¿Qué llevo en el corazón después del terremoto?

Una de las responsables de Familias para la Acogida en Italia escribe esta carta a su amiga Virginia, en la que relata cómo está viviendo las últimas semanas, tras el terremoto que ha sacudido la zona en la que vive.

Queridos amigos, me gustaría contaros lo que he vivido en este último periodo.
En la zona donde vivo sufrimos desde el 20 de mayo continuas réplicas del terremoto. El día 20 nos despertamos en medio de la noche (eran casi las cuatro) con una sacudida muy violenta; todo estaba desperdigado por el suelo, los muebles amontonados en la pared, todo se movía. Con las primeras luces del día, empezamos a ver que varias iglesias habían resultado dañadas, igual que todo lo que está ligado a nuestra historia, todo a ras del suelo. Quinientos años de historia convertidos en polvo en 20 segundos.
Pasamos unos días con varias réplicas más ligeras, dormíamos en el coche y poco a poco muchos iban re-iniciando su actividad laboral.
La del martes 29 fue una jornada terrible. Todo comenzó a las nueve, con el primer movimiento, yo estaba en San Possidonio y en un momento todo empezó a moverse, el campanario se cayó a pocos metros de mí, el asfalto no dejaba de moverse, los edificios oscilaban de un lado a otro. Toda la gente que veía a mi alrededor lloraba, gritaban con la mirada perdida y desesperada.
Mi primer pensamiento fue pedir al buen Dios que se hiciera presente y al mismo tiempo resonaban en mi cabeza las palabras de Job: “El Señor me lo dio, el Señor me lo quitó, bendito sea el nombre del Señor”.
Volví a casa corriendo y empecé a buscar a mis familiares y amigos más cercanos: las líneas telefónicas, las calles, todo estaba bloqueado.
Unas horas después, supe que todos estaban bien.
La tierra tembló durante varias horas con mucha fuerza, se oían los ecos de los derrumbes que se producían alrededor y mientras tanto iban llegando las primeras noticias de personas que habían quedado sepultadas bajo los escombros.
¿Qué llevo en el corazón después de todo esto?
- Una gran paz. El Señor se hizo presente inmediatamente mediante una compañía de amigos que nunca nos dejó solos. Cientos de mensajes y llamadas (el primero fue Alberto, que a los pocos minutos, de madrugada, me preguntaba: ¿cómo estás?). Todas las noches me acuesto conmovida y agradecida por vuestra cercanía, signo de Su abrazo, y viene a mi mente lo que nos reclamaba Carrón en el treinta aniversario de Familias para la Acogida: “te he amado con un amor eterno y he tenido piedad de tu nada”.
- Hay pobreza, algunos de nuestros amigos han perdido su casa o su trabajo, muchos no pueden volver a entrar en sus casas, bien porque están destrozadas, o bien porque tienen demasiado miedo. Con el terremoto, yo he perdido una casa de campo en la que tenía todos los muebles y objetos personales acumulados a lo largo de treinta años de mi vida: libros, fotos, ropa... Para nosotros se ha hecho evidente que te puedes levantar en medio de la noche y no tener ya nada de lo que era tuyo. Todo lo que hay me es dado, también mi propia vida. Qué estupor levantarse con esta conciencia cada mañana, el corazón se desborda de gratitud porque existo, porque existen mis seres queridos y porque existen todos mis amigos.
Sigo siendo elegida y amada por Jesús, y percibo esta preferencia como lo más valioso de mi vida.
Ahora, en la zona donde vivo, en un radio de treinta kilómetros, no hay ninguna iglesia, todas han quedado gravemente dañadas. Frente a esto, me decía: Jesús, ahora somos nosotros los que tenemos que hacerte presente en el mundo.
Lo que se nos pide ahora es sostener la esperanza, que se haga evidente para todos que el Señor es más fuerte que el terremoto.
Queridos amigos, os agradezco vuestra cercanía y vuestras oraciones, os pido que sigáis rezando para que podamos ser testigos de Jesús: única Esperanza verdadera.
Un abrazo

Rita