Río de Janeiro

Brasil. La universidad y la elección de Catalina

La Facultad equivocada y la elección de una carrera distinta. Todo iba bien, hasta la pregunta: «¿Qué es lo más importante en la vida?». Una historia desde Río de Janeiro, que se leyó en la Jornada de apertura de curso en Brasil

En dos fechas concretas, fueron suficientes dos simples preguntas planteadas en la universidad (hasta entonces el centro de mi vida) para que me cuestionase todo lo que había vivido, las alegrías y las penas, toda mi religiosidad, mi actitud delante del prójimo, mis relaciones con la familia y los amigos... En una sola palabra, todo. Desde la Primera Comunión, siempre he ayudado en la iglesia. En 2014, empecé a estudiar en una facultad que no era exactamente la que deseaba, pero había acabado el instituto desde hacía ya dos años y no podía demorarme más. Me esforcé, exigiendo de mí misma cada día más. Seguía rezando y yendo a misa, pero muchas veces como si fuese más una obligación o un obstáculo para mis estudios. Dormía poco, comía mal y la vida académica siempre estaba primero. Muy a menudo estaba de mal humor, me sentía destrozada cuando no podía alcanzar un objetivo y cuando lo conseguía sentía un gran vacío.

El 28 de septiembre de 2016, el profesor de la asignatura más importante me preguntó qué hacía en esta facultad. Para mí, su pregunta iba más allá. Volví a casa poniendo en duda toda mi vida universitaria (incluso si era una buena estudiante). Cuatro profesores más empezaron a animarme para que cambiase de universidad. Y empecé a hacer planes para mi vida solo desde un punto de vista profesional. En ese momento seguí los consejos de mi madre: primero, pedir a Dios que me ayudase y, en segundo lugar, informarse sobre los trámites para trasladarme a una facultad mejor. Busqué en internet. En dos semanas, abrían las plazas para las pruebas de acceso al traslado de expediente. Tenía que presentar un informe, hacer un examen y una entrevista. Todo ocurrió muy rápido y como una “coincidencia”, como si cada cosa pasase en el momento justo.

En diciembre me informaron de que me habían admitido y que tenía que retroceder de dos años, es decir cuatro semestres, pero estaba decidida a cambiar: sería la mejor decisión para mi futuro profesional. Así, el 6 de marzo de 2017 empecé la carrera que tanto deseaba, en la universidad que siempre había querido, con un ambiente fantástico y donde se valoraba a los estudiantes más aplicados. Entré en la clase de mi primera asignatura, “Lo humano y el fenómeno religioso”, y el profesor me miró a los ojos y me preguntó: «¿Qué es lo más importante en tu vida?». Nada más.
Mis ojos se llenaron de lagrimas. ¿Dónde acabaré si sigo fijándome solo en el aspecto profesional, cuál es el significado de mi vida, qué es lo que verdaderamente estamos haciendo aquí?... En las clases de Paulo Romão me di cuenta de que Dios me estaban pidiendo que le volviera a poner en el centro de mi vida. Necesitaba aclarar mis objetivos.

Don Paulo me invitó a los Ejercicios Espirituales de los universitarios de São Paulo (y no esperaba que aceptara). Fui y me parecieron muy interesantes. Aprendí un método para unir mi vida personal y espiritual, mis amigos y mi religión, que hasta entonces estaban separados. Durante los Ejercicios, se me grabaron en la mente dos cantos: uno es Fé cega, faca amolada(Fe ciega, cuchillo puntiagudo), como si Dios quisiese moldearme siempre que yo le dejase hacer; y uno de Claudio Chieffo, E verrà, que habla de la alegría de comunicar, de hablar de la belleza y del amor de Dios. Gracias a las lecciones, empecé a asombrarme de lo creado y a entender que la arquitectura puede ser un instrumento para trasmitir la belleza de Dios, algo que había perdido y callado centrándome solo en mi trabajo mecánico y en la rutina del día a día.

De vuelta a Rio, formamos un grupo de universitarios. Al principio éramos cinco jóvenes y don Paulo. Me doy cada vez más cuenta de la importancia de estos encuentros: son una ayuda mutua, hablamos de nuestras experiencias, deseos y dudas. Además de los encuentros, las cenas en casa, con don Paulo y el padre Álvaro, nos implican a todos y fortalecen el grupo. Es increíble cómo incluso en número estamos aumentando. Durante la homilía de dos misas distintas, don Paulo habló de nosotros, y al final de la celebración una chica y un chico pidieron participar.

Otro día salí de la Facultad y un joven en el autobús empezó a hablarme, y acabé invitándole a la reunión, convencida de que no iba a venir: desde entonces, siempre participa. Otro chico ha invitado a una amiga que a su vez ha invitado a otra amigo. Sigo recibiendo mensajes de profesores que nos piden acoger a más personas en el grupo. Esto quiere decir que mucha gente está interesada en lo que se habla en el movimiento, quiere saber cómo llenar el vacío que cada uno de nosotros vive. Tenemos que estar preparados y disponibles, con una actitud abierta para no ser “jóvenes-colchones”, como dice el Papa Francisco, y no tener miedo a hablar de Cristo, como dijo Juan Pablo II, y ser alegres, disponibles, demostrar que Dios no es triste, como sugirió Benedicto XVI. Es necesario “ceder” para tranquilizar el corazón y el alma, que hoy en día viven de un modo frenético, con topo tipo de información, distracción, cosas que hacer. He entendido que el peso se hace cada vez más ligero cuando descubrimos el significado de nuestra vida. Hay algo que quiero decir a todo el mundo: no os limitéis al grupo que ya conocéis. A veces amigos, conocidos, incluso personas que no conocéis, podrían desear escuchar lo que tenéis que contar.

Catalina, Rio de Janeiro