Un pueblo, una amistad y... ¡¡muchos calçots!!

Un gesto de esta magnitud, que reúne a gente de todas las edades y condiciones, se organiza con el propósito de ser una ayuda para vivir el día a día. Don Giussani se inventaba cualquier cosa para contar lo que le sucedía. De eso trata la Calçotada.

Hace unos días se celebró en Barcelona una calçotada como ocasión para que las personas ajenas a Comunión y Liberación pudieran compartir una pizca de la vida del movimiento. Se trata de un gesto comunitario, completamente familiar, donde personas de todas las edades se reúnen para comer los tradicionales calçots.

Para completar la iniciativa, se organiza una serie de juegos donde padres, jóvenes y niños se sumergen en una espiral de competitividad y de diversión y se unen para darlo todo y erigirse como los vencedores de la Calçotada de cada año. Para los noveles en calçotadas esto supuso una grata sorpresa. Dani, por ejemplo, alucinaba al encontrar gente de todas las edades compartiendo los juegos: «No había diferencias familiares ni jerarquías. Tuve una sensación de fraternidad durante todo el evento».

Silvia destaca que la Calçotada, que se celebra una vez al año, es una ocasión para invitar a los amigos ajenos al movimiento a vivir la experiencia de un pueblo, «la experiencia de Cristo», dice. Fernando invitó a unos amigos ajenos incluso a la religión católica. Según cuenta, estos acabaron encantadísimos y muy sorprendidos con todo lo que vieron allí. «Qué forma de estar juntos, qué forma de vivir», comentaban. «Para nosotros», cuenta Fer, «solo era estar juntos, disfrutando de la sencillez de las cosas, pero ellos se fueron con preguntas, conmovidos».

El gesto fue posible gracias a la implicación de todos. Hubo quien dedicó horas a hacer la salsa de los calçots para 300 personas, los hubo que se pasaron todo el día cocinando, acalorados por el fuego, para que el resto disfrutara de una sabrosa comida. También hubo quien se dedicó a los cantos, a los juegos, a la reserva del lugar, a la gestión de esas casi 300 personas, etc. Alberto se implicó en la organización de los juegos: «No me estaba perdiendo nada porque mis amigos me contaban lo que les sucedía a ellos. Me recordaron de qué formo parte. Ahora vivo más abierto y más consciente de lo que yo tengo en mi historia. Me hace más libre delante de los demás».

Por suerte las cosas no dependen de lo que uno haga, sino de estar atentos a lo que sucede frente a nosotros. «Lo bonito de este gesto es que cada uno viene con lo que es y encuentras algo más profundo. Ves cómo la gente te agradece, cómo la gente lo disfruta y nadie pide nada a cambio, no hay mercantilismo. La Calçotada es un día físicamente agotador, pero lo que sucede allí nos corresponde, por eso nos hace descansar», dice Paco convencido.

Había muchos voluntarios con el deseo de colaborar, de que la iniciativa saliera adelante y entre esa marabunta de gente no se descubrían rostros enfadados, ni aquejados por el cansancio o por estar ayudando en vez de estar en el meollo de la diversión. Se distinguían sonrisas, gente feliz, personas que estaban bien incluso en eso, en la ayuda, en el servicio a los demás. «Me siento muy libre, porque el gesto en conjunto arropa a la gente. Parece imposible que uno se sienta desplazado o que no se sienta abrazado», asegura Silvia.

Pero no ocurrió algo extraordinario para todos, algunos reconocen que para ellos fue un día más en la vida del movimiento. Albert asegura, sin embargo, que a pesar de no reconocer nada extraordinario sí pudo ser testigo de cómo este gesto cambiaba a la gente que le rodea y ese testimonio le ha hecho querer vivirlo él también: «Me ayudó a retomar el camino, a desear que el Señor se haga presente».

Un gesto de esta magnitud, que reúne a gente de todas las edades y condiciones, se organiza con el propósito de ser una ayuda para vivir el día a día. Don Giussani se inventaba cualquier cosa para contar lo que le sucedía. De eso trata la Calçotada. Es un momento para pararse y pensar en qué medida crece nuestra conciencia de la pertenencia a la comunidad cristiana, a la Iglesia. Andrea está convencido de ello: «El Señor se sirve de nosotros, utiliza nuestra vida para que todo el mundo sepa que estamos llamados al mismo destino, y esto sucedió en la Calçotada. Debemos ser conscientes que estos gestos tienen una incidencia social, un alcance».

María Ros