El cumpleaños de Kenia

Celebrar el cumpleaños participando a la recogida de medicamentos del Banco Farmaceutico y recibir como regalo la alegría y la disponibilidad de las farmacéuticas pero también la gran variedad de respuesta de la gente

Somos cuatro amigos que el sábado 9 de Febrero fuimos a colaborar con la recogida de medicamentos que organizaba el Banco Farmacéutico. Decidimos participar en esta jornada porque Kenia, una de nosotros, nos propuso celebrar así su cumpleaños. “Al principio me daba pereza ir pues estaba cansada de la semana y me habían ofrecido otros planes mas apetecibles; pero me lo había propuesto una amiga –que repetía por tercera vez– y quise fiarme”, cuenta María.

Kenia, la cumpleañera, encontró en esta recogida una forma de caridad que le entusiasmaba. “Yo iba muy contenta, en parte porque ya tenía la experiencia de otros años y en parte porque no veía manera mejor de celebrar mi cumpleaños. Tenemos la suerte de que en el Movimiento se hacen estas propuestas que interesan y corresponden, y gracias a ellas tenemos la oportunidad de pasar una mañana dando nuestro tiempo para los demás.”

Durante la mañana, nos sorprendieron especialmente dos cosas: la primera de ellas fue la alegría y la disponibilidad con las que las farmacéuticas nos acogieron y nos ayudaron; la segunda, la gran variedad de respuestas de la gente que entraba en las farmacias. Andrea relata: “Por ejemplo, una señora mayor nos dijo que le habría gustado colaborar, pero que no podía porque tenía dificultades para llegar a fin de mes con su pensión. Se fue sin comprar nada, y, al cabo de media hora, volvió diciendo que no se quedaba tranquila y nos preguntó cuál era el medicamento más barato para comprarlo.” Kenia cuenta otro caso en el que una señora, al preguntarle si quería colaborar, nos dio un “no” tajante, y acto seguido comenzó a despotricar contra los políticos llamándolos (y llamándonos) corruptos y ladrones. Cuando consiguió entender cómo funcionaba el Banco Farmacéutico se calmó un poco, y al ver que otro señor colaboraba, le pidió que compraran el medicamento a medias.

Nos dábamos cuenta de lo bien que está hecho el corazón humano: en estos dos ejemplos, es evidente cómo no nos basta lamentarnos ni hacer las cosas sólo para los demás; si no las hacemos porque hay algo que nos mueve y nos interesa, si no nos ponemos en primera persona, no nos quedamos tranquilos. Y nuestro corazón grita, como gritaba el corazón de aquella señora que tras habernos llamado ladrones, no sabía si salir o no de la farmacia, a quien no le bastaba con decir que ella era “la única persona buena” si después no actuaba como tal.

Matteo dice: “Lo que más me ha gustado es que escribiendo a mi padre, que estaba colaborando también con el Banco Farmacéutico en Italia, me he dado cuenta de que estaba haciendo algo más grande que yo mismo, y que todos estábamos compartiendo lo mismo: mis amigos (también los que estaban en otra farmacia o en otros países) y yo estábamos compartiendo la misma cosa. Aunque no conocía a muchos de los voluntarios, les sentía amigos míos porque habíamos compartido algo juntos y porque teníamos clara la razón por la que estábamos allí, que es una manera de responder otra vez al encuentro que ha sucedido en mi vida”.

En el encuentro de voluntarios que hubo después, escuchamos una gran cantidad de testimonios sobre lo que había ocurrido aquella mañana, pero todos hablaban de lo mismo. Hablaban (como hablábamos estos días en Escuela) de que somos deseo de bien, deseo de justicia, deseo de ser queridos y somos deseo de cumplimiento del destino del otro. Tanto los voluntarios como las personas que entraron a las farmacias y en mayor o menor grado colaboraron, salíamos de allí con esa herida buena del corazón. Esa herida que se abre cuando descubrimos en acto que nosotros no podemos cumplir nuestro propio deseo (ni siquiera el de las personas a las que ayudamos con aquellos medicamentos). Y sólo reconociendo al otro por lo que es, interesándonos gratuitamente por el destino de aquellos a los que preguntábamos, y sólo sabiendo que con aquel pequeño gesto de cuatro horas una mañana de sábado seguíamos respondiendo a la pregunta “¿Quién soy yo?”, sólo así descubrimos que aquello había merecido la pena. Porque todos (también aquellos que no le podían poner nombre a lo que había sucedido) volvíamos contentos a casa.

En los ejercicios de los universitarios decía Julián: “Dios nos ha puesto delante cosas concretas que nos atraen, que nos abren, que abren toda la capacidad de nuestra razón, de nuestro afecto, todo el deseo ilimitado que tenemos y que es necesario despertar continuamente.” Y eso ha sido para nosotros el Banco Farmacéutico.

Gracias.

Matteo, Andrea, María y Kenia