La entrada del policlínico Gemelli.

Cien personas acuden a Roma, ¿por Quién?

Visita del Papa al Gemelli de Roma anulada. Y descubres que a quién buscabas no era tanto al Papa, sino a Dios. De aquí nace una inesperada e ilógica alegría que es más fuerte que cualquiera decepción o disgusto

Veintisiete de junio, fiesta del Sagrado Corazón de Jesús: la Universidad Católica de Milán está de fiesta por la visita del Papa Francisco al “Gemelli” de Roma. Desde el 4 de mayo, un ritmo trepidante invadió nuestros claustros, que se fueron llenando de carteles anunciando el evento: «Si Dios quiere pronto iré a visitar aquí en Roma el Policlínico “Gemelli”, que cumple 50 años de vida y pertenece a la Universidad católica del Sacro Cuore», dijo Francisco tres el rezo del Regina Coeli.

¡El Papa viene a vernos, qué sorpresa! Al comentarlo con una compañera, ella se entusiasma: «¿Vamos?». «Claro, ¡nos llama el Papa!». El ateneo milanés se pone en marcha para la ocasión, se organiza un tren para estudiantes, profesores, empleados, asistentes eclesiásticos. Y así llega el gran día y te encuentras rodeado de un centenar de amigos que han dicho sí a la propuesta, igual que tú.

Algunos van dispuestos a saludarlo en persona. Tú les sigues y de pronto te encuentras situada en tercera fila, a treinta metros del escenario: «Nunca había estado tan cerca del Papa», piensas. Empieza la larga y ansiosa espera de la llegada de Francisco. «Si Dios quiere», dijo el 4 de mayo; y Dios quiso, pero de un modo distinto al que imaginábamos: el Papa está indispuesto, se anula la celebración. Muchos empiezan a irse desilusionados, las últimas filas quedan vacías. Pero “tus” cien compañeros siguen allí. Así que tú sigues allí. Disgustados, descolocados, al principio un poco incrédulos, pero allí.

Una amiga, en voz baja, murmura: «Qué misterio. No ha hecho venir a Roma para verlo y no lo vemos». Entonces nace en ti una pregunta sincera: «¿Quién nos ha hecho venir aquí? ¿Quién nos ha llamado? ¿Por quién seguimos aquí?». Empieza la misa. El cardenal Scola sustituye a Francisco y da voz a su homilía. Empieza así: «El Señor se ha ligado a vosotros y os ha elegido». ¡Esto es! Por este “quién” seguimos aquí, Él es quien nos ha llamado: «Dios se ha ligado a nosotros, nos ha elegido, y este vínculo es para siempre». Entonces te das cuenta de que, misteriosamente («qué misterio»), imprevisiblemente, más allá de cualquier medida o expectativa, buscabas una sola cosa al venir aquí: «Tu rostro, Señor, es lo que busco».

¿Acaso no ansiabais ver a Francisco solo por gozar del rostro de Dios? ¿Acaso nuestros cien corazones inquietos no le deseaban solo a Él? De nuevo las palabras del Papa: «El sentido de la fiesta del Sagrado Corazón es descubrir cada vez más y dejarnos envolver por la fidelidad humilde y la ternura del amor de Cristo». Envueltos, transfigurados por el amor de Cristo: esto es lo que nos ha sucedido. El único amor que da razón de la “ilógica alegría” que sorprendes en ti y que ves en los rostros de tus amigos. En el Papa, aun físicamente ausente, Dios se hizo carnalmente presente: ¡qué paradójicos son “Sus caminos”! Tan distintos de nuestros pensamientos, y tan correspondientes con nuestros corazones.

Margherita, Milán