El cartel en la iglesia de los carmelitas de Dublín.

Los «ojos de Cristo» a la vista de todos

Encontrar a un hombre que hace carne ese «abrazo que te salva, que te perdona, te inunda de un amor infinito»

Todas las mañanas voy a misa en una iglesia del centro de Dublín, de camino al trabajo. Está en una de las calles principales de la ciudad, y por allí pasa muchísima gente, aunque solo sea para una breve oración. Es una iglesia de hermanos carmelitas y desde el primer momento llama la atención, aparte de su belleza y el cuidado con que la mantienen, el hecho de que todo el día haya sacerdotes confesando, algo que aquí no es nada obvio.

En la confesión y en la misa "conocí" al padre Christopher. Me fascinó su profunda fe, que expresa con muy pocas palabras pero que deja transparentar una relación muy viva con Cristo. El miércoles de la Semana Santa fui a presentarme, le dije que pertenecía a Comunión y Liberación y le regalé el Cartel de Pascua. Él conocía el movimiento, sobre todo porque el Viernes Santo organizamos el Via Crucis con el obispo. A la mañana siguiente, al ser Jueves Santo, no había misa, pero pasé igualmente para rezar las laudes, y me quedé sin palabras: había puesto el cartel encima de un gran atril, de manera que se viera en alto, justo delante de los bancos destinados a la confesión. Así, todos los que se pusieran en la fila para confesarse podían leerlo y tener ante sus ojos a Jesús, con la adúltera y las palabras del Papa y don Gius.

El padre Christopher hizo carne ese «abrazo que te salva, que te perdona, te inunda de un amor infinito», ofreciendo a todas las personas que se acercan a Jesús esas palabras y esa imagen. Sus ojos cuando me dio las gracias y aquel cartel en medio de la iglesia (allí sigue) me están acompañando en este tiempo de Pascua, porque son los ojos de Jesús ahora y para mí. Solo un hombre aferrado por el amor de Cristo puede ver en su experiencia ese "abrazo de misericordia" del que habla el Papa y reconocer el valioso instrumento que es el cartel. Es Cristo presente ahora quien conmueve al padre Christopher, y mediante él también a mí, colmándome así de una gratitud infinita por haberme tomado y retomarme a cada instante.

Silvia, Dublín