Se puede dar la vida sólo por gratitud

Publicamos la carta que Angélica, de la Fraternidad de San José, ha enviado a los Ejercicios espirituales de América Latina celebrados en São Paulo el pasado mes de marzo bajo el lema “¿Cómo nace una presencia?”

Queridos y queridas amigas:
El año pasado en este mismo lugar de retiro les hablé del acontecimiento del nacimiento de mi sobrina Margarita Ignacia el día 24 de diciembre y de cómo su presencia había cambiado a mi familia. Margarita ya tiene un año y me ha ayudado a mirar con pasión que la realidad es buena; con su gran alegría al gozar con el viento, los árboles, las flores, el mar, sus padres… y así he podido realizar un nuevo camino de reconocimiento de la Belleza de la realidad mirando lo que Margarita mira profundamente y en Lo que confía.
Estos días en los que esperaba mucho compartir con ustedes no pude viajar a São Paulo, por lo que pido y ofrezco mi dolor y cansancio por el bien de los Ejercicios para cada uno(a). El hecho de no haber podido estar es porque me estoy realizando un tratamiento de quimioterapia debido a un cáncer descubierto en noviembre pasado.
Antes de conocer el diagnóstico de esta enfermedad estaba demasiado feliz porque el Señor me había regalado todo lo que deseaba; tener una linda familia, amigos verdaderos, éxito en el trabajo, el afecto de mis alumnos y colegas de la universidad, ver crecer a mi sobrina y contar con toda la compañía de la Fraternidad de San José en Chile y Latinoamérica, entre muchos más regalos que el Señor me enviaba cada día y los cuales tenía la gracia de percibir; como una rosa roja aterciopelada que siempre quise tener y que apareció una mañana en el jardín de mi casa.
Entonces me pregunté que si ya que tenía tantas gracias y deseos cumplidos: ¿Qué otra cosa querría el Señor de mí? Sin saber su respuesta, le ofrecí al Señor mi vida, que la tomara para su Gloria.

Lo increíble fue que Él me tomara tan en serio
. Cuando el médico me dio el diagnóstico, él estaba muy triste mientras me decía todo lo que vendría; operaciones, quimioterapia, radioterapia y seguramente complicaciones, y yo estaba serena porque tenía la certeza de que no estaba ni estaría sola en esta nueva condición de mi vida. En ese momento en que el doctor describía el proceso que vendría me acompañaba mi hermana y mi sobrina, quien me dio su pequeña mano y no me soltó. Entonces me di cuenta de la ternura y fuerza de Cristo a través de la presencia de mi querida niña.
En ese tiempo tuvimos en Chile el retiro de Adviento, en el cual como temática principal nos preguntábamos: «¿Quién es el Amor de mi Vida?», lo cual me descolocó, y recordé: «Yo soy Tú que me haces, yo soy Tú que me amas», por lo que Tú Señor eres el amor de mi vida, eres quien hace mi vida y lates en mi corazón, entonces las circunstancias de esta enfermedad son buenas, son dolores y sacrificios que Cristo quiere compartir conmigo sobre todo en este tiempo de Cuaresma, porque si Tú Cristo permites esto por mi bien y el de otros, entonces yo también lo quiero.
Todo este tiempo ha sido duro, en el cual realmente no se me ahorra nada, así Cristo educa mi libertad dentro de la certeza de la forma que toma mi camino hacia Él. Me di cuenta de que esto no me lo quiero perder, porque más de una persona me ha dicho: «Todo esto pasará y sólo quedará el recuerdo de un mal sueño, esto es un paréntesis en tu vida». Pero: ¿cómo puede ser así una circunstancia que no es un proyecto mío, que es real, que es dolorosa y que debo vivir porque me ayuda a crecer en la fe, que me muestra lo privilegiada que soy por Su amor?
Duro ha sido sobre todo por ver a mi papá abatido, ya que nunca lo había visto así porque él es un hombre sencillo que vive con mucha positividad la vida, lo cual ha sido un pilar y bendición durante toda mi existencia.
Un día él me preguntó qué más podría hacer por mí; le dije que acompañara a mamá a misa, no sé por qué se me ocurrió. Cuando regresaron estaban contentos y serenos como no los había visto en mucho tiempo; y me dijeron: «La fe lo puede todo y seguiremos adelante».
Otro hecho y acontecimiento importante para mí fue cuando, de una semana a otra, al comenzar la quimioterapia, se me cayó todo el pelo, que hasta antes del tratamiento cuidaba más y en general mi aspecto, porque a través de amigos comprendí que el Señor me quiere bonita para el mundo. Entonces cuando se caía y caía el pelo me acordé de que si «todos mis cabellos están contados», podría pedir muchas gracias por cada cabello que caía.

Algo más impresionante sucedió cuando estaba hospitalizada y me acompañaban en la pieza mi hermana, cuñado y Margarita Ignacia; quien aún no había sido bautizada, por lo que yo pedía mucho esa gracia. Entonces llegó a verme como siempre el padre Antonio, y Margarita le indicó con su pequeño dedo un crucifijo que había en el muro… y entonces mi hermana le preguntó al Padre si él la podía bautizar. Al unísono nos miramos con el padre Antonio llenos de alegría y todos estábamos felices. ¡Imagínense tal acontecimiento! Y así fue bautizada el 1º de marzo de este año. Lo que me llamó la atención fue que lloró demasiado cuando se le echó el agua (que era harta), y me acordé de cómo nacemos, y este era el Nuevo Nacimiento de mi sobrina. En cambio cuando llegamos a su fiesta con amigos, ella parecía una princesita feliz, feliz, no dejaba de sonreír y de jugar con todos, y así experimenté nuevamente el gran amor de Dios.
Durante todo este tiempo de tratamiento físico, nunca he estado sola. Jesús ha vuelto a pronunciar mi nombre con ternura a través de las visitas de mis amigos del movimiento, ex alumnos y colegas, donde cada uno me ofrecía y daba un servicio para que estuviera mejor, como llevarme al médico, acompañándome en las quimioterapias o darme masajes. Gracias a la tecnología he recibido también el enorme cariño y oraciones de muchas personas de varias partes del mundo y de variadas religiones hasta personas que no creen en nada, y que me han dicho que aun así rezaban por mi recuperación.
En todo este proceso debo agradecer infinitamente a las grandes amigas y amigos de nuestra Fraternidad de todo el mundo, que me han sostenido en todo momento. Gracias, muchas gracias queridos y también por todos los regalos que me han enviado.
Ahora puedo decir que estoy realmente muy contenta y puedo repetir con mayor conciencia y certeza que «es una gratitud lo que caracteriza mi vida, por eso no tengo miedo de darla toda».

Angélica, Fraternidad de San José, Chile