El Papa y el obispo luterano Younan.

El milagro de la unidad, delante de nuestros ojos

El Papa en Suecia para conmemorar la Reforma protestante junto con los luteranos: un milagro de unidad.

Cuando nos enteramos de que el Papa venía a Suecia no nos dimos cuenta del alcance que tenía lo que iba a suceder. El Santo Padre venía a conmemorar la Reforma protestante: a primera vista era algo inconcebible. «Por primera vez en la historia, católicos y luteranos conmemorarán juntos el aniversario de la Reforma a nivel global. (…) Mediante el Bautismo, luteranos y católicos son llamados a ser un solo cuerpo»: cuando leí estas palabras en las primeras páginas del librito que nos entregaron en el estadio Arena de Malmö, me conmoví. Estábamos siendo espectadores, más aún, protagonistas, de un milagro de unidad que estaba sucediendo delante de nuestros ojos.

Nosotros, «cristianos de la periferia»
–como nos llamó el obispo de Estocolmo, Anders Arborelius– habíamos sido preferidos. Hay momentos en que parece que estamos fuera del mundo y nos preguntamos si no nos estamos perdiendo algo. En cambio ahora nos encontrábamos delante de un hombre que había venido aquí por nosotros, y con su presencia nos invitaba a ser «protagonistas de la revolución de la ternura». Nosotros, objeto de la preferencia del Papa, y de Jesús, que nos quiere aquí.

Nos llamó mucho la atención cómo la gente esperó y acogió al Santo Padre, hasta en los pequeños detalles. Los coros de las parroquias luteranas durante mucho tiempo estuvieron ensayando para este momento, el jefe de la policía contó que había ido a Roma para aprender cómo proteger al Papa de su irrefrenable deseo de salir al encuentro de la gente y abrazarla, los periódicos y las radios estaban llenos del Påve Franciskus. Durante la celebración ecuménica, le trataron como a un invitado de honor y un amigo querido.

Una amiga nuestra, que no pudo estar presente porque estaba en el hospital, nos contó que todos los pacientes estaban pendientes de la televisión, que retransmitió el evento íntegro; y no se hablaba de la Reforma, sino del Papa. Las polémicas se acabaron ante la belleza de todo lo que estaba pasando.

Junto al Santo Padre, estaba el obispo luterano Munib Younan. Ambos subrayaron la necesidad de un diálogo auténtico, a partir de lo que nos une, empezando por el Bautismo. Se leyó el Evangelio de la vid y los sarmientos, recordándonos que «como él está unido al Padre, así nosotros debemos estar unidos a él, si queremos dar fruto».

Fue una gran provocación para nosotros. Lo que puede unir dos confesiones que se han declarado la guerra durante dos siglos solo puede ser la pertenencia a Cristo. Y esto es algo tan fascinante como concreto. Para caminar junto a los hermanos luteranos, para que sea posible la unidad, necesitamos ir hasta el fondo de nuestra relación personal con Cristo. Solo estando apegados a Él podremos dar fruto. Y eso es algo que hay que conquistar día a día.

Este acontecimiento histórico nació del deseo de reencontrarse con compañeros de camino, a pesar de las diferencias teológicas, dogmáticas o formales, que se han sufrido como dolorosas heridas (por ejemplo, por la falta de unidad en la mesa eucarística). Todos insistieron en la necesidad de mirar lo que nos une, que es más que lo que nos divide, «aunque las diferencias sean más fácilmente visibles y experimentables», como señala el primero de los cinco propósitos presentados en la celebración de Lund. En la relación con una persona a la que quieres, deseas partir de lo que os une, porque esa relación te importa. Si nos quedamos en las diferencias, dan ganas de huir, porque son un fastidio. Pero cuando partimos de lo que nos une, nace una amistad.

El Papa y el obispo Younan pidieron perdón mutuamente por los errores cometidos. Y después de firmar la declaración conjunta, se dieron un abrazo. Al comentar el Evangelio de las bienaventuranzas, el Papa dijo: «Los santos logran cambios gracias a la mansedumbre del corazón. Con ella comprendemos la grandeza de Dios y lo adoramos con sinceridad; y además es la actitud del que no tiene nada que perder, porque su única riqueza es Dios». El Papa, lleno de esta riqueza, no tuvo que censurar nada de sí mismo, ni de la doctrina católica, para dar y recibir ese abrazo.

El obispo luterano dijo que durante siglos nos hemos tirado piedras unos a otros. Ahora podemos decidir si nos las seguimos lanzando o si preferimos usarlas para construir la casa común.

Aparte del valor del Bautismo, nos reclamaron a una colaboración también de cara a la pobreza, a las necesidades más concretas, con la firma conjunta de Cáritas y su homólogo luterano (el LWF World Service) de una declaración de intenciones.
Pero sobre todo volvió a salir a la luz el papel central del «ecumenismo de la sangre», que puso ante nuestros ojos el testimonio de monseñor Antoine Audo, obispo de Alepo. Mientras nosotros, católicos y luteranos, estábamos en el estadio Arena de Malmö para seguir este acontecimiento, en Damasco, cristianos de todas las confesiones se habían reunido para rezar por nosotros. Dan ganas de preguntarse si este gran paso de acercamiento no será fruto del sacrificio de los nuevos mártires.

Nos hemos dado cuenta de cómo, teniendo ante nuestros ojos la mirada del Papa, la celebración, el abrazo, ya está cambiando la manera en que miramos a nuestros compañeros y amigos, el trabajo, la vida cotidiana. Siguiendo al Papa aprendemos a conocer la mirada de Jesús, que iba al encuentro de todos, lleno de misericordia. Siempre está viva la alternativa que nos recuerda Julián Carrón: podemos seguir lanzando piedras o construir casas.

Aparentemente no somos capaces de una cosa así, de desear un bien tan verdadero, pero hay algo grande que hemos visto que es posible, que hemos visto suceder. Y también lo queremos nosotros.

Sara, Matteo, Simona, Bessy, Mattia, Chiara, Anna, de la comunidad de CL en Estocolmo