Al calor de la amistad

Una comida al estilo africano que convierte los cordiales apretones de manos del inicio en abrazos de despedidas.

El pretexto era compartir un arroz. Hacía tiempo que deseábamos hacer algo juntos y la ocasión se presentó propicia para cumplir este deseo. De modo que, tras resolver todas las cuestiones preparatorias del programa de sostenimiento alimentario que desarrollamos todos los sábados del año en la Casa de San Antonio, nos pusimos en marcha.

Nuestros amigos de Misión Emanuel nos estaban esperando. Tanto era así que ante nuestro ligero retraso, comenzó la danza de los móviles impacientes. Un simple “Estamos en camino, enseguida llegamos” tranquiliza a nuestros anfitriones, que se afanan en tenerlo todo a punto para nuestra llegada.

Loli y Daniel son el alma de Misión Emanuel, al tiempo que un auténtico espectáculo de entrega sincera. En ellos, la caridad no es algo que uno pone en marcha cuando no tiene otra cosa que hacer, o determinado día, a determinada hora, para concretar no sé qué cosa. En ellos es algo transversal a sus vidas, algo que transpiran las veinticuatro horas del día. No son capaces de concebirse sin esa estrecha relación que disfrutan con sus hermanos africanos, relación que abarca también a sus cuatro hijos, que no pararon de juguetear, incansables, entre las mesas. En ellos, África es una pasión que contagian a todos los que se encuentran en la vida.

Nuestros amigos han preparado una barbacoa que Dani atiende con la ayuda atenta de Herbé y Romeo, dos jóvenes cameruneses. Intercambiamos saludos y se inician unas conversaciones en pequeños grupos destinadas a saber quién es quién, mientras se dan los últimos toques al son de canciones africanas que inundan todo el ambiente de un peculiar sabor que te anima a comenzar a mover los pies.
La barbacoa comienza a degustarse, al tiempo que hace su entrada triunfal un arroz con verdura y pescado que ha preparado Manuel, un enorme ghanés que se mueve entre nosotros con timidez mientras nos enseña a prepararnos los platos al estilo de su país. Primero un lecho de arroz blanco y después, sobre él, unas cucharadas del arroz con pescado, para tomarlo todo junto.

En atención a los invitados, Manuel ha sido discreto con el picante, compañero inseparable en la cocina de su país, pero Víctor sale al quite con un plato que ofrece lo necesario para sazonar el arroz al gusto de África.
El diálogo en pequeños grupos está salpicado de continuos posados para fotografiarse juntos. Todo el mundo quiere llevarse un recuerdo de este inesperado encuentro. Inesperado porque, aunque todo el mundo sabía dónde iba o quién venía, nadie se imaginaba lo que iba a suceder.

Tras el postre, todos nos reunimos en una sala donde veremos un vídeo sobre nuestra casa de acogida para hombres sin hogar, como preámbulo a una especie de asamblea en la que, uno por uno, nos vamos presentando para que todo el mundo se conozca. En este punto se ha unido Carlos, un oftalmólogo que ha llegado a la casa con su familia, unos minutos antes de comenzar la reunión. Se trata de otro matrimonio “contaminado” por Loli y Daniel, de esa pasión por África.

Todas son historias duras. Los chicos de Misión Emanuel han atravesado el Sáhara para llegar a las vallas de Ceuta o Melilla, que han terminado saltando para llegar hasta nosotros. Han sido viajes terribles, de varios meses de duración, en los que han sido continuamente robados, golpeados, vejados, e incluso abandonados en algún punto del desierto. Herbé nos contaba que tuvieron que beberse el agua del radiador de un coche para poder sobrevivir. Los hombres de la Casa de San Antonio cuentan situaciones no menos duras, de abandono y desesperación, en las que han llegado a perderlo todo.
Sin embargo, el denominador común de la sesión es la alegría y la esperanza. Antonio, uno de los voluntarios participantes, definía el momento como un encuentro luminoso y cálido. Un verdadero acontecimiento marcado por el calor de una amistad que brota de forma inesperada, e iluminado por la certeza de haber encontrado un bien en el otro.

Los cordiales apretones de manos del inicio se transformarán en abrazos a la despedida. Todos estamos agradecidos por lo que el Señor ha suscitado entre nosotros y no dejamos de manifestar el deseo de repetir el encuentro. Todos nos despedimos con la certeza de que ¡lo mejor está aún por venir!
En cuanto te descuides, Dios te sorprende haciendo que la belleza surja donde aparentemente hay poco, o casi nada.

Ángel Misut