El Papa Francisco en la plaza de San Domenico © L'Osservatore Romano

Francisco con los estudiantes y la tarea de la universidad

El encuentro del Papa con el mundo académico en Bolonia, en donde alumnos, profesores y personal administrativo se sientan, por una vez, “del mismo lado”. La invitación a abrirse a la “universitas”. Así lo cuenta un joven voluntario

El despertador suena muy temprano. Un desayuno rápido y a la calle, donde nos encontramos con los amigos del CLU. Hemos dado la disponibilidad como voluntarios de acogida durante la visita del Papa Francisco a la comunidad universitaria de Bolonia. Intercambiamos algunas bromas, entre el cansancio por el trabajo del día anterior y la agitación de quien espera mucho de la visita del Papa. O, mejor dicho, quien lo espera todo.

La ciudad está desierta mientras vamos caminando en dirección a la iglesia de Santa María de la Misericordia para rezar Laudes con los demás voluntarios. Eso también exige un sacrificio, empezar así no tiene nada de formal. Como hemos leído en los Ejercicios de la Fraternidad, la oración consiste en «pedir y recordar, recobrar una y otra vez la conciencia de lo que somos: una sola cosa con Cristo». En una Bolonia que todavía duerme, pedimos que nuestra conciencia esté despierta y nuestro corazón atento.

Nos situamos en la plaza de San Domenico, junto a la iglesia donde está la tumba del santo. Recibimos instrucciones para nuestra labor de acogida y nos colocamos cada uno en su sitio. Un amigo y yo nos ponemos en la entrada central, tenemos la tarea de indicar a los que van llegando cuál es su sector. Poco a poco empieza a llegar la gente, intercambiamos saludos ágiles y sonrisas con muchos, aunque no les conozcamos, como niños que esperan juntos una sorpresa.

El Papa con Davide Leardini, vicepresidente del consejo estudiantil

Después de comer, el cansancio empieza a hacerse notar, hasta que un rugido de aplausos lejanos revela que el Papa está llegando. Al principio permanecemos en nuestros puestos, pero luego, aprovechando que las puertas están cerradas, corremos hacia las barreras para saludar a Francisco a su paso con el papamóvil, con esa mirada conmovida y casi disgustada por no poder abrazarnos a todos uno a uno.

En la plaza, entre aplausos llenos de alegría, profesores, alumnos y técnicos administrativos se sientan al menos por un día del mismo lado, todos con los ojos atentos a aquel hombre vestido de blanco que saluda a todos mientras se acerca al estrado. El rector pronuncia su saludo, visiblemente agradecido por la compañía del Santo Padre, y recuerda a san Domenico, san Francisco y Dante antes de hablar de todos los proyectos que la universidad ha puesto en marcha para favorecer el diálogo y la hospitalidad entre culturas y naciones.

El discurso de Davide Leardini, vicepresidente del consejo estudiantil y amigo de muchos de nosotros, va cargado de emoción. Percibimos la mirada del pontífice sobre cada uno de nosotros mientras Davide habla de sus preocupaciones –que también son nuestras– por el futuro y de las grandes preguntas sobre la verdad, el valor de la investigación y, sobre todo, el deseo de descubrir «nuestro lugar en el mundo» y «encontrar más aliados en nuestro camino» respecto a la contribución que podemos ofrecer a la sociedad.

Un responsable del orden público con el que coincidí durante parte de la espera matutina, señalando a Davide cuando se levantó antes de empezar su discurso, me dijo bromeando: «¿Y ese quién es? ¿El más empollón?». Luego se puso a escucharle en silencio y al final comentó: «¡Qué gran chico!».

Al final, el momento del discurso del Papa, donde Francisco habla de derecho a la cultura, a la esperanza y a la paz. En sus palabras reconocemos una tarea clara, que abre de par en par las puertas de un mundo, el puramente académico, a la universitas, con su idea del todo y de la comunidad, con su carácter universal sin miedo a incluir. En las palabras y en la mirada de Francisco experimentamos lo que escribía Carrón con motivo de la visita del Papa a Milán: «También nosotros somos presa de nuestros tormentos. Pero justamente la conciencia de nuestra necesidad infinita puede hacernos estar atentos al más pequeño signo que anuncie una posible respuesta. También nosotros, al igual que el Innominado, podemos asombrarnos de que un hombre, un solo hombre, sea la clave de bóveda de la solución de nuestros tormentos».

Palabras que describen la experiencia de nuestros corazones, llenos de preguntas sobre el futuro, el presente, el trabajo, la universidad. Y que nos hace descubrir en el Papa Francisco, una vez más, a un maestro y un compañero de camino que desafía nuestra libertad para abrir los ojos y caminar juntos en el mundo y por el mundo.

Francesco, Bolonia