Un SMS inesperado

Un mensaje inesperado de un alumno durante las vacaciones que te permite reconocer que el deseo de Dios está grabado en cada alma humana.

Han sido dos semanas de vacaciones, lo más deseado en el horizonte escolar de los alumnos. Lo normal es que en medio de la algarabía de las fiestas no se acuerden ni de las clases ni de los profesores. Es natural y es así. Pero al ir pasando los días me doy cuenta de que los alumnos no se pueden descolgar totalmente de su propia humanidad, del deseo despertado en una relación y del drama de la vida frente a ese deseo infinito.
Así que a mitad de las vacaciones, pasada la distracción inicial, empiezan a gotear los mensajes de los chicos. Unos son simplemente para felicitar el año nuevo o para preguntar qué me han dejado los Reyes, pero que implica una relación afectivamente significativa. En un mensaje nocturno e imprevisto que recibo en la noche de Reyes, el asombro ante las estrellas le hace recordar su significado: «¡Mire al cielo! ¡Como aquella noche con Mario! Las acabo de ver desde la azotea». Otro es más dramático, pero no menos real: «Profe, tengo miedo a morir». Un mensaje inesperado de un alumno —no sé de dónde sacó mi número de teléfono— me llamó especialmente la atención porque decía sencillamente: «Profe, ¿dónde vives?».
Cada mensaje de estos últimos días expresa un corazón que vive, que se asombra, que sufre, que se pregunta. Es la espera de alguien que escuche, de alguien que entienda, como en la conocida canción de Coldplay. Reconozco en mí esa misma necesidad, el mismo deseo que ellos, y esto me permite ponerme a su lado para caminar. Al comenzar de nuevo las clases, tengo la certeza del corazón de mis alumnos tal como Dios lo ha hecho y que me permite confiar como confía el Papa cuando dice: «La primera razón de mi esperanza consiste en que el deseo de Dios, la búsqueda de Dios está profundamente grabada en cada alma humana y no puede desaparecer. Ciertamente, durante algún tiempo, Dios puede olvidarse o dejarse de lado, se pueden hacer otras cosas, pero Dios nunca desaparece».

Andrés Bello