Una presencia en el ambiente
Página UnoApuntes de una intervención de Luigi Giussani sobre Gioventú Studentesca. Reggio Emilia, 1964
Quisiera decir, de memoria, algo de lo que tratamos de hacer en Milán. Por eso mi intervención es más el testimonio de una tentativa que una exposición de principios o una conferencia. Cuando hablo con sacerdotes de otros ambientes o de otras zonas me resulta más evidente que nunca la observación que se acaba de hacer: que nuestro anuncio cristiano debe ser la respuesta a una situación, y que a situaciones diferentes hay que responder de forma diferente. Esto no quita para que existan preocupaciones y directrices que puedan ser comunes.
Antes de abordar la cuestión, quisiera establecer una premisa. Se ha hablado de “programación”: católicamente hablando, el programa nace automáticamente del hecho de la Iglesia, que es comunidad, comunidad en torno al obispo. Por eso, lo que hace un sacerdote en un hospital con los enfermos de una cierta parroquia y de un cierto párroco pertenece a un único gesto: pertenece al mismo gesto con el que el párroco ha bautizado a esas personas o les ha dado catequesis de Primera Comunión. No existe nada, por tanto, que tengamos que tratar de eliminar. En mi opinión no existe un delito más grave y clamoroso contra nuestro ser cristianos que ciertas divisiones o ciertos «me corresponde a mí, te corresponde a ti», o bien: «tienen que acudir aquí, no deben ir allá». El problema no se puede resolver con criterios o preocupaciones de este tipo («deben venir aquí o deben ir allá»). ¡Nosotros debemos ir adonde están ellos!
Este es el segundo aspecto de la premisa que estoy enunciando: la vida cristiana es una comunidad, una comunión concreta, es una comunidad en torno al obispo. Así, por ejemplo, la parroquia es una comunidad, forma parte de la comunidad eclesial, es comunidad ella misma. Por eso, si un individuo enferma y no puede acercarse a la parroquia a recibir la Comunión por Pascua, entonces el párroco se acerca a su casa o bien envía al vicario parroquial a su casa para que le lleve la Comunión. Pero es una única vida, la vida de una única comunidad, y estos dos gestos –dar la Comunión en la iglesia o ir a una casa a llevar el viático– son un solo gesto.
De forma análoga, los chicos van a la escuela y allí son introducidos en el conocimiento, toman conciencia del contexto de su vida de una forma mucho más profunda que en casa, en la parroquia o en las asociaciones. Muy bien, entonces la Iglesia, el obispo, manda un vicario parroquial, no ya a llevar el viático a casa del enfermo, sino a dar religión en la escuela. Es el mismo gesto, es un único gesto. Es interés tuyo, párroco, que se pueda llegar al chico de forma cristiana adecuada en el ambiente que mayor influencia tiene sobre él y que ahí pueda conocer el cristianismo. ¡Es el mismo gesto! Del mismo modo que, si hay un chico que asiste a mi clase de religión, pero no me escucha porque le resulto antipático, se tapa los oídos o estudia latín (y yo no puedo hacer nada, porque, supongamos, me enemistaría con él del todo, y entonces, discretamente, trato de no hacer caso), y sin embargo le cae simpático el cura de su parroquia, va a su parroquia, asiste a misa en su parroquia, participa en la asociación de su parroquia y no se adhiere al movimiento cristiano que aliento en mi instituto, yo diré: «Menos mal que va allí». ¡Es lo mismo! La mayor humillación para el que trabaja para el Reino de Dios, que es uno solo, para aquel que se esfuerza por trabajar para su obispo (porque la Iglesia está unida en torno al obispo), la humillación mayor es la de ser considerado por los propios hermanos como un tránsfuga o un «subversor», o bien un individuo que tiende a hacer su propio grupo y ya está. ¡Y sin embargo es el mismo e idéntico gesto!
