«Doctor, usted irá al paraíso»

Frente a la bendición de una mujer musulmana, Vittorio empieza a reconocer esa fuente de vida que arranca las cosas de la nada y que le hace conmoverse delante de sus pequeños pacientes.

Estoy siguiendo el segundo embarazo de una mujer musulmana en el ambulatorio del distrito sanitario de Pesaro. En julio, esta mujer vino a verme acompañada de otra, también embarazada, que no hablaba italiano. En un momento de la conversación me dijo: «Doctor, usted irá al paraíso». Yo me quedé un poco turbado y confuso, pero quería entender mejor y le pregunté por qué me decía eso. «Por cómo cuida de nuestros hijos». Le dije que yo era cristiano, católico, y que me limito a ver lo que Dios hace, que Él da la vida a estos niños y yo no hago más que ayudar con mi trabajo a que nazcan bien.

Aun así, me quedé inquieto, esa "bendición" recibida de una mujer musulmana (a mí, ginecólogo varón, con todas las reservas que han mostrado hacia mí otras mujeres como ellas y sus maridos) me pareció inmediatamente que era un hecho que debía juzgar con seriedad. Es verdad que estas mujeres ven un cuidado especial por mi parte hacia sus embarazos, lo que se debe también a mi trabajo desde hace años con los responsables del distrito para articular un protocolo que se corresponda con las necesidades de las mujeres encintas. Por tanto, es verdad que se sienten "seguidas", cuidadas. Pero esta respuesta no basta, pues un simple trabajo bien organizado no podría hacer que esa mujer me dijera lo que me dijo. Empecé entonces a preguntarme qué transparenta en mí, qué sucede en mí, distinto de mis capacidades, porque yo por naturaleza no soy así.

Días después vi a otra familia donde el marido se mostró muy áspero, percibí una gran sensación de distancia (yo pensaba: ¿qué tendrá en su cabeza?, ¿qué pensará de mí, de nosotros?), y me sorprendí literalmente conmovido, sentí vibrar todo mi ser delante de aquel pequeño hijo suyo. Esta conmoción que me invadió es lo que comunico, sin ni siquiera quererlo; esta es la diferencia que ven. Pero, ¿es una disposición sentimental, emotiva? ¿De qué naturaleza es esta conmoción? Estoy aprendiendo a reconocer esa fuente de vida de la que nace mi propio yo, mi propio ser, esa fuente de vida que arranca las cosas de la nada: «Con amor eterno te amé, tuve piedad de tu nada». En estos niños veo a Aquel que me hace: «Tú eres el abrazo de todo lo viviente, de todo lo que existe. Tú eres el abrazo a mí». Viviendo esta misericordia suya hacia mí comunico al otro, aun sin querer, una sobreabundancia de piedad.

Me sorprendo inmerso en las palabras del Papa y Carrón, «en la confusión o en la claridad (no importa cómo)», decía Giussani, se produce un cambio; no es fruto de mi voluntad, no es un programa, sino un reflejo de la misericordia que recibo.

Esto no significa que yo logre por fin ser bueno, que ya no me equivoque o no haga daño a los demás ni a mí mismo; esto me indica el camino que puedo retomar cada vez que caigo o me pierdo: «sumergidos en su presencia (...) Basta con volver a mirarle, basta con volver a pensar en Él, y somos perdonados» (cartel de Pascua).

Vittorio, Pesaro