El último a la derecha, padre Alberto Bertaccini.

«Obedecer al Misterio es lo único que nos hace crecer»

Padre Alberto Bertaccini, un hombre con el cual disfrutar de estar juntos ante el Misterio

Tuve la gracia de conocer a don Alberto durante los años que estuvo en Ecuador (de 2008 a 2012) y de volver a encontrarme con él hace tres semanas, cuando vino de visita con motivo de los Ejercicios de la Fraternidad.
Pasamos unos días juntos como amigos que se reencuentran, contándonos lo esencial de lo que habíamos vivido durante los últimos meses, pero sobre todo rezando, leyendo juntos, haciendo una excursión al Cotopaxi, el volcán que tanto le gustaba. En definitiva, disfrutando de estar juntos ante el Misterio.

Había cambiado. Cuando nos hablaba de sí mismo nos contó una de las últimas conversaciones que había tenido con Julián Carrón: «Obedecer al Misterio es lo único que tenemos que hacer y lo único que nos hace crecer». Lo decía un hombre, sacerdote, de 60 años, lleno de achaques pero con un deseo inmenso de caminar, seguir, aprender, amar, ayudar y responder sin vacilar a las circunstancias que el Misterio le estaba haciendo vivir, incluso con la fatiga que implicaba.

Hasta el punto de que, viéndole así y viendo el bien que era para mí estar con él y el bien que él era para tanta gente a mi alrededor, algo que en esos días se hizo muy potente ante mis ojos, despertó en mí el deseo de que pronto pudiese volver a Ecuador.

Pero el Señor tenía otros planes. Desde que he sabido la noticia, siento a Alberto más presente y compañero de camino que antes, compañero en mis jornadas, en mis alegrías y en mis fatigas, igual que Jesús. Si él está con Jesús, entonces está tan presente como Jesús.

Cuando llegó, al quedarse sin medicinas para la diabetes, a los pocos días tuvieron que amputarle un dedo del pie. Siempre recordaba ese hecho como un signo del ofrecimiento total de sí que quería vivir en Ecuador.

Así fue con la gente de la parroquia. Como Geovanna, una niña en silla de ruedas de la que no sabía su existencia. Cuando entró en su casa para bendecir el hogar y la vio, le dijo: «¡Por fin te encuentro, te estaba esperando!». Aquello conmovió hasta las lágrimas tanto a la niña como a su familia. Se hizo un gran amigo de ellos, introduciendo en su vida una novedad. Llegó incluso a construir una rampa fuera de la iglesia para que Geovanna pudiera recibir la Primera Comunión.

O con los sin techo que encontraba por la calle durante sus largas caminatas desde la parroquia hasta su casa en Guayaquili, haciéndose amigo de muchos de ellos. O los enfermos, los necesitados, los últimos. O con los amigos del movimiento, a los que acompañaba como un verdadero padre, uno a uno, sin escandalizarse nunca de los pecados ni del pasado de muchos de ellos, sino abrazando a todos. Una apertura, una humildad y una misericordia infinitas.

«Estaba preparado», es lo que más nos repetimos unos a otros después haberle visto “más” padre Alberto que nunca durante esta última y reciente visita suya.
Y con todo el dolor que siento, yo también estoy segura de que el modo como hemos estado ante el Misterio y entre nosotros en esta última visita ha sido un anticipo de lo que será en el Cielo y para la eternidad.

Stefania, Quito (Ecuador)