Imagen de la exposición.

Hermana Madre Tierra

Preparando la exposición de EncuentroMadrid: «Cristo no había venido a imponerme una losa de prescripciones sino a decirme que en cada bosque, en cada paisaje, en cada montaña y valle en los que me tocaba trabajar como forestal, está Él».

Un día suena el teléfono. Lo coge mi mujer, María Ángeles. Es nuestro amigo Manu. Nos propone si queremos hacer este año la exposición del EncuentroMadrid sobre nuestro tema favorito: “la conservación de la naturaleza”. Según vamos avanzando el reto es mucho más difícil de lo que nos parecía. Surgen cientos de divergencias entre nosotros sobre cómo enfocarla y articularla. Hay días en los que pensamos si realmente vale la pena habernos metido en este lío.
Recuerdo por qué lo hago. Cuando regresé de Estados Unidos había perdido mi fe católica. Sólo me parecían auténticos los pensadores conservacionistas, sobre todo del siglo XIX, que habían construido una forma de pensar y entender la vida a partir del asombro y admiración que les causaba la belleza de la naturaleza. Recuerdo cuando empecé a trabajar en la Universidad Católica de Ávila y la “gracia” de compartir despacho con Luis y Ramón, que en nuestras conversaciones iban haciéndome descubrir quién era yo y de qué estaba hecho. Entonces me fui dando cuenta de que todo aquello que yo anhelaba y admiraba en aquellos clásicos conservacionistas como Thoreau o Carson era una promesa de plenitud. Entonces comprendí lo que era el cristianismo y nunca más quise separarme de ellos. Lo que iba aprendiendo me ayudaba a profundizar seriamente en mi compromiso con la conservación de la naturaleza. Así conocí el Movimiento. Cristo no había venido a imponerme una losa de prescripciones sino a decirme que en cada bosque, en cada paisaje, en cada montaña y valle en los que me tocaba trabajar como forestal, está Él. Dios como mendigo del corazón del hombre a través de la belleza de la naturaleza que conmueve, y Cristo como Testigo y Presencia para darnos la certeza de que este deseo tan humano pueda ser real.
Con la exposición “Hermana Madre Tierra” queríamos ahora compartir este descubrimiento con todos nuestros amigos del mundo de la conservación. Quería tener la oportunidad de contarles, al menos como hipótesis, lo que yo había descubierto: ¿Y si esa belleza que mora en la naturaleza, tantas veces exaltada por mis pensadores favoritos, fuera de algún modo la forma en que el Misterio se comunica conmigo, se me muestra y se me da a través del asombro, de una conmoción que hasta el más niño puede sentir?
El domingo vinieron a ver la exposición dos amigos forestales y su pequeña hija recién nacida. Era un día radiante. Disfrutamos de la comida juntos y luego hicimos una visita guiada a la exposición. Les expliqué el sentido de asombro, la crisis ambiental, el comienzo de la conciencia ecológica y la necesidad de respuestas. Dimos la vuelta a todo el “nautilus” que formaba la primera parte de la exposición hasta llegar a la pregunta que se hacía Rachel Carson, la gran pionera de la denuncia ambiental: ¿Es explorar la naturaleza sólo una manera agradable de pasar las horas doradas de la niñez o hay algo más profundo?
Entonces les expliqué que podíamos dar un paso, pero esta vez era de fe. Plantearnos como hipótesis si esa belleza fuera un signo de Amor por mí y por toda la creación. ¿Y si esa fuera la sustancia de la que está hecho este mundo? Entonces nuestro trabajo resultaba estar lleno de sentido. Sería responder tan solo a una Presencia buena entre nosotros, entre la belleza que vemos en la naturaleza a cuya conservación dedicamos nuestro trabajo. Entonces conservar sería como caminar en “casa” y a “casa”. Belén estaba emocionada, con una lágrima en el ojo. Nos despedimos y quedamos en vernos.
Dos semanas más tarde quedamos para dar un paseo por la cuenca alta del Manzanares. Otro día radiante. Cuando nos vamos a despedir sacan un regalo. ¿Por qué?, les pregunto yo. Por la exposición del otro día, me dicen. Es un precioso ejemplar de “Herbarium amoris” con una dedicatoria para ambos, “para que sigáis disfrutando y transmitiendo el sentido del asombro”. En el libro, una cita del gran botánico Carlos Linneo: «La observación de la naturaleza es un anticipo de gozo celestial, la felicidad constante del alma y el albor de su completo renacer… Por lo que respecta al alma, es como si el hombre se despertara de un letargo opresivo y caminara en medio de una brillante luz olvidado de sí mismo y pasando su vida en una especie de tierra celestial o cielo terrenal».
Después de muchos meses de duro trabajo, la exposición “Hermana Madre Tierra” ha compensado con creces. Nos ha permitido compartir con muchos amigos el fondo de lo que nos mueve en esta vida: la alegría de poder vivir el agradecimiento como la última palabra que puede tener todo hombre ante el mundo.

Pablo Martínez de Anguita