El camino de Cristina, preguntándose el porqué de las cosas

JMJ en Madrid: trabajar con las ganas de ver a Jesús

La semana del 16 al 21 de agosto ha estado presente en mi cabeza durante muchos meses antes: “Papa”, “voluntarios”, “acogida”, “Newman”, “jóvenes”, etc., han sido las palabras que han estado por las cabezas de muchos jóvenes de todo el mundo, y yo he sido una de ellas (pero aún parecía muy lejana esa fecha.)
Yo veía que esto que iba a suceder era algo importante, pero no era totalmente consciente de qué significaba esta visita del sucesor de Pedro, ni tampoco por qué existía la figura del Papa, y por eso me tomé en serio el acto que preparamos en Picos sobre la autoridad y más concretamente sobre la autoridad de la Iglesia. ¿Por qué todos estaban tan contentos de que viniera? ¿Por qué aquel señor vestido de blanco podía ser importante para mi vida? ¿Por qué Dios elige a una persona para guiarnos a todos?
Llegó el fin de semana previo y noté cómo mi corazón empezaba a asombrarse cada vez que veía que el autobús estaba lleno de extranjeros con la mochila de la JMJ, al ver a tanta gente por la calle de tantos países diferentes, al encontrarme carteles con frases que animaban a estar atentos a lo que iba a ocurrir esos días, etc. Algo grande iba a suceder.
Los bachilleres y los del CLU empezamos la semana con un encuentro en el colegio Newman. Nacho Carbajosa nos ayudó a comprender qué significaba ser voluntario, es decir, por qué merecía la pena eso de “trabajar gratis”. Y se centró en tres puntos: “Esperaos un camino, no un milagro”, “Señor, tú lo sabes todo, tú sabes que te quiero” y “El trabajo es la forma más concreta, más árida y concreta, más fatigosa y concreta del amor a Cristo”.
Ha sido un regalo poder ver cómo se han llenado de gente todos los actos (me impresionó mucho ver en el acto de bienvenida a un matrimonio y sus siete hijos enanos, con el calor que hacía y la cantidad de gente que había), ver la ciudad de Madrid llena de tanta gente que venía por un motivo, a buscar lo mismo que busco yo cada día (pensaba: “aquí tiene que haber algo, realmente algo existe, no puede haber tanta gente loca”). Las exposiciones me han enseñado mucho: a observar, a fijarme, a ser consciente de cosas nuevas, etc. Pero me ha enseñado mucho más el trabajo que hemos estado haciendo como voluntarios: dar de comer a 1.200 peregrinos. He podido ver que soy débil y que, como decía Moni Llabrés, “está bien cansarse y a veces derrumbarse, porque significa que no somos máquinas que hacen un trabajo, y que nos preguntamos por qué hacemos las cosas”. He estado a gusto con la gente, he conocido a personas con las que jamás me había imaginado estar de risas, ni mucho menos hablando o dándonos ánimos. Me he sentido totalmente acompañada en cada momento, pero sobre todo un día que no podía con mi alma y que llegué más tarde a trabajar, porque vi que no se me medía por eso.
En estos días me ha sido más fácil aceptar que lo que Dios me va ofreciendo en la vida es mucho más grande de lo que yo puedo imaginar, y que lo que me ofrecerá en el futuro también será así (y estoy agradecida, porque llevo todo el verano intentando comprender esto): lo vi claro en el concierto de “La voz del desierto”: “Dios no juega con tu vida, ni su diversión es querer una cosa y mañana no. Cuando crees que ya lo entiendes ÉL siempre es mayor, sólo busca sorprenderte y darte lo mejor”. Y lo vi también en el acto de Cuatro Vientos, cuando caí en la cuenta de que yo era un punto pequeñajo entre tanta multitud, si somos tan diminutos y Dios nos quiere tanto, es que detrás de esto sólo puede haber AMOR.
Y hablando de Cuatro Vientos, ¡qué increíble fue esa tarde! Lo que estaba ocurriendo allí era tan grande que ni la lluvia pudo apagarlo. Estar en el altar fue algo increíble, pero no por el hecho de ver mejor, sino porque creo que me puso allí delante por algo. ¿Porque fue bueno que al ver la cabeza del Papa allí a lo lejos, algo dentro de mí se removiera? Quién sabe, Yara decía que iban a estar allí las que más lo necesitaran y yo, ilusa de mí, pensaba que ya lo tenía todo y que por eso no me iba a tocar. Otra vez, me equivoqué y fue una bonita forma de darme cuenta de que no puedo dar las cosas por hecho, y de que necesito buscarLe cada día.
Estoy segura de que compartir estos momentos juntos, con mis amigos y con Pablo, hace que nuestra amistad sea más sólida. Me ha gustado poner en común en casa lo que cada uno habíamos hecho durante el día, porque, aunque fueran planes muy diferentes, no era muy difícil ver que todos lo hacíamos con las mismas ganas de ver a Jesús, ya fuera a través de exposiciones, de amigos, de conversaciones, de peregrinos o de los actos con el Papa. Me queda como tarea pendiente la de leerme lo que ha dicho el Papa y entender mejor su figura, contar lo que he vivido y buscar vuelos a Río de Janeiro.

Cristina Linares