Entonces, ¿con qué criterio distinguiremos los campos de nuestra acción? ¿Con qué criterio identificaremos lo que hay que hacer, si es necesario ir aquí o allá, si hay que llamarlos para que vengan o hace falta que vayan a otro sitio? El criterio es el principio cristiano fundamental de la encarnación. Al cristianismo le es esencial un cierto método, y el método es la encarnación. Porque la verdad podía permanecer Verbo de Dios y siempre sería la verdad; pero el cristianismo nace por el hecho de que el Verbo de Dios se ha comunicado de una cierta manera, y su primera característica fue justamente la kenosis, la condescendentia, como decía san Jerónimo, es decir, la adhesión a lo que es el hombre.
Alcanzar al individuo allí donde vive
Este es el criterio: el mensaje, la vida cristiana, la comunidad cristiana, la comunión cristiana debe alcanzar al individuo allí donde vive: ¡allí donde está! Pero este «donde está» no adquiere su importancia por el lugar físico, aunque siempre implica un lugar físico, porque el hombre no vaga por el aire, no es un ángel; llegar al hombre allí donde se encuentra significa llegar a él en ese contexto que más determina su desarrollo, en ese ámbito que más influye en su personalidad.
Ahora bien, resulta evidente que basta con una mínima observación –y no hay necesidad de distinguir entre la gran ciudad y la pequeña ciudad como hacía hace diez años– para darse cuenta de que, para el chico que estudia, que asistirá a la escuela hasta cierta edad (y también esto tiene ahora una importancia extrema, porque un chico a los catorce, quince o dieciséis años afianza su apertura, sus simpatías, su manera de abordar la vida, su apego a la vida), el ambiente sin comparación más determinante de la dirección que asumirá su personalidad en la vida es justamente el de la enseñanza superior, después la enseñanza media o profesional: es más, esta observación vale incluso desde algunos años antes.
En la escuela el chico no solo entra en contacto con todo lo cognoscible, sino que es introducido con autonomía, con responsabilidad personal, por primera vez con conciencia y responsabilidad personal, en todo lo cognoscible. Tratemos de pensar en la influencia que tiene un grupo de chicos que pasan juntos un año, dos años, cinco años. El juicio sobre el “cine” que van a ver, las chicas con las que irán, el tiempo libre, los juegos, el deporte que harán, incluso –en las grandes ciudades– la decisión de las vacaciones, todo viene determinado por las conversaciones mantenidas con los compañeros de escuela.
Este es un dato de hecho. Sobre este punto, la única objeción que se podría hacer es que no es verdad que la escuela y la convivencia escolar –por tanto no la escuela únicamente como cuatro muros, sino como lugar de toda una trama de intereses, relaciones, conocimientos, estímulos y reacciones–, no es verdad que la escuela con su ambiente ejerza una influencia sobre los chicos. A mí esta influencia me parece obvia, evidente: por aquello que les enseñan y por aquello que nace en las relaciones entre compañeros. Este segundo factor, además, es importantísimo; quizá mucho más que la enseñanza como tal, en cuanto que la enseñanza como tal es siempre filtrada según la mentalidad, según la reacción del ambiente de la clase. Muchos de nosotros pueden haberlo experimentado en primera persona. Por ejemplo, ¡cuántas veces lo que decimos es escuchado por cualquiera, también por el chico bueno, como condicionado por la reacción de la clase como tal! Si la clase, en su mayoría, es decididamente de mentalidad cristiana, las dudas disminuyen: el individuo escéptico o el ateo –por así decirlo– está menos seguro de sí mismo. Mientras que si la clase es escéptica, neutra, neutral, escéptica o atea, incluso al individuo más valiente de Acción Católica le entran dudas.
Por eso es justo decir, como ya hemos hecho, que la escuela se convierte cada vez más en el gran instrumento de la formación del hombre de mañana: no ya solo para esa proporción que cursa el liceo clásico o científico, sino para todos, y con un planteamiento cada vez más eficaz y capaz de reclamar a la actividad del individuo, cada vez más capaz de desarrollar la sensibilidad de convivencia, es decir, el sentido social del individuo.
