La misma pregunta

JMJ. La carta de Carmen cuya fe y deseo se han visto cambiados por la visita del Papa.

Al concluir ayer, en el aeródromo de Cuatro vientos, la misa con la que culminaba la JMJ, el pontífice se despidió de la multitud con esta invitación: “Ahora vais a regresar a vuestros lugares de residencia habitual. Vuestros amigos querrán saber qué es lo que ha cambiado en vosotros después de haber estado en esta noble Villa con el Papa y cientos de miles de jóvenes de todo el orbe: ¿Qué vais a decirles?”.
Quiero responder en primera persona. Ha cambiado mi fe y ha cambiado mi deseo. Si la fe se trasmite a través de hechos y palabras intrínsecamente unidas, lo que me ha cambiado es, en primer lugar, un hecho que ha estado ante los ojos de todos: la presencia de Benedicto XVI. Como solía repetir don Giussani, la experiencia humana no es una premisa para la fe, es su verificación convincente. Es lo que he podido disfrutar en este encuentro. En estos días he visto de cerca a un hombre de 84 años que sabe mirar como un niño, que tiene esa curiosidad tan propia de la más verdadera juventud, que disfruta viendo aparecer a un caballo en la Puerta de Alcalá o aguantando la lluvia como yo no he sabido hacer, que aprende mientras observa, que se inclina siempre ante el hombre que se le acerca, que sonríe como sólo un corazón amante puede hacer, un hombre libre que no defiende su convicción, sino que remite a Otro que merece un asentimiento personal. Un asentimiento que en mí se ha renovado como en los días del primer amor. “Cor ad cor loquitur”, decía el cardenal Newman. “Un hombre habla del Hombre”, podríamos decir hoy; una humanidad concreta y particular habla de esa Sagrada Humanidad, que tanto veneraba Teresa. La inteligencia de la realidad que rebosa en los discursos que Benedicto XVI nos ha dirigido será objeto de estudio en los próximos meses. La humanidad contemplada es desde ahora objeto de un deseo más claro y profundo. De mayor quiero ser como él.

En la homilía de la misma celebración eucarística, el Papa comentando el evangelio de Mateo (16, 13-20), dijo: “vemos representados como dos modos distintos de conocer a Cristo. El primero consistiría en un conocimiento externo, caracterizado por la opinión corriente. A la pregunta de Jesús: «¿Quién dice la gente que es el Hijo del hombre?», los discípulos responden: «Unos que Juan el Bautista, otros que Elías, otros que Jeremías o uno de los profetas». Es decir, se considera a Cristo como un personaje religioso más de los ya conocidos. Después, dirigiéndose personalmente a los discípulos, Jesús les pregunta: «Y vosotros, ¿quién decís que soy yo?». Y Pedro responde con lo que es la primera confesión de fe”. Pues, la misma pregunta, nos la ha planteado con suave y fuerte persuasividad la presencia de Benedicto XVI: ¿quién es él que puede dar forma a una humanidad como la suya? Responden los hechos.

Carmen Giussani