El momento de la libertad

Noemi reconoce que toda su vida es un milagro
Andrés Bello

Noemí lee en clase el texto en que se afirma la excepcionalidad de Jesús, en quien conviven el poder y la bondad. Se ve que se identifica con las palabras y con los gestos de Jesús al igual que el resto de los chicos que están atentos a la lectura: Jesús se conmueve ante una pobre viuda que lleva a enterrar a su único hijo y le dice "Mujer, no llores". Siguió leyendo hasta el punto del texto en que dice: "después le devolverá a su hijo vivo".
Entonces Noemí se para y deja de leer y en su cara se advierte un gesto de fastidio. «Noemí — le pregunto — ¿por qué te has parado?». Le cuesta arrancar, titubea, y al final responde: «Profesor, esto es demasiado, no puede haber ocurrido realmente que resucitara a un muerto». Los demás asienten con ella. «¿Cuál es la dificultad? ¿Por qué no puede haber sucedido? Porque no podéis imaginaros una cosa así. Es inimaginable», les digo. «Vuestro problema no es con el Evangelio, sobre la veracidad del testimonio cristiano. No. La dificultad ya está en vosotros antes de todo esto, está en la posición previa que tenéis frente a la realidad. Y ahora, la lectura de este hecho hace aflorar eso que ya estaba en vosotros previamente. Por ejemplo, Noemí, ¿te has dado la vida a ti misma?, ¿te das la vida a ti misma en este momento?, ¿has decidido que tu madre estuviera esta mañana cuando te levantaste?, ¿haces tú la realidad o te la dan en cada instante?»
Noemí: «¡Entonces eso querría decir que toda la vida es un milagro!». «Ves — concluyo yo la clase— Jesús hace salir a la luz la posición que cada uno había decidido de antemano ante la realidad. Y ahora os obliga a mirarla de un modo más completo. Es el momento de la libertad de cada uno».