Se ha dicho antes, haciendo referencia a la descentralización administrativa, que hace falta poner cristianos auténticos, cristianos formados, en los puestos directivos que regulan la convivencia con los demás. Pero la verdadera pregunta es: ¿dónde formamos a estos cristianos? ¿Dónde podemos encontrarlos? Pensemos en nuestros jóvenes, supongamos, de Milán, Bolonia o Turín. Para formarles, ¿debemos enviarles a los comités de las fábricas, junto a los comunistas, los socialistas y todos los demás? Y allí, ¿dónde se formarán? Es evidente que deberían llegar allí ya formados, porque allí deben sostener una posición cristiana. Nuestro verdadero problema, el único –lo demás no nos interesa, porque lo demás nace de aquí, nace automáticamente si resuelvo este otro problema–, ¡es cómo educar cristianamente! Porque todos se dicen cristianos, “demócrata cristianos”, pero no lo son dentro de la vida pública y social. Preguntémonos: en veinte años, con toda nuestra buena voluntad, con toda esta gente en el poder, ¿hemos conseguido crear una sociedad, desde el punto de vista cristiano, menos inadecuada? En definitiva, el verdadero problema es: allí donde pueda educar, debo hacerlo cristianamente. Nuestro único problema, desde el punto de vista social, civil, nuestro primer problema desde el punto de vista social y civil es una libertad para educar, una posibilidad de educar. Ahora bien, si la escuela es el gran instrumento de formación de los chavales, y la escuela es estatal –como es justo y está planteada actualmente, la escuela estatal no puede tener como finalidad la formación cristiana de los chicos, porque entonces los protestantes, los judíos o los comunistas ateos podrían objetar; como tal, la escuela estatal se autodenomina “neutra” (usamos la palabra en su sentido no negativo, casi un sentido discrecional): la escuela estatal no tiene, como tal, la tarea de formar cristianamente, tal como es concebida– y si los chavales están en la escuela desde los seis hasta los dieciséis años y la escuela es todo, y cada vez será más importante en la vida de los chicos, ¿dónde podemos nosotros encontrarnos con los chavales?
La escuela se está convirtiendo cada vez más en todo: es el intento lanzado por todos los movimientos laicistas y demasiado avalado, por superficialidad o ingenuidad, por nuestra parte. Han intentado –están intentando a través de las asociaciones escolares y los comités de instituto– hacer de la escuela el centro de toda la vida del chaval. Lo que es actualmente el comité juvenil del barrio para los jóvenes trabajadores debería ser el comité de instituto para los jóvenes estudiantes. ¡Estaríamos buenos! Debemos enviar a nuestros chicos a estos institutos, a estos comités o a estas asociaciones para sostener nuestras ideas; pero “nuestras ideas”, ¿cuándo se las damos? ¿Dónde les damos la formación? Las ideas no se pueden transmitir de forma abstracta, ¡no se puede! Una idea solo se comunica a través de la vida. Se ha hablado antes de “idea-fuerza”. Una idea-fuerza es una idea que entra en parangón vivo con el interés que tenemos, con el interés que las cosas nos suscitan.
No he planteado esta premisa porque sí, sino porque son esas las preocupaciones y las angustias que han dictado la fisonomía de nuestra tentativa.
Quisiera resumir ahora en dos grandes directrices metodológicas la organización de este propósito.
