Don conmovido de uno mismo

Caritativa Banco de Solidaridad: uno puede acompañar a un enfermo y a su familia a través de la mirada y el apretarle las manos

Llevaba días llamando a Roberto [nombre ficticio] para llevarles la bolsa de comida del BdS y no contestaba. No sabía nada de él ni de su familia. La tarde del domingo pasado me llamó su hija y me explicó lo que pasaba y me pedía por favor que les llevara algo de comida. Roberto está muy enfermo. Después del anterior reparto de comida, se puso malo y le llevaron al hospital, ha estado en la UVI más de un mes. Es cáncer y parece ser que desde el hospital le han enviado a casa para morir, pero en su casa les han quitado la luz y el agua otra vez y se han tenido que ir a casa de su suegra y es un barrio lejos del suyo. Esa misma tarde fui a verles y les llevé la bolsa de comida.
Este pobre hombre sólo tenía un hilo de voz y con mucha fatiga pudimos hablar algo pero le tuve que dejar solo para que descansara. En la cocina estuve con su esposa –sordomuda–, su hijo de 10 años y su hija de 16 años, recién casada, y su marido; cuñados, suegros, amigos, vecinos. Mucha gente. Me advirtieron de que su esposa no sabía nada, ella estaba muy abatida; se quería morir y tenía ataques de ansiedad. De palabra no conseguía comunicarme con ella, sólo “entendía” el apretarle sus manos y la mirada; el hecho de ser sordomuda la tenía muy aislada de los demás. En la conversación de los adultos estaba la muerte de este hombre.
Había cierta indignación porque no tenían más noticias de los médicos o enfermeros. Ya le estaban administrando morfina. Tenía un extraño aparato con varillas y una especie de ventosas, como un arnés o algo parecido, que le cogía el cuello y le cubría parte del pecho, era rígido. Estaba tumbado encima de la cama, en bañador, asado de calor, con el pelo totalmente rapado al igual que la barba. Me dijeron que se levantaba para comer y que comía muy poco, que se mareaba en seguida.
Casi todos no tenían más recorrido en la conversación que no fuera una especie de indiferencia ante la muerte. Me recordaba el día que murió mi esposa: la inexperiencia ante la muerte. La vida vivida vacía de valor. La muerte vivida como un "se acabó", "no hay nada más", "fin". Por aquellos tiempos yo estaba reñido con Dios, con el mundo y conmigo. Y fue semilla para mí la vida de mi esposa, semilla que Dios puso en mi vida. Luego Él actuó en mí. Han pasado 4 años desde su muerte.
Uno de los hermanos de Roberto iba a ir donde la trabajadora social para explicar lo que había y querían saber más. Querían plantearle que les cambien de casa, querían vivir donde están los suyos: en el barrio de su suegra, su barrio de siempre. Han agradecido mucho la comida, creo que de esa comida comerán más personas de las que pensamos. He sido recibido como amigo por gentes que no conocía. Roberto, como siempre, me despidió con un “Dios te bendiga”.
Conforme me acercaba a la casa de su suegra pedía al Señor que me pusiera las palabras, pero mi deseo de acompañarle se manifestó a través de la mirada y el apretarle las manos. Llevo toda la semana con esta familia en mi cabeza y mi corazón.

Un voluntario del BdS de Bilbao