La favela Cidade de Deus en Río de Janeiro.

Después de Rio Encontros soy otra

Una jugadora de vóley-playa, que vive en una favela calificada como "zona de riesgo", participa por primera vez en Rio Encontros. Esta es su historia, que discurre entre una realidad difícil y una forma nueva y sorprendente de empezar a mirarla

En el trabajo y en mi vida diaria, siempre tengo la oportunidad de dialogar y escuchar la opinión de otras personas sobre todo lo que sucede. Y lo que escucho y veo es que la gente está perdiendo la fe, la esperanza, la solidaridad y el amor ante las adversidades de la vida. Ya no interesa el dolor del otro: nos estamos olvidando de que somos hermanos y que no podemos abandonarnos unos a otros.

He participado en la tercera edición de Rio Encontros. Sinceramente, no lo conocía de antes. Ha sido mi primera vez. Cuando me invitaron, al principio como espectadora y luego como voluntaria, confieso que no tenía grandes expectativas y no imaginaba la importancia y grandeza de este evento, que también se celebra en otros países. Pensé, de manera distraída: «Seguramente será un encuentro donde se habla de amor, unidad, igualdad... Todas cosas que, al final, la gente no muestra la mayoría de las veces ni mucho menos vive en su vida cotidiana».

En cambio el primer día, la apertura con una misa preciosa ya me hizo intuir que allí habría algo muy especial. A las pocas horas mi opinión ya había cambiado. En los ojos de los organizadores, de los voluntarios y participantes se podía ver la alegría, el amor, la implicación y el compromiso. Y lo que más despertó mi atención fue la unidad entre todos los que estaban allí.

Me llamo Elen, tengo treinta años y vivo en Río de Janeiro. Nací en una favela llamada Cidade de Deus, y allí sigo viviendo. Soy hija de padres separados y vivo con mi madre y mis hermanos. Mi familia es católica, estudié durante ocho años en un colegio franciscano y, gracias a la vida en el colegio y a la guía de mis padres, recibí formación y aprendí disciplina.

Siendo aún muy joven comencé mi vida deportiva y conocí las primeras responsabilidades. Ahí llegó el shock de la realidad. Conseguí una beca de estudio en una escuela importante, viajé por Brasil y por el mundo gracias al vóley-playa. Siempre vivía como en dos realidades distintas. Por aquel entonces, aun con dificultades, siempre mantuve la confianza y la esperanza de que podrían llegar días mejores. En esa época de mi vida no me interesaban tanto las opiniones ni la vida de los que me rodeaban. Solo pensaba en esforzarme para cambiar mi realidad.

Nunca sentí vergüenza por ser lo que era, ni por la favela en que vivía (considerada una zona de riesgo). Como dijo Rose Busingye, somos el reflejo del lugar en que vivimos, así podemos afrontar las dificultades y mejorar en la vida.

Hice la carrera y me gradué en Educación Física. Mis relaciones con los demás empezaron a crecer al mismo tiempo que aumentaba el número de vecinos jóvenes que se dedicaban al crimen así como las chicas que se quedaban embarazadas antes de cumplir los quince años en Cidade de Deus. Historias diferentes de la mía, pero que me pertenecían.

Todos los días convivo con personas que viven con miedo, sumidos en la inseguridad, y que no creen en la recuperación de los jóvenes de la favela que se han convertido en delincuentes. Eso hace que en mi cabeza bullan continuamente pensamientos muy diversos. Un día, al terminar el entrenamiento, los alumnos se pusieron a hablar de un robo que había cometido un chico de 16 años y que había acabado con la muerte del ladrón al llegar la policía. Una chica soltó llena de rabia: «Mira qué bien, uno menos. Mejor muerto que vivo». Para mí sorpresa, yo sentía que estaba de acuerdo. Todos los demás también lo estaban.

Al volver a casa, en la favela, oí a mi hermano que decía: «Mamá, el hijo de la vecina de la segunda calle ha cometido un robo y ha muerto». Mi madre, para mi sorpresa, respondió: «Dios mío, su madre ha rezado tanto para que abandonara el camino del crimen... ¡Cuánto ha sufrido viendo a su hijo tomar el camino equivocado!». En ese momento la realidad se impuso ante mis ojos. ¿Cómo podía estar de acuerdo con lo que había dicho mi alumna? Eso no era lo que yo pensaba realmente. Me estaba perdiendo.

Soy una chica de favela que ha tenido una posibilidad y la ha aprovechado. No puedo creer que la vida de un chico ya se haya perdido, que la única solución para él fuera la muerte. De hecho, en estos años ha habido muchos igual que él.

Pues bien, todo esto tiene mucho que ver con Rio Encontros. Todas las mesas redondas, las exposiciones, todo lo que vi esos tres días fue para mí una ocasión de volver a empezar. Volver a empezar con la vida, con la esperanza, con el amor al prójimo. Todas las historias, sobre todo los testimonios de Rose Busingye, Rosetta Brambilla, Roberto Donizetti, me hicieron ver que Dios nunca se olvida de nosotros y que nuestra vida le pertenece. ¿Quiénes somos nosotros para rendirnos? ¿Quiénes somos para juzgar al otro? Solos, sin Dios, no somos nada. Solo con unidad, fe, esperanza, solidaridad y amor podemos llegar a ser instrumentos del amor de Dios en nuestra familia, en el trabajo y en la vida de nuestro prójimo. Pero para que eso suceda debemos conocer la realidad del otro, ponernos en la situación de esa persona, dejar que el amor de Dios cambie nuestra vida y llevar ese amor a todos. A menudo la gente no tiene necesidad de ropa, comida, zapatos, pero sí necesitan amor, respeto, dignidad. No podemos renunciar a nada de esto... Tampoco a nuestra vida. Con Dios nos hacemos más fuertes.

Confieso que yo era una Elen antes de Rio Encontros, y ahora soy otra Elen. Estoy muy agradecido a Rio Encontros por el cambio que ha provocado y está provocando en mi vida. Esos tres días tocaron el fondo de mi corazón y ahora quiero estar cerca de estas personas que creen en el cambio, quiero aprender más con ellos y quiero ser yo también un instrumento del amor de Dios en la vida de la gente. Gracias, Rio Encontros, por haber despertado mi amor por la vida.

Elen, Río de Janeiro