Hacer presente a la Iglesia en cada ambiente
En primer lugar, el Reino –ya se ha dicho antes– no in persuasibilibus humanae sapientiae verbis sed in potentia Spiritus, el Reino de Dios no avanza por obra nuestra, sino por la potencia de Dios. No hay comparación posible, es inconmensurable la eficacia de la comunicación del Misterio respecto a nuestra obra, nuestra obra natural, en cuanto humana. Ahora bien, ¿cómo actúa en el mundo el poder de Dios? A través de Jesucristo. Pero no el Jesucristo hombre de hace dos mil años, sino el Cristo total, resucitado, Cristo en su cuerpo místico, la Iglesia. Por eso el cristianismo se difunde a través de la presencia de la Iglesia, a través de esta presencia como tal: es necesario hacer presente hoy a la Iglesia en cada ambiente. Pero la Iglesia no es el individuo que cree ciertas cosas y que los domingos va a su parroquia para cumplir con ciertos ritos. ¡La Iglesia es más que esto! La Iglesia, para estar presente en un ambiente, debe traducir, actualizar, encarnar en ese ambiente sus características, que se pueden reconducir, metodológicamente, a estas dos: primera, la unión, la unidad, una unidad expresada de forma sensible, una comunidad, una comunidad de los cristianos en ese ambiente; segunda, una comunidad ligada al obispo, conducida de forma autorizada.
He dicho que quería reconducir a estos dos criterios, desde el punto de vista metodológico, la dirección a tomar. Sin embargo me vais a permitir que insista en el valor del primero: el cristianismo es una vida nueva, es otra forma de vida, es otra forma de vivir, no individual, sino esencialmente comunitaria. Por eso, que la Iglesia esté presente en un ambiente quiere decir que en ese ambiente está presente la comunidad de los cristianos como vida, que los cristianos viven la vida de ese ambiente, en su totalidad, lealmente, hasta el fondo, hasta los matices, viven los intereses que constituyen ese ambiente, pero desde otro punto de vista; en resumen, quiere decir que en el mundo existe este otro mundo. Yo seré “integrista”, pero me gustaría que me demostrasen que no es cierto lo que digo: hasta ahora nadie me ha convencido con sus objeciones.
Es necesario que en el ambiente esté presente un pedazo de la Iglesia, es necesario invitar a los cristianos a que se unan para vivir los intereses que nutren, que forman la trama de la vida de ese ambiente, desde un punto de vista distinto, con una modalidad distinta. “Juntos”, porque este “juntos” es esencial para ser cristianos. Aunque en una escuela solo hubiese uno, su actividad es testimonio solo en la medida en que tiende a expresar una comunión, en la esperanza de que la gracia de Dios le dé otros con los que unirse para crear una comunidad visible. De otra forma tendríamos posiciones socialmente evolucionadas, psicológicamente astutas y ascéticamente robustas, pero todavía no típicamente cristianas.
He dicho cómo hemos comenzado y cómo tratamos continuamente de comenzar: reclamando a los chicos, a los que se dicen cristianos y a los que quieren juzgar si seguir siéndolo, justamente para hacerles capaces de juzgar objetivamente el cristianismo, a esto: «Juntaos, juntaos bajo la guía de la autoridad ejercida por el obispo, para tratar de vivir juntos, bajo esa autoridad, todos los intereses que forman vuestra vida de jóvenes estudiantes».
Este es el criterio que tratamos de seguir: ajustarse lo más posible al método que la Iglesia utiliza y que se vuelve obligatorio. ¿Para qué ha creado la Iglesia la parroquia? ¡La parroquia no la ha creado Jesucristo con los apóstoles! ¿Por qué la ha creado la Iglesia? Por esta misma ley: para encarnar Su misterio en el ambiente en el que el hombre vivía. Si la movilidad del planteamiento social hace variar el conjunto, el contexto de influencia sobre el individuo, es necesario cambiar también el tipo de acción, el modo de interacción de la Iglesia en la vida. En Italia, por ejemplo, en donde el individuo tiene todavía mucho nexo con el ámbito familiar, la parroquia es todavía muy sólida; sin embargo, en el extranjero, en donde las cosas son distintas, la actitud contra la parroquia es mucho más feroz. Pero incluso aquí se defiende la parroquia por su utilidad; de lo contrario, la ley no estaría hecha para el hombre, sino el hombre para la ley.
