El voluntario que nunca quería descansar

A través de la presencia de Gabriel, Irene puede no dar por descontado nada y vivir intensamente el Meeting ella también

El Meeting es algo muy grande; en él participan ministros, intelectuales, jefes de estado, obispos y cardenales, y mucha gente normal que, cada vez más, llega de todos los países del mundo. Frente a un espectáculo de humanidad así me surgía una pregunta: ¿Quién eres Tú, oh Cristo, que mueves la vida y el corazón de tanta gente hacia Ti, hacia esta compañía que sólo se funda en Ti y sólo consiste en Ti? Esta pregunta es lo que me permite respirar en cada circunstancia, también en aquellas en las que Su Presencia se oculta tras el límite, la enfermedad, las dificultades materiales, pues me ayuda a ver las cosas grandes, como el espectáculo admirable del pueblo del Meeting.
Empiezo así, un poco a lo grande, para referirme en realidad a un particular muy concreto de entre los 800.000 visitantes y demás cifras del Meeting. Un particular que se llama Gabriel y es mi hermano. Tiene 18 años y muchas limitaciones, sobre todo cognitivas, a causa de una grave enfermedad que le acompaña desde sus primeros años de vida. Ahora está mejor, después de tanta rehabilitación, pero para él, relacionarse, conocer el mundo, participar en la vida –como hacemos nosotros- supone un trabajo mucho más duro y con resultados aparentemente mucho menos satisfactorios que para cualquiera de nosotros.
Sin embargo, en el Meeting ha estado contentísimo. Era uno de los muchos voluntarios, aunque un poco diferente. Tendríais que ver con qué impaciencia entró el sábado para acreditarse y con qué fuerza se puso su tarjeta y su camiseta azul. Una era ya más que suficiente para él (ya lo tenía todo) y ha costado trabajo convencerle de que podía (más bien, debía) coger una más; naturalmente, fue mucho más difícil hacer que se la quitara por la tarde para poder lavarla. Quizá ninguno de los muchos voluntarios ha realizado este gesto tan sencillo con tanta intensidad. Desde luego, yo no. Igual que he dado por supuesto en muchos momentos la posibilidad de servir con mi trabajo a una obra como el Meeting. De hecho, quitarme el uniforme por la tarde era llegar por fin al “merecido” descanso, pero para Gabriel no era así.
“Yo trabajo en el Meeting”. Cuántas veces habrá dicho esta frase a todos los que se encontraba. Y por extraño que parezca, ha debido trabajar realmente, por lo que dicen los de su turno. Por la mañana lo llevaba a la puerta para dejarle con el grupo de universitarios encargado de la preparación de las salas, dirigido por Alberto. Todas las mañanas me preguntaba –yo que tantas veces le miro con impaciencia- cómo era posible que aquellos chavales, jóvenes, fuertes y guapos, con sus gafas de sol y su cigarro en los labios, se interesaran y acogieran a Gabri, tan alejado de su nivel de conversaciones y de sus deseos materiales, tan limitado en sus expresiones verbales, reducidas a repeticiones y estereotipos, tan difícil de manejar para nuestra familia, marcada fuertemente por su presencia.
Y esta pregunta tiene la misma respuesta que la pregunta inicial: ¿Quién eres Tú, que me haces empezar así mi jornada riminesa? ¿Quién eres Tú, que generas una compañía tan grande y verdadera que hace que este hermano mío se sienta contento y útil en un mundo que, tal vez, preferiría no haberlo dejado nacer? ¿Quién eres Tú, que acoges el límite de cada uno y lo salvas, lo transformas igual que transformas la cara de Gabriel, normalmente ausente, soñolienta y atontada, y ahora alegre e intensamente presente? En definitiva, ¿quién eres Tú, que a través de la presencia de Gabriel me invitas a no dar por descontado nada, y haces que me descubra preferida y abrazada por entero?

Irene (Milán)