Corríamos tras él solo para verle

Desde la gente más pobre hasta el presidente, todos corren tras él solo para verle y porque el solo tocarle les hace personas más ricas, a las cuales no falta nada más.

El Papa fue como un relámpago a cielo abierto, como lo fue el conductor del papamóvil cuando corría por las calles de Asunción a la velocidad de un Fórmula 1. Este hombre es una presencia inagotable, su preocupación es hacernos entender que Jesús está con nosotros, que conoce todos nuestros problemas, que no debemos sentirnos solos ni abandonados porque Él está, es una presencia que perdona, acoge, guía y acompaña. Por cómo se mueve, quiere hacernos ver la forma en que Jesús estaba con la gente con la que se encontraba, preocupado por ayudarnos y acompañarnos en nuestros problemas a la luz de la fe: muerte y resurrección.

La gente le seguía allí donde Él iba, como nosotros con el papa: primero a Caacupé, luego a Asunción, luego con los pobres, la gente prácticamente “corría tras él” solo para verle. Las personas que pudieron tocarle o saludarle decían: «Ahora que he visto o tocado al Papa soy la persona más rica del mundo. No me hace falta nada más». Desde los que habitan en el suburbio que recibió al Papa en sus casas hasta la gente de “alto nivel” que seguía conmovida a Francisco, como todos los demás. El propio presidente, Cartes, se comportó con una atención y discreción encomiables. Se le ha visto realmente conmovido y agradecido porque el Papa pudiera conocer su amado Paraguay. Quiso que en el encuentro, aparte de los ministros y diplomáticos, también estuvieran presentes los empleados de limpieza y la mujer que les sirve el café. Son signos de una atención fuera de lo común a ciertos niveles. Encomiable también el trabajo de los voluntarios encargados del servicio de orden.

En Ñu Guazú, donde el Papa celebró la misa, la gente llegó con el barro por las rodillas tras pasar la noche para ocupar un sitio, y nadie se quejaba. En ese mismo lugar Juan Pablo II canonizó a san Roque Gonzales de Santa Cruz. El retablo era obra de un artista local, Koki Ruiz, con semillas y mazorcas de maíz y otras verduras. Parecía un altar jesuita. El amarillo iluminado por el sol relucía como si fuera oro.

En todos los encuentros habló de la gloriosa mujer paraguaya. Realmente, las mujeres aquí son heroínas, muchas veces emigran a Argentina o España para mantener a toda su familia.
Doy gracias a Jesús que me ha permitido estar aquí estos días para volver a confirmar mi fe y la verdad de la educación que don Giussani nos ha dado. Sin ella no creo que hubiera podido estar ante este acontecimiento con esta conciencia, con este amor a la Iglesia y a quien la guía, con el deseo de ser guiados al conocimiento de Cristo mediante la comunión de los santos, justo cuando en la Escuela de comunidad estamos leyendo Por qué la Iglesia. Todo está marcado y acompañado según un designio que no es nuestro, pero que corresponde verdaderamente a nuestro corazón. Lo único que puedo hacer es decir: «Gracias, Señor, por esta preferencia incomparable».

Giovanna, Asunción (Paraguay)