Juntarse bajo una autoridad
Por eso les decimos a los chicos, lo digo abiertamente también en la escuela, que para comprender el cristianismo, para poderlo juzgar, para poderlo condenar críticamente o aceptarlo con inteligencia, tú, ateo comunista, tú, demócrata cristiano o tú, inscrito en la Acción Católica, debéis juntaros y participar en este intento por ver de qué modo la vida con todos sus intereses –porque la vida es una trama de intereses–, afrontada desde el punto de vista cristiano, puede ser explicada, puede ser (utilicemos la palabra definitiva) “valorada”. «Juntaos –les digo– bajo una autoridad», porque omnes docibiles Dei (todos serán amaestrados por Dios), no es nuestro cerebro el criterio que establece la verdad del cristianismo, sino la autoridad. Y la posición del cristiano, en cuanto tal, en cuanto cristiano, en cuanto que la comunión con Dios debe desarrollarse en él, tiene que ser educada, y esto supone la existencia de un maestro (por eso nada de “democracia de grupo”, entre el grupo, para no pagar una prenda también nosotros, para no “sacrificar” también nosotros a ciertos valores que se han convertido en ídolos, que se conciben como ídolos). Debes ser educado en este tipo de acción, por eso debes seguir al que conduce. El sacerdote que da religión debería ser o convertirse, cómo decirlo, automáticamente en el guía, en el pastor de este trozo de comunidad de la Iglesia: provisional, momentáneo y provisional, pero la medida de esta provisionalidad no está determinada por esquemas, sino por las necesidades. En este sentido entonces la clase de religión es como la predicación del párroco, o como la catequesis del domingo por la tarde: es un momento de una vida. Ciertamente pueden darse distintos inconvenientes –por ejemplo, alguno podría no sentirse movido a adherirse al grupo–, pero son inconvenientes que se pueden superar y que no consigo ver tan graves como para hacerme desistir del intento. Por otra parte, no puedo transigir en este criterio, porque no puedo engañar a los chicos. Les digo: «Daos cuenta de que vosotros no podéis examinar la fe cristiana discutiendo conmigo en la escuela, o bien leyendo la Historia de la investigación sobre la vida de Jesús de Schweitzer, o El origen del Cristianismo de Loisy, o la Vida de Jesús de Strauss, o bien discutiendo con vuestro profesor de filosofía; como tampoco podéis hacerlo leyendo nuestros libros –como el Grandmaison o el Braun–, porque podéis quizá comprender que Jesucristo ha existido y que verdaderamente ha sido así, pero la vida cristiana no os contagiaría, no se convertiría en mentalidad: llegaría a ser un punto fijo de erudición, no una vida». Por eso ya no son cristianos, ¡aunque admitan que Jesucristo es Dios! Digo «ya no son cristianos» como “mentalidad”; no nace ya la “personalidad” cristiana.
Siguiendo lo que la Iglesia hace, evidentemente, y una vez enunciadas estas directrices, yo trato de estar muy atento a no pedir supra quam possunt. ¿A qué obliga la Iglesia a los cristianos? A los sacramentos, a respetar los dogmas; a creer en los dogmas y a acercarse a los sacramentos. Por eso, el mínimo, la mínima expresión de esta comunidad –todo lo provisional y momentánea que queráis, pero real y decisiva para la formación de una mentalidad cristiana– que surge, que tiene su punto de partida en la escuela, el mínimo sobre el que se insiste es la participación en la misa y en los sacramentos. Pero en la conciencia de los chicos emerge otro punto de vista: la participación en la misa y en los sacramentos aparece como un compromiso que hace que esas cosas se vuelvan experiencia, en definitiva, el compromiso en una experiencia tal que participando en ella con atención se puedan aclarar ciertas ideas que eran abstractas, que se habían aprendido de memoria.
