La Jornada de apertura de curso en Manila, Filipinas

Filipinas. La amistad, la cafetería y el «deseo de Él»

La Jornada de apertura de curso en este país del sudeste asiático, cruce de “amigos” de todo el mundo. Treinta personas acudieron a escuchar las palabras de Carrón y Davide Prosperi, en diferido

A todos nos impactaron algunas preguntas sencillas que el padre John nos hizo en la introducción. «¿Qué buscáis? ¿Por qué estáis aquí? ¿Cuál es vuestro deseo?». Por lo que recuerdo, mi deseo era encontrarme con mis amigos de CL (Antonietta de Malasia, Gabriel y Cheryl de Cebú, y otros), porque les había echado muchísimo de menos. Solo en ese momento caí en la verdadera respuesta para mi corazón hambriento y sediento. El deseo que me había empujado a venir a la Jornada de apertura de curso era Cristo.

En la pregunta de Davide Prosperi –«¿Sigue siendo la salvación algo interesante para mí?»– redescubrí la mía. Me preguntaba: «¿Cómo puedo alcanzar la salvación si continúo perseverarte en mi pecado?». Cada día es una lucha, y cada mañana me pongo a rezar: «Señor, no me dejes caer en la cólera hoy». Sin embargo, esto solo conlleva frustración. Durante la jornada de inicio, el padre John dijo que «la salvación es un camino que nos es dado; a veces implica frustraciones, pero hasta las frustraciones son un regalo». El único problema soy yo. Tengo que trabajar más para recibir la salvación y tengo que dejar que Dios lleve a cabo este trabajo por mí.

Me gusta retomar esta pregunta de Carrón: «Cuando no predomina la sorpresa por este acontecimiento, ¿qué sucede?». Desde hace siete años, y todavía hoy, hacemos Escuela de Comunidad con la madre Giovanna (misionera trapense en Filipinas). Puedo decir que en mí ocurre un cambio y me lo ha dicho también una amiga: «Parece que eres feliz incluso en una situación difícil. Y sé la razón: porque Cristo está en ti». Quiero compartir esta gracia con todos los que he encontrado. Dos veces al mes, mando las invitaciones a la Escuela de Comunidad. Las repito una, dos o tres veces. Uno de los destinatarios es una monja, sor Lalyn, que siempre se prepara leyendo antes el texto indicado. Otros que están muy contentos por poder hacer la Escuela de Comunidad son Ben y su mujer. Él es un abogado que ayuda gratuitamente a personas con problemas. Cuando no puede ir a la Escuela de Comunidad, me llama para preguntarme si se puede organizar el encuentro en un momento que no esté ocupado con otros compromisos. Rezamos juntos y cuando empieza el encuentro, siempre me sorprende mucho porque se ha preparado y comparte su experiencia con nosotros. Si Cristo no predominara en nosotros, me daría vergüenza mirar a estos amigos; estoy aquí solo para escucharles, porque yo no soy capaz de hablar bien, no encuentro las palabras y me gustaría desaparecer. Sin embargo, no ocurre así: estamos allí, uno enfrente del otro, rezamos, compartimos, porque tenemos el mismo deseo de pertenecerle solo a Él, por nuestra salvación.
Rega, General Santos (Filipinas)



A lo largo de las últimas semanas, mi corazón ha estado muy agitado, en espera, con el deseo de que llegase la Jornada de apertura de curso de CL. Como un niño incapaz de poner freno a su impaciencia y su felicidad delante de la tarta de cumpleaños que desea probar, así estaba mi corazón mientras alcanzaba al grupo de 25 personas reunidas en Manila por la Jornada de apertura de curso.

«¿Porque estás aquí? ¿Qué deseo habita en tu corazón?». Esto es lo que nos preguntó bruscamente el padre John al empezar el encuentro. «Por amistad», me respondí a mí misma. «Echo de menos a mis amigos, Rega, Cheryl, Larry, Gabriel, Prince. Y este evento es una gran oportunidad para volver a verles y pasar unas horas estupendas juntos».

«Recemos para pedir la pobreza», continuó el padre John. Escuché estas palabras mientras estaba disfrutando plenamente de la presencia de mis amigos que estaban allí. «¿Pobreza? Qué manera tan rara de introducirnos al Misterio. ¿Por qué? Somos tan ricos gracias a nuestra compañía...», pensaba en silencio. Esta oración era un misterio en sí.

La jornada continuó. Lección, trabajo por grupos, asamblea, la comida en una espléndida compañía, la santa misa de la fiesta del Cristo Rey… Todo me parecía «lleno de gracia, lleno de Él, ¡ante nuestra pobre mirada humana! ¡Si solo pudiera entrar en la mirada de Dios!», así pensaba.

Cuando la Jornada estaba a punto de terminar, decidimos salir a tomar algo juntos en una cafetería cercana, para seguir disfrutando de nuestra compañía. Era una noche muy calurosa, la calle estaba llena de gente. Mientras mis amigos estaban en la cafetería, tres niños de la calle, hermanos, sucios e infinitamente hermosos, se me acercaron para pedir limosna. En mi pobre tagalog –el idioma que se habla en Filipinas– empecé a charlar con ellos, de forma muy sencilla. Cuando les pregunté sus nombres, me contestaron: «Franky, France y Francil». «Great! Taga-France ako! Yo soy de Francia», les dije. La situación era bastante graciosa. Los nombres de los tres niños derivaban del nombre de mi patria. El mayor entonces pronunció estas palabras maravillosas: «¡Todos somos France, y por eso somos amigos!». He aquí los pobres de corazón.

Después de este encuentro, entré en la cafetería y me di cuenta de algo increíble. No estaba en una compañía de amigos que provenía de Filipinas, Nueva Zelanda, España, Francia, Vietnam, Malasia, Italia… Ni siquiera estaba con unos amigos cuyas vocaciones se diferenciaran demasiado: hermana, madre, padre, estudiante, cura, policía, médico… No. Estaba con Él. Somos amigos por Él. El cuerpo de Cristo. Y la pregunta del padre John resonaba dentro de mí: «¿Por qué estáis aquí?». Ahora lo sé. Porque mi corazón Le desea.

Alex, Manila (Filipinas)