Una tragedia con la potencia de una profecía
Casi nunca estudiamos la ruta de los aviones, vuelan tan alto que desde abajo todo se ve igual. Pero existen cielos en guerra. Donde no se mira el pasaporte de los que pasan. ¿Tú en mi territorio? No sé quién eres, pero puedes ser peligroso. Según el principio de precaución, antes de que tú puedas hacerme daño a mí, te elimino yo.
Eso es lo que pasó el jueves en el cielo de Ucrania con el Boeing 777 de las aerolíneas malasias que viajaba de Holanda a Kuala Lumpur. Niños, gente de vacaciones, hombres de negocios. ¿Por qué han muerto? No tenían nada que ver con el enfrentamiento entre filorrusos y ucranianos independentistas. Alguno probablemente simpatizaba más por unos que por otros, la mayoría habría visto en la televisión imágenes del conflicto, pero…
Pero lo que ha sucedido, sea quien sea el que haya lanzado el misil, nos demuestra que nadie está fuera del objetivo del odio. La primera línea puede estar en todas partes. El terrorismo yihadista ya nos había situado, fuésemos donde fuésemos, y pensásemos lo que pensásemos, en el punto de mira. Ahora, si la leemos bien, esta tragedia tiene la potencia de una profecía. Nos dice que debemos movilizarnos por la paz. Y el primer movimiento es aceptar la enseñanza nos llega de la sabiduría de la Iglesia, mediante la voz de los Papas: reconocer que la paz es un don precioso y delicado, que debemos mendigar con el corazón consciente de que, sin inclinarnos ante el Dios revelado o ignoto pero buscado, estamos destinados a terminar hechos pedazos.
Recordémoslo. La guerra, incluso la financiera, que se combate con sanciones, con spread, con vetos y bloqueos, tiene una terrible sed de fuego y de sangre. En el fondo, pensar que este tipo de guerra moderna conlleva, como mucho, pobreza, pero no ruinas humeantes ni cuerpos mutilados, es propio de un minimalismo que nos deja pasivos, condescendientes con las grandes operaciones del poder. Lo que ha sucedido en el cielo de Ucrania oriental, entre Kiev y Moscú, nos devuelve para bien y para mal a la realidad. Todas las guerras afectan a todos, implican en esta época nuestra, mucho más que en el pasado, a cualquiera que construya el escenario del mundo. No solo en sentido digamos espiritual, por la resonancia cósmica que tiene el mal, sino en sentido físico.
El mundo se ha hecho pequeño, inquieto, dispuesto a apretar el gatillo, cuando el dedo del poderoso ya no obedece a ideologías en último término previsibles sino al puro imperativo del poder, que se mueve según el flujo del dinero, de los antiguos nacionalismos, del racismo, de cualquier pretexto para dominar a los pueblos y abandonar a las víctimas “como ovejas sin pastor”.
En el siglo XIII, inesperadamente, nació en Europa un gran movimiento de paz. Un grupillo de hombres y mujeres en torno a un hombre como Francisco cambió el mundo después de que algo extraño, alguien que se cruzó en su camino, empezara a cambiar su corazón.