles y en la misa, acogiendo a miles de peregrinos. Bárbara estaba llena de preguntas, «pero él ha dicho que la respuesta me busca, y que nunca me deja sola»

El 15 de enero a las 19.30h aterrizó en tierra chilena el padre Jorge Bergoglio, Papa Francisco. Ese mismo día, en la hora de almuerzo, mis compañeros de trabajo me preguntaban qué era lo que esperaba de las horas siguientes. Y lo preguntaban porque sabían que sería voluntaria papal.

El significado del encuentro con Francisco comenzó para mí muchos meses antes, un día en que, mientras viajaba en tren desde Ancona a Rímini (donde fui voluntaria para el Meeting), me escribió uno de los responsables del movimiento en Chile para preguntarme si podía inscribirme con los voluntarios papales del movimiento. Sin pensar mucho, conteste el WhatsApp con un «sí». Hasta ese momento no estaba muy enterada de la visita del Papa a mi país, y menos que existía la posibilidad de ser voluntaria.

Entonces comenzó el camino, con reuniones mensuales donde la comisión organizadora de la visita papal nos planteaba temas para discutir luego con los demás voluntarios de cada uno de los movimientos y parroquias que participarían ese día. ¿Quién es Cristo? ¿Qué es la iglesia? ¿Quién es el Papa? Estas fueron las tres preguntas principales que guiaron los tres encuentros principales. Preguntas que además encontraban eco en la Escuela de comunidad, retomando el libro Por que la Iglesia.

El grupo de voluntarios de la comunidad de CL en Santiago

Y las preguntas se fueron haciendo aún más contingentes a medida que las semanas pasaban y la fecha de la visita se acercaba. Las primeras preguntas que surgían en mi ambiente de trabajo eran por qué el Papa tenía que venir a Chile, por qué se invierte tanto dinero en la visita de una persona que no representa el pensar de la mayoría. Y en este punto retomo una de las frases de Francisco dichas en una de las misas, en las que haciendo referencia lo sísmico que es nuestro país dijo: «es bueno que nos muevan el piso, nos hace estar atentos, es bueno no estar cómodos en nuestro sofá, en nuestro metro cuadrado».

Como ha dicho Julián Carrón en este último tiempo, es necesario reconquistar una y otra vez las razones de por qué nos movemos. Y entonces, aunque no podía responder a todas las preguntas planteadas, me venía a la cabeza decir: «soy voluntaria porque quiero ayudar a disponer todo para que el Misterio se haga presente, para que se revele estos días en mi país, en Chile». Y con este juicio en el corazón, los 22 voluntarios del movimiento rezamos un Ángelus en la Plaza de la Aviación el 15 de enero a las 18.00h, donde nos tocaba resguardar las barreras de la calle por donde pasaría el Papa luego de bajar del avión.

La misa en el Parque O’Higgins

Y así comenzó la primera parte del voluntariado de 20 horas, donde luego de estar en la calle dos horas y media esperando a Francisco, que pasó en 20 segundos, nos movimos rápidamente al Parque O’Higgins donde se nos había pedido encargarnos de recibir a los peregrinos que llegarían desde las dos de la mañana, además de administrar y ordenar el acceso a los baños químicos. Eran 16.000 peregrinos los que se esperaban en la zona A-5, donde seríamos voluntarios. A eso de las cinco de la mañana, se hacían filas de hora y media para ir al baño que ya se comenzaba a colapsar. Con respecto a esto Paola, una de las voluntarias del movimiento, llegó a decir que «metía la mano en el excusado para limpiarlo, porque deseaba que la belleza se expresara incluso en este punto». A las seis de la mañana comenzó a aclarar, y la fría noche empezó a quedar atrás. Se iluminó el gran altar, donde cuatro amigos del CLU comenzaban a ubicarse junto con 150 jóvenes para formar parte del coro papal. Quedaban solo cuatro horas para que Francisco llegara al parque y ahora las filas para el baño eran de dos horas. Se hacían notar los 160.000 peregrinos. A las nueve de la mañana, empezó la transmisión de la visita de Francisco a la Moneda, la casa de gobierno chilena. Al pedir perdón y expresar su dolor ante los casos de abusos sexuales cometidos por ministros de la Iglesia, dejó con la boca abierta a los asistentes. Para luego reafirmar la necesidad de salvaguardar la vida en cualquiera de sus etapas. Es evidente que Francisco no se va por las ramas ni tiene pelos en la lengua.

