Ese detector de metales que nunca se equivoca

Frente a todas las preguntas que surgen en los chavales, el aliado e instrumento para afrontar los problemas es el corazón que Dios nos ha dado. Encuentro de Julián Carrón con un grupo de bachilleres.

El 24 de mayo, en el instituto Sacro Cuore de Milán, Julián Carrón se reunió con un grupo de bachilleres que se están preparando para el examen de acceso a la universidad, en un encuentro que fue seguido por videoconferencia desde cincuenta ciudades, cinco de ellas fuera de Italia. Un diálogo fascinante fruto de un trabajo que durante estos meses han hecho los chavales a partir del texto La voz única del ideal, también de Carrón.

Fue un momento de una intensidad humana tan grande que es capaz de ofrecer la certeza necesaria para abordar una aventura tan apasionante como la que pone en juego el propio destino y la felicidad. Volvió a impresionarme la intensidad de Carrón, que a medida que pasaban los minutos alzaba la voz de su discurso, cada vez más atractivo. Me pregunto de dónde viene tanta intensidad, qué la mantiene tan viva, qué puede hacerla vibrar de ese modo.

Lo primero que se ha grabado en mi memoria es el modo en que Julián se ponía delante de cada pregunta de los chavales. Preguntas recurrentes entre chicos de su edad, que se están preparando para el examen de acceso a la universidad y que no saben qué hacer el año que viene: cómo afrontar el esfuerzo del estudio, si es posible ser libres dentro de las circunstancias inevitables de la vida, cómo interpretar los signos con los que se abre la perspectiva de su futuro, qué significa que uno debe tener presente lo que el mundo necesita a la hora de tomar una decisión. Preguntas que se sucedían en un diálogo de hora y media. Lo que vi me pilló a contrapié, me sorprendió más de lo que podía imaginar: ante cada pregunta, Carrón lo ponía todo sobre aquel que la planteaba, convencido de que él o ella podía encontrar el camino para responder. Porque, como repitió tantas veces, cada uno lleva dentro de sí el detector de metales que le permite reconocer lo verdadero: su corazón.

Lo más excepcional de lo que ve en esa hora y media de encuentro es que Carrón mira al que tiene delante apostándolo todo por él. He visto la certeza de que el corazón es lo que Dios nos ha dado para que cada uno de nosotros pueda encontrar siempre la clave para afrontar los problemas con los que se encuentra. En eso consiste la fascinación de la educación. Ver a un hombre que no sustituye a otro, que no le quiere dar buenos consejos, que no quiere organizar las respuestas de la forma más correcta, sino que hace algo sencillísimo: apuesta por el otro, convencido de que el otro, igual que él, lleva dentro el criterio que le permite captar lo verdadero y seguirlo.

Otra cosa que me llamó la atención son las preguntas planteadas por los estudiantes. He visto a chicos y chicas que se toman en serio su vida, que se dan cuenta de que lo que está en juego es mucho, que se preguntan cuál es el sentido de su vida y cuál el cauce en el que pueden encontrar la respuesta que les haga plenamente felices. Si decisiva me pareció la mirada de Carrón, igualmente decisivo me pareció encontrarme con jóvenes que ponen en juego su vida. Acudieron al encuentro porque esperaban allí algo importante que tenía que ver con las preguntas que más les apremian. Y efectivamente algo importante sucedió: el encuentro con una mirada de simpatía total a partir de la cual poder volver a empezar con más energías, al abordaje de los exámenes y de las ulteriores pruebas universitarias.

Gianni, Abbiategrasso