«Si no me doy entero, no doy nada»

Una iniciativa pastoral que ayuda a recuperar la frescura de la fe y a no resignarse nunca a una existencia de funcionario o de triste "administrador de lo divino"

Queridos amigos, es verdad que lo que os voy a contar no es la más ortodoxa de las iniciativas pastorales-catequéticas. Visitar una casa muy pobre, hacia las nueve de la noche (os aseguro que en aquella zona a esa hora se bate el récord de peligrosidad), para la “pizza de los jueves”. Tras la “pastoral de las palomitas”, llega la “pizza de los jueves”. Cada semana, todos los jueves, voy a ver a una familia con hijos y, por sorpresa (habiendo avisado sólo a la madre) entro con un par de pizzas en la mano. Imaginad los saltos de alegría. Para mí es una gran ocasión para comenzar o profundizar relaciones, y sobre todo para contar qué hago yo en este lugar.
Así, cada siete días conozco una nueva familia. Una me lleva a la otra, amigos, vecinos, algunos me piden que vaya a darles la bendición, para ellos, para su casa, para sus animales… Otras quieren inscribir a sus hijos a la catequesis de la parroquia. Y así como decenas de pizzas.
La historia de Erika es una de mis favoritas. Es una mujer joven que ha tenido gemelas. Vive en la calle más bonita del barrio, pero en una de las casas más feas. Yo quería ayudarla, pues sabía de sus dificultades, pero antes de que yo moviera un dedo ya tenía a su alrededor a un montón de gente para apoyarla en sus tareas de madre: una le compra la leche en polvo, otra le ayuda a limpiar la casa, otra toma en brazos a una de las niñas, otra cocina… No hay hora del día en que esté sola. Ella sonríe, y en esa sonrisa puedes ver toda su gratitud.

Don Beppe es un “viejo” compañero mío de seminario con el que me ordené sacerdote en 1977. Gracias a él, el sindicato de policía de Cremona me ha hecho llegar por sorpresa una donación de 1.200 euros, ¡música celestial para mis oídos! Al principio no sabía cómo gastar ese dinero. Las necesidades son muchísimas y no es fácil, cuando uno vive inmerso en la necesidad, hacer proyectos. A menos que se trate de un curso de fútbol para mis chavales, de volley o de ballet. Pequeñas cosas, pero aquí hay que andar con pies de plomo, porque también por un proyecto se puede morir en Brasil. ¿Cuántas personas y grupos han recibido ayuda occidental y luego han sido abandonados? Incontables en mi populoso barrio. En el pasado, se movieron muchos, incluido el Banco Mundial y varias cooperativas. Teníamos muchas cosas en la cabeza, pero es difícil llevarlas a la realidad de los hechos porque siempre encuentras algún obstáculo, algún imprevisto, una razón que te frena, o sucesos que te sobrepasan.
De pronto se me ocurrió una idea: usar ese dinero para todas las actividades que podamos hacer durante el año con el grupo de chavales de 12 a 14 años. Así que cada domingo les proponemos un momento de convivencia que, empezando por la misa, pasa por ver una película, hacer juegos y terminar comiendo juntos un plato de macarrones, lasaña o alguna comida típica de aquí. Aparte, una vez al mes, a cambio de una mínima contribución que pido a los chavales, hacemos algo distinto: en marzo fuimos al zoo, en abril a jugar al bingo con los ancianos de una residencia, en mayo iremos de convivencia con un grupo de otra parroquia. Y después, ya veremos. ¿Sabéis qué nombre nos hemos puesto? Los “amigos de Edimar”.

También continúa nuestra presencia en las escuelas de la zona. El año pasado sólo daba clase a los pequeños, ahora también estoy con los jóvenes. Los primeros me ayudan a recuperar la frescura de la fe de la infancia. Los segundos, con toda su agitación y deseo, me enseñan a no resignarme nunca a una existencia de funcionario o de triste “administrador de lo divino”. Entre ambos, me recuerdan que si no me doy por entero, no doy nada de mí.

Emilio Bellani