Cuando Francisco llegó al parque, ya habían pasado 14 horas desde que comenzamos a ser voluntarios. Luego en la misa, de rodillas frente a la comunión, lo primero que nacía del corazón frente al sucesor de Pedro era pedir la sencillez de entregar la vida, tal y como Pedro lo hizo, para construir y permitir que Él se manifieste. Al terminar la misa, nos quedamos recogiendo cada colilla de cigarro que fue dejada en el suelo. Terminado el trabajo y antes de llegar a la estación del metro, rezamos juntos un Gloria.



Al día siguiente, a las cuatro de la tarde nos encontramos nuevamente. Debíamos resguardar la calle por la que pasaría Francisco por última vez en el papamóvil por la ciudad de Santiago. Y mientras esperábamos las indicaciones por parte de la comisión organizadora, improvisadamente, usando un pequeño parlante inalámbrico y el 4G de un celular, escuchamos el mensaje de Bergoglio a los jóvenes en Maipú. Nuestros amigos del movimiento estaban allí, esperándole, mientras a nosotros se nos pedía estar bajo el sol para resguardar las barreras de la calle por donde pasaría después. Y entonces, mientras los transeúntes que pasaban se detenían a escuchar algunas frases, Francisco nos llamaba a ser protagonistas, a no quedarnos en el sofá. Y luego, «a buscar esa señal que ayuda a mantener vivo el corazón. Esos jóvenes que estaban con Juan el Bautista querían saber cómo cargar la batería del corazón». Y también: «Queremos vivir como Jesús, Él sí que hace vibrar el corazón. Hace vibrar el corazón y te pone en el camino del riesgo, arriesgarse, correr riesgos. Queridos amigos, sean valientes, salgan al encuentro de sus amigos, de aquellos que no conocen o que están en un momento de dificultad. Y vayan con la única promesa que tenemos: en medio del desierto, del camino, de la aventura, siempre habrá ‘conexión’, existirá un ‘cargador’. No estaremos solos». Es decir, existe un camino, existe la fuente que responde a mi sed o, en palabras menos poéticas, existe una respuesta a las preguntas de hoy, al deseo de mi corazón hoy. Y la respuesta me busca y no me deja sola.

Escuchando y volviendo a retomar estas palabras de Francisco, poco a poco voy entrando en la profundidad de ser voluntaria papal. ¡Vale la pena resguardar las calles para que se anuncie esto, que el hombre no está solo, y tú, joven, no estás loco por desear más alto! Es más, ¡ojalá nunca caigamos en la tentación de decir “no se puede hacer más”. ¡No estamos solos! «Si una actividad, si este encuentro no nos ayuda a estar más cerca de Jesús, perdimos el tiempo, perdimos una tarde, horas de preparación, que nos ayuden a estar más cerca de Jesús», decía Bergoglio.

Y siguen floreciendo estos tres días de Bergoglio en Chile. Días después de la visita papal, una de mis amigas más cercanas de la universidad, después de siete años de amistad en los que poco me atrevía a arriesgar, me preguntó por mi fe y me pidió con insistencia que le contara qué fue para mí ser voluntaria.

La venida de Francisco a Chile me ha obligado (y esto lo agradezco) a exponerme, a salir de mi metro cuadrado. Desde el día en que dejé al descubierto frente a mis compañeros de trabajo que soy católica. Vino a ser un remezón de tierra. Vino a confirmar y a refrescar el encuentro que tuve con el movimiento hace ya diez años. Vino a sacarme del centro y puso en el centro a Otro, con la clave para no perder la conexión, para «no perder ese fuego capaz de mantener viva la alegría: ¿Que haría Cristo en mi lugar?».

Bárbara, Santiago de Chile