Un camino que llega hasta la gratitud por esta esterilidad tan fecunda

El testimonio de unos padres que se sienten preferido incluso dentro a la experiencia de esterilidad porque han encontrado a gente que les miraba sin pedirle de dejar fuera nada, ni siquiera la fatiga o el dolor.

A pesar de cierta resistencia inicial, después de confrontarlo con una amiga aquí presente, he decidido intervenir, ante todo por la infinita gratitud que llevo en el corazón. De verdad, no puedo dejar de agradecer el encuentro que he tenido este año con Familias para la Acogida. Lo que se traduce en el encuentro con rostros concretos, con algunos de vosotros. Y en una sobreabundancia de dones y gracias recibidas.

Me presento brevemente. O, mejor dicho, nos presento, a mí y a mi marido, Gabriel. Nos casamos en 2010 y entonces el buen Dios decidió darnos la compañía de nuestros dos primeros hijos durante un pequeñísimo trecho de camino, pues pronto los prefirió y llamó con Él. Después de varias pruebas médicas complejas y cada día con un mayor deseo de convertirnos en padre y madre, los médicos nos dijeron que no podríamos tener más hijos. Obviamente, el golpe fue muy fuerte, también y sobre todo por las pruebas que habíamos tenido que pasar en los años previos a aquel diagnóstico. ¿Dónde entraba entonces aquel deseo de maternidad y paternidad de nuestro corazón, que no nos habíamos dado nosotros y que no dejaba de crecer? Sí, crecía. Porque lo paradójico es que después del diagnóstico, que fue como cortarnos las piernas, ese deseo se hizo más fuerte. Con cierta dosis de rabia y tristeza, yo sentía vibrar la misma pregunta, cada vez más urgente: este deseo no lo he puesto yo en mi corazón, así que Tú de alguna manera tienes que cumplirlo. Pero –porque yo soy la mujer de los peros– si había algo que me ponía nerviosa era cuando algunos amigos me hablaban de “modos distintos de ser madres y padres”, oír esto me hacía enfurecer.

Hasta que Lucas nos invitó a la peregrinación de inicio de curso de Familias para la Acogida. Fue un gran impacto: no era gente triste, que había tenido que conformarse con un recambio (perdonad los términos, pero eso era lo que pensaba al principio), sino ¡gente feliz, plena! Era algo verdaderamente deseable. Así que empezamos a buscaros, queríamos entender por qué eráis así, y miraros. Estar con vosotros. Empezamos a ver a algunos un poco más a menudo. Una amistad que consistía en compartir desde las pequeñeces hasta el inmenso dolor de corazón.

Así llegó la propuesta de empezar un mini-curso de adopción. Y así llegó el primer gran regalo. Una noche, a mitad del curso, volviendo a casa con mi marido en el coche, le dije: «Esta noche por primera vez he deseado dar gracias al buen Dios por nuestra esterilidad». Realmente, entendí que ahí dentro, precisamente en aquello que a nosotros nos parecía el mayor impedimento, había una promesa de fecundidad y plenitud infinitas. Cuando más miraba a las parejas que nos acompañaban en el curso, más me decía: yo quiero ser así. ¡Me sentía preferida! Porque no tenía que dejar nada fuera, nada. Ni siquiera la fatiga o el dolor. Y no solo eso, sino que tenía delante de mis ojos el testimonio de que era posible: estaba delante de gente cuya vida estaba cumplida y era fecunda.

Resumiendo: en diciembre presentamos una demanda de adopción en el tribunal. La amistad con vosotros continuaba. Seguía teniendo ante mí una belleza y una abundancia inimaginables.

Pero el buen Dios guardaba todavía algo distinto para nosotros. Después de poco más de un mes de la solicitud, descubrimos que estaba embarazada, ante el desconcierto general de los médicos, que ante este hecho, que estaba también delante de sus ojos, me seguían mirando y diciendo: «pero señora, usted no puede tener hijos».

De nuevo nos pedía que nos abandonáramos. Verdaderamente, Él lo puede todo. Incluso cuando el mundo dice lo contrario. En los meses siguientes miraba a mi marido y volvía a sentirme objeto de una preferencia infinita. Pero no por el hecho del embarazo en sí, ciertamente milagroso y sin quitar ni un ápice de agradecimiento por este inmenso don. Pero me decía: tú y yo nunca habríamos podido llegar a acoger este don así sin todo el camino que hemos recorrido. Me impresiona además porque cuando pienso en cómo me gustaría mirar a mi hija, no dejan de venirme a la mente los rostros de algunos de vosotros, aunque tengo amigos que tienen hijos biológicos, hasta tres o cuatro. Pero no. Pienso en Marta y Rafael con Enrico; en Somma y Gabri con Matteo y Miriam.

Somma, en el encuentro con Filonenko terminó hablando de un abrazo que precede a cualquier iniciativa. Un abrazo al que solo se nos pide ceder con un sí, que cuesta pronunciar, pero que nos hace capaces de ser testigos de esperanza para nuestros hijos.

Yo deseo mirar así a nuestra hija Francesca. Por eso, la insistente pregunta de estos meses es que yo pueda seguir estando acompañada por vosotros, que sois mis testigos en esto. Por eso estoy aquí.

Annalisa