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Visita del Papa a Gran Bretaña: un abrazo al vicario de Cristo que permite ser más nosotros mismos

La visita del Papa a Gran Bretaña ha sido un gran acontecimiento histórico y una esperanza para el futuro.
Para entender el significado de este viaje, hay que recordar algo de su contexto histórico: la ruptura de Enrique VIII con Roma hace casi quinientos años, los siglos de violencia que la siguieron, la persecución y ejecución de católicos (entre los más conocidos Thomas More, John Fisher y Edmund Campion), la reinterpretación de nuestra historia mediante leyes adoptadas en el parlamento y la consecuente concepción de Inglaterra como nación distinta y separada de sus hermanos europeos, orgulloso hijo de su propia tradición, la introducción del protestantismo, la progresiva secularización de nuestro país en las décadas recientes, el debilitamiento de la iglesia anglicana, cada vez más diluida además en un pueblo progresivamente más plural, hasta ubicarse actualmente tal vez entre los más “modernos” y liberales del mundo. Esta concepción “moderna” es la que se ha visto radicalmente reflejada en los medios de comunicación en las vísperas de la visita del Papa, que auguraban una recepción fría e incluso agresiva al pontífice, proclamando la irrelevancia de la fe con respecto a los problemas del hombre de hoy.
Sin embargo, esta concepción moderna supone una reducción tremenda de quiénes somos. Y, gracias a Dios, se ha podido detectar en tiempos recientes los signos de una novedad, de algo distinto, que desafía este relato. Este cambio empieza tal vez a percibirse con claridad con John Henry Newman, eminente pastor anglicano, profesor de Oxford y amante de su país y tradición, cuya conversión al catolicismo el 9 de octubre de 1845 fue fruto de su reconocimiento de la Iglesia Católica como verdadera raíz de nuestra fe y cultura, depósito de la plena gracia de Cristo y obra divina. Los últimos años han sido testigos de un acercamiento de la Iglesia Anglicana a Roma a través de un diálogo positivo, aunque no sin dificultades, y de la conversión masiva de un gran grupo de anglicanos el año pasado mediante una fórmula particular creada para ellos por el Papa. Tampoco ha sido baladí la conversión del ex primer ministro Tony Blair hace unos años.
Es más, la Iglesia anglicana, y sus cabezas la Reina Isabel II y el arzobispo Rowan Williams, han demostrado una apertura realmente sorprendente ante la visita del Papa. Por primera vez desde la reforma, el Papa ha sido invitado oficialmente a nuestra isla y ha recibido la plena acogida de los poderes públicos. Y muchos de los gestos se han realizado de forma conjunta y en lugares de gran significado (Westminster Hall, el lugar del juicio de Thomas More, Hyde Park, cerca de Tyburn, lugar de la ejecución de centenares de mártires católicos, y también protestantes) con el decidido objetivo de afirmar la verdad que une a las dos iglesias y pedir por la unidad.
Mi expectación personal ante la visita era muy grande también por mi propia experiencia de conversión, que ha supuesto el descubrimiento de la Iglesia Católica como lugar de la verdad, encuentro con la persona de Cristo, que explica toda mi existencia y me abre a la profunda verdad y belleza de lo que soy y lo que he recibido, incluyendo el país y cultura que he heredado y amo profundamente. Todo ello ha hecho nacer en mí la gran esperanza de que todo el pueblo inglés pudiera también volver a descubrir quién es a través del encuentro con Cristo, y nacer de nuevo. Con esta petición mi mujer y yo, junto con nuestros hijos, hemos ido frecuentemente en estos últimos años a Littlemore (el lugar de conversión de Newman) y Walsingham (santuario de la Virgen en Inglaterra).
No es casual que todo esto suceda justamente en el momento de la beatificación de Newman, ni que el Papa haya querido muy excepcionalmente venir él personalmente a Inglaterra para presidir la beatificación. El hombre de fe, sensible a Su presencia, venía expectante de ver Su gloria.
Con todo ello, lo que ha sucedido en Gran Bretaña estos días no deja de ser una tremenda sorpresa y un acontecimiento que ha superado toda expectativa. Se ha visto cómo la gente ha salido a la calle a recibir al Papa, se ha visto su gran alegría y expectación, se ha visto una comunión entre todos. Tan objetivos han sido estos hechos que los medios de comunicación se han visto obligados a reconocerlos y cambiar su postura. En la misa de la beatificación de Newman, sólo para indicar un ejemplo, me sorprendió cómo surgió un silencio espontáneo de 50.000 personas tras la recepción del Papa mientras esperábamos el inicio de la misa, un silencio que fue realmente imponente, fruto de una presencia innegable, no de un programa preestablecido.
En suma, se ha visto la victoria de Cristo, ese gran Corazón que habla al corazón del hombre (y que lo hizo especialmente a través de sus humildes y tiernos servidores Benedicto XVI y John Henry Newman) y que rompió todas las limitaciones del pensamiento moderno, precisamente porque corresponde al gran anhelo del corazón del hombre. El mismo Corazón por el cual murieron Thomas More y Edmund Campion, y tantos otros hace siglos, ha demostrado una potencia que desafía el tiempo y el espacio. Y no una potencia de fuerza, sino una potencia de caridad, sacrificio, paciencia y verdad.
Es más, hay una característica inconfundible de la acción divina y es el respeto, más que respeto, profunda conmoción, por el hombre particular con su libertad. El pueblo británico se ha expresado durante este viaje del Papa con todos los rasgos particulares de su identidad: los cantos, la discreción, el cuidado de los detalles, etc. La gente ha podido sentirse orgullosa de quiénes son y cómo se expresan. Hemos celebrado a Newman, una figura profundamente inglesa y, entre los que le conocen, amada tanto por católicos y anglicanos. Aunque pueda parecer paradójico, el hecho es que el abrazo al vicario de Cristo ha permitido que seamos más nosotros mismos.
Como me dijo un hermano del Oratorio de Birmingham hace unos años: tras la ruptura con Roma, ha estado casi ausente la cara inglesa de la Iglesia. Dicha cara ha podido resplandecer milagrosamente estos días y se ha dado, me parece, un paso real en su recuperación. Pido ahora que lo que ha empezado sea llevado hasta su pleno cumplimiento.

Paul Anthony Hitchings