Vientos de guerra: la guerra del Papa
«Nunca ha experimentado el hombre como en este comienzo de milenio lo precario que es el mundo que ha construido. Me impresiona personalmente el sentimiento de miedo que atenaza frecuentemente el corazón de nuestros contemporáneos». De esta forma habló el Papa en el discurso que dirigió al cuerpo diplomático acreditado ante la Santa Sede el lunes 13 de enero de 2003. Hizo después un largo elenco de las situaciones de injusticia, de guerra y de pobreza que pueblan nuestro mundo.
«Pero todo puede cambiar. Depende de cada uno de nosotros». Y expuso a continuación los «imperativos» positivos (“sí” a la vida, respeto del derecho, deber de solidaridad, “no” a la muerte, al egoísmo, a la guerra) que sostienen la vida y la exigencia de felicidad de los hombres: la búsqueda de estos imperativos es el factor de construcción de la paz que el Papa afirma, cristianamente apasionado por el destino de los pueblos, porque en él se realiza el destino de cada persona individual y concreta.
El Papa está por la paz, pero no es un pacifista. Él llama nuestra atención sobre el hecho de que la paz no es el resultado de una estrategia política que venza a otra estrategia (también Bush dice que hace la guerra para construir la paz); la paz es el resultado dramático de la búsqueda de la Verdad y de Dios, el Único que puede derrotar esa enemistad entre los hombres que parece inevitable. Desde este punto de vista, el Papa, al luchar por la paz, está más en guerra que todos – pues «la paz no es la virtud de los cobardes», como decía Mounier - y nosotros estamos con Juan Pablo II, porque ofrece incansablemente su fe y su testimonio al mundo que en su mayoría no quiere la guerra, pero que tampoco hace nada por la paz, porque no sabe lo que quiere ni lo que tendría que hacer. Mientras, en medio de esta confusión, se sigue combatiendo y se sigue extendiendo esa tendencia de muerte y esa incapacidad de esperar que son el verdadero objetivo del ataque del Papa.