Nacer en Haití

En una isla todavía en ruinas, donde parece que no hay futuro, mirar a un recién nacido es «una esperanza que conmueve». Y hay quién arriesga su vida para oir hablar de Cristo: «no podíamos perdernos la mirada de Jesús»

Es 12 de octubre en Puerto Príncipe (Haití). En esta isla Colón colocó la Cruz de Cristo por primera vez en el Continente Americano en un día como hoy.
Todo esta destruido en Haití, la Catedral y el Palacio Presidencial continúan en ruina, como la mayor parte de las casas de la ciudad. Las personas abarrotan las calles como si desconfiaran de los edificios
cerrados. La urgencia de comer cada día y asearse aprovechando cualquier chollo de agua son las prioridades de la mayoría de las personas.
El terremoto ha mostrado lo frágil y efímero de todo, incluidas las relaciones humanas.
La tierra se ha hecho insegura, y amenazadora. Las calles están destruidas, incluso las vías centrales de la ciudad están llenas de baches en cada metro, lo que ralentiza viajar en automóvil. Parecería que ha desaparecido la esperanza, que es razonable pensar que este pueblo no tiene futuro.
Los días que pasé en este país contradicen esta opinión.
El primer signo llegó con el nacimiento de un niño. Cuando llegué al puesto de salud en Waf Jeremie, Sor Marcela, me llevó deprisa al quirófano y me dijo: esta naciendo un niño y su vida corre peligro. De repente me encontré con un recién nacido al que intentaban auxiliar esta religiosa y dos enfermeras con poquísimos medios técnicos. Lucharon durante una hora por salvarle y no
faltaron nuestras oraciones. Al final consiguieron reanimar al bebe.
La madre, que no le había dado aún un nombre, lo tomó en brazos y se lo llevo a su chavola caminando.
Nacer es llegar y traer una esperanza. Todas las tristezas desaparecen cuando nace un niño. Desde la ventana del improvisado quirófano se podía ver llegar un velero al puerto. Pensé: cuantas coincidencias.
Qué belleza llegar, ¡cómo no conmoverse y apasionarse por el inicio¡ Mi curiosidad por lo que me estaba mostrando el día fue en aumento. Por la tarde fui a visitar al Nuncio Apostólico y me contó que en este país todos cantan, que las ceremonias religiosas están acompañadas siempre por muchos cantos y para ello se visten de blanco. De nuevo algo indestructible: la belleza, la musica que no pudo
destruir el terremoto.
Al final del día nos reunimos las ocho personas del movimiento que viven en Haití para presentar los contenidos del inicio de año. Al terminar el encuentro me enteré de que algunos arriesgaron la vida para participar en el gesto y ante mi perplejidad me dijeron : «No podíamos perdernos la mirada de Jesús que viaja por la historia desde el encuentro con Juan y Andrés en Galilea hasta hoy que nos llega a nosotros».

Julian de la Morena