Huelga de taxistas en Milán.

Taxi, es decir, al servicio (de la realidad)

Una huelga espontánea se convierte en ocasión para volver a descubrirse libres porque hijos de Dios y pedir a abandonar la rabia para abrazar el otro como oportunidad para uno mismo

Llevo cuatro años trabajando como taxista en Milán. Me uní a un grupo de compañeros que ya llevaban tiempo reuniéndose periódicamente, viviendo una amistad con el deseo de compartir la experiencia cristiana que algunos de nosotros hemos encontrado.

Un sábado por la mañana nos reunimos justo después de una “huelga espontánea” que bloqueó durante varios días el servicio de taxi, como protesta contra una iniciativa privada que estaba introduciendo un servicio alternativo en la ciudad. Éramos una decena y cada uno de nosotros expresó sus opiniones e ideas sobre lo que estaba sucediendo. Éramos conscientes del serio peligro que amenazaba a nuestro trabajo, y estábamos dominados por la confusión y por una gran preocupación por nuestro futuro. Yo era el más confuso de todos, no tenía ninguna idea clara.

Cuando me preguntaron si tenía algo que decir no encontré nada mejor que leer a todos que un fragmento de los Ejercicios, tomado de la lección del sábado por la mañana, que empieza citando el verso de la canción Razón de vivir que habla de la «sensación de perderlo todo». Inmediatamente el clima cambió: todos percibieron que eso nos describía y se creó un profundo silencio. Seguí leyendo el párrafo donde Carrón cita: «solo me hace falta que estés aquí con tus ojos claros», y cuando habla del «ángel de la nostalgia», preguntándose si una presencia así es posible. Luego, al final, dice «aconteceu»: aconteció un hecho en la historia que introdujo esta mirada para siempre.

Ha quedado profundamente grabado en mi mente tanto el silencio que había mientras leía como los ojos de las personas que me escuchaban, abiertos y asombrados. Reflexionando después sobre este pequeño episodio, me di cuenta de que en el momento en que se puso de manifiesto la respuesta, inmediatamente se hizo evidente que no estábamos buscando una simple solución a los problemas que nos afectan sino mucho más que eso. En aquel momento nuestro corazón ya no estaba reducido, como en la media hora previa. Escuchamos con atención que la respuesta era aquel «aconteceu», y que este acontecer no era una ilusión. Era verdad, porque correspondía de un modo imprevisible pero evidente a nuestra espera recién despertada. Siento que estoy en el mundo para profundizar y para “documentar” este hecho que me sucedió y que vuelve a sucederme ahora.

Durante el resto del encuentro y en los días siguientes discutimos sobre cómo la experiencia que vivimos juntos en aquel momento y durante los meses previos podría llegar a juzgar la situación de nuestro trabajo. El resultado fue un manifiesto que firmamos todos.
Ernesto

Este es el texto del manifiesto:
«La lucha que está en el fondo de las cosas»
Estamos viviendo días de preocupación, de contrastes, de lucha; estamos enfadados, confusos, cada vez más preocupados por nuestro futuro y el de nuestras familias. Lo que sucede es surrealista. ¿¡Cuatro días de bloqueo del servicio y la intervención de un ministro para llegar a decir que Uberpop contrasta con la ley vigente!? Por otro lado, ¿de verdad es suficiente con el reclamo a la “legalidad”? El día que cambien la ley en nuestro favor, ¿a qué apelaremos?

Y entonces, ¿cómo no dejarse llevar por la rabia y la protesta?

Una vez más, nos damos cuenta de que nuestro malestar estos días es signo de una necesidad más profunda. Normalmente no pensamos en ello y dejamos que la vida se convierta en un circo que nos permita olvidar; incluso “la lucha” puede servir para distraernos un poco de ese grito dramático: «¿Cómo se puede vivir? ¿Cuál es nuestra tarea en el mundo? ¿Habrá alguna vez paz en nuestra vida?».

Estos días hemos pensado mucho en esta exhortación de Jesús: «¿De qué le vale al hombre ganar el mundo entero si se pierde a sí mismo?». Nosotros tenemos experiencia del encuentro con Cristo, Otro se ha puesto totalmente a nuestro servicio hasta morir por nosotros, hasta hacernos amar nuestro trabajo, no solo porque nos da para vivir sino porque, casi por definición, nos pone “al servicio” y nos da la ocasión de abrirnos y encontrarnos con la realidad.

Plantear la cuestión de cuál es el valor de la persona y poner en evidencia el valor y la calidad de nuestro trabajo como servicio dado a la persona no es un “pensamiento espiritual”; tiene una relevancia pública que debemos poner en juego para no dejar campo abierto al “pared contra pared”, donde inevitablemente vence quien detenta el poder, que hoy es el poder financiero.

Estamos seguros de que sin Jesús y el reconocimiento del otro como oportunidad para uno mismo no habrá nunca justicia, solo prevaricación y, como mucho, victorias momentáneas, aparentes y precarias. Sin esto queda la amargura o, peor aún, el cinismo.

Por eso hemos apoyado las razones de la protesta de los días pasados pero no estamos de acuerdo con la modalidad de la “huelga salvaje”, porque no hay justicia si en primer lugar no la vive uno mismo. Si uno la pide para sí mismo mientras causa perjuicios a los más débiles. Pidamos a Dios que nos ayude a abandonar la rabia, que nos ayude a abrir los ojos y que transforme esta batalla en una batalla civil, hecha con los argumentos y con la construcción de relaciones (también con la política y la economía).

Nuestro estar juntos ha sido la ocasión de recordar que somos libres porque somos de Dios, y de aceptar el desafío de que esta dependencia liberadora pueda permitirnos captar los signos de los tiempos y, tal vez, entender mejor qué debemos hacer.

Ciro, Beppe, Alberto, Ernesto, Giorgio, Davide, Nino, Michele, Luigi