Forlì. El pijama de Suso

Desde agosto juega en el equipo de fútbol. Pero después de los entrenamientos duerme en la calle. Hasta un día en que Alberto y su mujer deciden acoger en su casa al joven...

Hace un mes Simone, el entrenador del pequeño equipo de fútbol del que soy gerente, me dice: «Suso duerme en la calle». Me quedo pasmado. Suso es un joven africano que desde agosto juega con nosotros. Una cosa es ver a estos chicos en la tele, o en los periódicos. Otra es tener delante de ti a este chico negro que corre, suda, se desanima, bromea, se enfada… exactamente igual que sus compañeros. Y descubrir que después del entrenamiento va a acurrucarse debajo de los pórticos de la plaza. Esta vez, no reacciono como esperaría, diciendo «¡Tengo que hacer algo!», o «¿Pero será posible que existan situaciones como esta?». Pretensión o escándalo.

En cambio, me asombro de la clara percepción que tengo de que este hecho es para mí, una oportunidad que se me ofrece para cambiar mi corazón. Me descubro libre, primer gra resultado: no tengo que perseguir ningún proyecto ni ser distinto de como soy. Sigo esta circunstancia sin saber lo que va a pasar. Solo sé que es bueno para mí.

Por lo tanto puede, mejor dicho, tiene que ser compartida. No para repartir el peso o descargar el malestar en otros. Es una provocación valiosa y providencial. Simone es el primero que se apunta y juntos lo compartimos con los chicos del equipo, en las proporciones adecuadas, pero sin ahorrarles el drama.

Surgen las preguntas normales, las mismas de mi mujer, mis hijas, mis amigos con los que lo comento: «¿Pero no existen los centros de acogida? ¿El ayuntamiento qué hace? ¿Funciona Cáritas?»... Nos vemos arrastrados por un fenómeno que creíamos tener dominado por completo, enquistados en prejuicios elaborados desde el sofá. En cambio no sabíamos nada. Otro gran éxito: la razón se ensancha, cosas y personas empiezan a definirse claramente. La realidad, en su complejidad, poco a poco se hace comprensible.

La situación es complicada. Suso ha acabado viviendo en la calle por proyectos que caducan, comisiones que juzgan, despachos que supervisan, decretos que establecen... Pero no todo es negativo. No sería justo afirmarlo, no es verdad. Descubro un mundo de bien, hecho por muchos. Pero sobre todo es un bien para mí entrar, nadar en este mar, y es algo inesperado.

Mientras tanto, llega el frío. Cuando por la mañana me despierto, pienso: «Suso no tiene una cama caliente». Voy al baño: «Suso no tiene agua». Voy a la cocina: «Suso no tiene el desayuno». Sin embargo, no se trata de moralismo ni enfado. Es darme cuenta de todo lo que me es dado gratuitamente. Hasta que una mañana de aguanieve mi mujer me mira en los ojos: «¡No podemos dejarle así!».

Y como nuestra hija se casó hace cuatro meses y ha dejado la habitación libre... Aunque no es nada sencillo, estos chicos son totalmente diferentes. Por ejemplo, la primera noche le enseñamos el cuarto, el baño, le dimos un pijama… Todo esto explicado con gestos, porque Suso habla un inglés muy “africano” y es imposible entenderle. Y por la mañana nos lo encontramos debajo de la manta, vestido, todavía con el abrigo puesto.

También nosotros somos lo que somos, y por la noche cerramos con llave la puerta de nuestra habitación, por si acaso. Pero luego, si al entrar en casa no percibo que él está, le echo de menos. El caso es que me doy cuenta de que estoy cambiando.

Por mí mismo no haría nada, hay decenas de personas que se están implicando: ofreciendo dinero, acogiéndole en casa para darnos el relevo, ofreciéndole algunas prácticas, ayudándole a aprender italiano. Sin embargo, lo que me acompaña no es una solidaridad, por noble que sea, que lo es, sino la riada de corazones tocados por ese inicio del que sigue naciendo todo.

Alberto, Forlì