Los chicos de GS cantan en la plaza de San Marcos.

Una góndola para quinientos

Durante las vacaciones de Navidad fui a la región del Véneto con mis amigos de GS. Éramos muchos, casi 500, todos alumnos del Instituto Sacro Cuore y el Liceo Carducci de Milán. Primera parada: la Capilla de los Scrovegni en Padua. Contemplando los frescos del Giotto, nos sorprendimos al descubrir hasta dónde puede llegar la expresión de la fe en Dios. Mirara a donde mirara, todo era azul, su presencia domina en cada pintura y da unidad a todas las escenas.
Delante del fresco de la Anunciación, mi amiga Chiara me hizo ver cómo la luneta dedicada a la Virgen expresa el silencio y la espera de María, cuya vida estaría determinada por aquel hecho, y cómo las columnas que sostienen la habitación de la Virgen están representadas según una perspectiva inversa: el efecto óptico hace que el observador se convierta en el verdadero receptor del anuncio.
A la mañana siguiente, algunos fuimos a la playa al amanecer para rezar allí el Angelus. Mientras caminábamos hacia la costa, nos dimos cuenta de que otros amigos habían tenido la misma idea que nosotros, así que nos juntamos. Ya en el mar, un amigo se me acercó sonriendo y me dijo que el azul que Giotto usó para la capilla de los Scrovegni es como la fe, capaz de unir a personas diferentes, que antes ni siquiera se conocían.
Llegamos a Venecia y después de un precioso paseo en góndola decidimos vender la revista Huellas en la plaza de San Marcos. Cada uno de nosotros tuvo que dar cuenta de la experiencia que nuestra compañía nos propone ante la multitud de turistas. Muchos de ellos seguían caminando con indiferencia, era toda una victoria el hecho de encontrar a uno o dos dispuestos a escucharnos. Pero de esos diálogos, aunque fueran pocos, emergía siempre el deseo de algo capaz de apagar la sed de verdad. Muchos estaban desilusionados y me respondían que “a día de hoy los milagros ya no existen”. Yo, sin embargo, les desafiaba: ver a 500 chavales que pasan juntos el fin de año cantando (estaba con nosotros el coro de los alpinos) y dando gracias a Dios en la Misa de la Basílica de San Marcos, ¿no era tal vez un milagro?
En este punto algunos cedían y aceptaban escuchar mi presentación de la revista, otros se iban, pero ninguno me rechazó. Es verdad que “eres capaz de cambiar al otro sólo cuando reconoces a Aquél que te cambia a ti”, como nos dijo Nicola Boscoletto, el vicepresidente de la asociación Giotto de Padua. Porque “lo que te cambia a ti puede cambiar el mundo. No existe un bien para ti que no sea un bien para todos”.

Anna