¡Tú eres un bien para mí!

La fiesta de la parroquia: una ocasión para experimentar el bien inmenso que se recibe cuando se sirve a los demás y se percibe una preferencia sobre uno mismo

La fiesta de la parroquia se lleva celebrando muchos años, pero cada año para mí es muy diferente, la forma de estar, de participar, el juicio que puedo hacer después de la fiesta me permite medir en qué momento del camino me encuentro, porque yo veo este espacio como un momento educativo dentro de este “camino” que estamos haciendo, y en el que comparto mi vida con las personas que el Señor me regala cada día.

Recuerdo mi primera fiesta, en la que invitada por Concha estuve en el turno de cocina… Yo estaba como encogida, no sabía qué hacer, dónde colocarme, no conocía a casi nadie, no me sabía los nombres de las personas que estaban allí, me sentía como algunas veces nos ha dicho Pedro Pablo, como yendo en una cinta transportadora en la que otros son los que organizaban y yo solo tenía que dejarme llevar, volcando la responsabilidad en los demás y siendo dependiente de ellos; esta forma de estar hacía que me sintiera un poco extraña, fuera de lugar, pero al mismo tiempo, experimentaba un agradecimiento por el trato que recibía de esos rostros que sin apenas conocerme me afirmaban.
Esos mismos rostros hoy son mis “amigos”, se han vuelto tan familiares en mi vida que ya no puedo prescindir de ellos; ellos son el lugar de la presencia de Cristo para mí.
Cuando hago este recorrido en el tiempo veo que he crecido. Me sorprende cada vez más ver lo que el Señor es capaz de hacer de mí; este barómetro lo hago también extensible a todos y cada uno de nosotros, porque al mismo tiempo que veo lo que sucede en mí, también veo lo que el Señor hace en otros.

Es curioso cómo gano en familiaridad, en cercanía, en sentir que esta fiesta es algo mío, que me pertenece, que es para mí, para vivirla con mis amigos y por tanto desde el primer momento quiero cuidar hasta el último detalle, también para que otros que nos ven desde el otro lado de la valla, puedan ver algo diferente y atractivo en nuestra forma de estar juntos, en nuestra manera de celebrar, en nuestra forma de servir incluso, ¿por qué no?
Lo primero que experimento es el bien inmenso que recibo cuando “sirvo” a los demás, entiendo mucho mejor que la vida es para darla, que no te la puedes guardar; a medida que das más de ti, y no de lo que te sobra sino de ti mismo, de tu propia humanidad, de tu propio espacio y tiempo de vida, experimentas un gozo y una alegría inexplicable. Pero soy consciente de que es Otro el que me llama a servir porque yo por mí misma no soy capaz de hacer estas elecciones que se me dan.

Estando así sirviendo en la barra, sin parar, en el turno del sábado, durante el tiempo del concierto de los Impresentables, me di cuenta del bien que sentía, de lo a gusto que estaba y de la alegría que tenía viendo a todo el mundo que estaba por allí, las distintas relaciones que había entre nosotros, mesa por mesa veía caras conocidas, veía a mis padres sentados en la mesa charlando animosamente con amigos, a mi hija bailando con los mayores, a mi hijo a lo suyo también con sus amigos… No sé; me sentía tan bien, ¡estaba en casa! Creo que se me puso una sonrisa en la cara que no era capaz de quitarme, me brotaba una amabilidad y una ternura con todo el que se acercaba que yo misma estaba sorprendida.
Se acercaron muchas personas, muchos desconocidos, pero también muchos rostros conocidos, recuerdo con especial ternura a los padres de Laura del Carmen que se acercaron a pedir algo de comer y beber y se quedaron allí conmigo charlando, sin ninguna extrañeza, con total confianza me estuvieron acompañando un buen rato.
También se acercaron a saludarme Teresa y su marido (fui catequista de su hijo Rubén hace algunos años, mi primer año de catequesis); Blanca con su hijo Alberto (que también fui catequista suya el primer año); fue curioso, porque me contaron que venían de ver las carrozas y se iban a casa; pero se pasaron por delante de la parroquia, vieron la fiesta que teníamos y se acercaron a saludarme a la barra; terminaron sentándose a cenar.
Es impresionante la cantidad de personas que puedes llegar a conocer, a saludar con afecto, es precioso mantener esta relación sin extrañeza a pesar del tiempo transcurrido. Y yo con esta inmensa alegría que brotaba por todos los poros de mi piel. ¡Cómo me cuida el Señor! Me siento preferida, llamada por mi nombre como María Magdalena, Zaqueo… Teresa.
¿Qué o quién me hacía y me hace sentir esta inmensa alegría? ¿Qué sucede cuando estoy con mis amigos, con esta compañía que se me ha dado?
La Escuela nos habla del afecto que debemos tenernos dentro de la compañía que el Señor nos ha dado, nos dice que nuestro afecto debe tener un peso específico solo comparable al afecto que sentimos por Cristo, y a la necesidad que tenemos de oración.
Yo solo puedo explicar esta alegría, viendo que la razón por la que quiero, busco y necesito de esta compañía, es que Él está en medio de nosotros; «cuando dos o más se reúnen en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos». Solo Él puede hacerme capaz de dar esta alegría, de ver que tú eres un bien para mí; descubro que la «gratuidad», esa extraña «caridad» que a veces brota en nosotros es un revulsivo para despertar el alma dormida.

El domingo fue otro momento de celebración, la Eucaristía, en la que estábamos los mismos que el día de antes estábamos en la fiesta, vi un pueblo celebrando juntos aquello en lo que creemos y que nos da la unidad para estar y construir juntos, da igual la forma que sea nuestro estar juntos, fui consciente de que cada año crecemos y que estamos en camino; como dice la frase que lleva la campana de la Iglesia: «He visto crecer a un pueblo en el nombre de Cristo».
Dos días después nos íbamos a Peguerinos con los chicos, otro año más. Esa mañana le contaba a un compañero dónde me iba de vacaciones, y me decía: «Debe gustarte mucho irte de campamento, porque ya llevas algunos años yendo y estoy seguro de que no vas precisamente de vacaciones, vas a trabajar y mucho»; en ese momento, hago memoria y le digo que, pues sí, es verdad; llevo ya seis años yendo a Peguerinos, los tres primeros iba como cocinera y los últimos tres de responsable con los chicos, y no es solo que me guste, es que lo necesito, reconozco que aunque venga cansada físicamente porque vivimos días muy intensos, allí descanso, encuentro paz, descubro razones que dan sentido a mi vida, estoy con amigos y comparto vivencias que me acompañan el resto del año y me ayudan a crecer en el afecto a este Hombre que se me va revelando poco a poco y que me ayuda a conocerme a mí misma.

Teresa, Getafe (España)