¿Quién ha escrito ese libro sobre mí?

En uno de nuestros viajes a Uganda estuvimos en Matany, un hospital de los combonianos aislado en medio de la sabana semidesértica del noreste del país. Los domingos a las 16h teníamos la Escuela de Comunidad, que se anunciaba en el tablón de anuncios del hospital. Asistían unas 30 personas, algunos trabajadores del hospital, pero sobre todo enfermos. Además de nosotros dos, sólo había dos personas de CL, el director del hospital, Daniele Giusti, italiano; y Joseph, un joven ugandés que trabajaba en la administración. El resto, mezcla variopinta de católicos, protestantes, musulmanes y animistas, todos escuchando y participando muy activamente. Precioso.
Leíamos El Sentido Religioso. Joseph era de un poblado cercano. Desde los 6 años, desnudo y con su arco al hombro, había pastoreado con su hermano las vacas de su padre, a veces sin volver a casa en varios días. A los 10 años se escapó para ir a la escuela, y finalmente entró como auxiliar administrativo en el hospital. Un día me contó cómo había conocido el movimiento: «Un domingo, a poco de llegar, vi anunciada la Escuela y, como no había nada que hacer, pensé ir, sin muchas ganas porque ya habían venido a mi poblado unos blancos leyendo de un libro gordo (eran protestantes) que no me habían gustado. Cuando llegué acababan de empezar, y por si acaso me quedé de pie junto a la puerta. No leían de un libro gordo, sino de uno finito, y eso me pareció interesante. De pronto me quedé paralizado, porque me di cuenta de que estaban hablando de mí. ¡De mí! No podía moverme del susto. Pensé que todos se iban a dar cuenta de que hablaban de mí y se volverían a mirarme, pero no, no me miraban. El director seguía leyendo. Pero, ¿quién había escrito ese libro sobre mí? ¿Quién había en Europa que sabía lo que yo pensaba cuando cuidaba las vacas? ¡Si ni siquiera se lo había dicho a mi hermano! Era el capítulo VI de El Sentido Religioso, con la poesía de Leopardi Canto nocturno de un pastor errante de Asia. Me fui al terminar, pero no podía con la impaciencia de esperar al siguiente domingo y saber qué más decía ese libro».

María Rosa, Madrid (España)