También a un protestante yo le invito a venir a misa. «¿Quieres saber qué es el cristianismo? Ven a nuestra misa». Lo decimos en todos los grupos que tenemos. En 62 escuelas de Milán tenemos grupos que están en acción sistemáticamente: algunos grandes (de 200 ó 300 estudiantes), otros menores, quizá algunos resisten durante años con tres, cuatro, cinco o seis, porque es necesario que seamos fieles a los principios y a las cosas justas independientemente del resultado. El resultado –el Reino de Dios– debe brotar de una fidelidad a lo auténtico, el buen resultado brota exclusivamente de la fidelidad a lo auténtico: de la fidelidad, con toda la astucia de nuestra inteligencia y con toda la sensibilidad de nuestra modernidad, a lo auténtico. El resultado que no deriva de esto es un resultado ambiguo: muere, muere enseguida. Cuántos círculos juveniles, cuántos círculos estudiantiles han tenido, por la valentía de una personalidad, una gran vida durante un año o dos; después se cambiaba a esta persona de parroquia y todo se acababa.
Yo digo, incluso a un protestante: «Si quieres juzgar qué es el cristianismo, la oración del católico, tienes que venir a nuestra misa». Por ejemplo, en mi escuela la tenemos los viernes. Como somos dos o tres y tenemos que asistir a todos los “raggi”, a todos los grupos, para las misas de la mañana hemos fijado una misa a la semana: insistimos en una misa en la que participen todos aquellos que se sienten cristianos o que quieren interesarse por el cristianismo. Y digo: «No el domingo, porque el domingo estáis ya obligados por la ley de la Iglesia: este es un gesto más libre, al cual quizá encontréis gente que os diga –vuestra madre, vuestro padre, vuestra tía, vuestra abuela–: “¿Por qué te levantas media hora antes para ir allí? ¿Estás loco?” (quizá porque es invierno)». El gesto debe ser lo más libre posible. Ahora no puedo subrayar todos los aspectos del tema, pero la libertad sí: una actividad, un compromiso es tanto más educativo cuanto más implica la libertad; entonces se personaliza el resultado de la acción.
A esta misa semanal que celebramos en mi escuela han venido muchas veces judíos y protestantes. Digo: «Tenéis que tratar de escuchar con atención nuestros cantos –naturalmente se trata de una celebración que preparamos lo más posible juntos, es un gesto común en la medida de lo posible–, debéis tratar de comprender el significado de las palabras, debéis decir Amén también vosotros». [...] Esto lo digo continuamente; naturalmente a los chicos hay que repetírselo mil veces, porque también nosotros éramos así cuando éramos pequeños: si mi padre no me hubiese estrechado la mano mil veces para hacerme decir «Buenos días», yo no habría aprendido a decir «Buenos días» a la gente. Por eso es necesario repetir continuamente, sin cansarse nunca, que deben responder tratando de ensimismarse con las palabras que dicen, tratando de participar. «¿Por qué ahora dicen esto vuestros compañeros? ¿Por qué se dice esta palabra aquí?». En definitiva, es un reclamo a ser lo más conscientes posible. Entonces le digo al protestante: «Así estás en condiciones de juzgar mejor: profundizas en este hecho y puedes dar un juicio más crítico». También les digo a los católicos, y naturalmente insisto: «No se trata solo de participar en la misa, sino de adhiriese a una unidad: la Comunión es el signo de que tú participas en la misa. Hasta que no recibes el Cuerpo de Cristo no es completa tu participación en la misa, la participación de tu personalidad no es completa y no puedes todavía comprender qué valor tiene hasta el fondo». De esta forma nos hemos dado cuenta de que se facilita la participación asidua: a estas misas asiste con bastante fidelidad un buen número de chavales. Uno puede dejar de venir una vez, puede no venir cuatro veces. ¿A lo mejor quiere venir de vez en cuando? ¡Que venga de vez en cuando! Esto es como la Iglesia, que abre las puertas de su templo y entra quien quiere cuando quiere. La única condición para que no sea inmoral entrar en la Iglesia no es tener este grado de fe o no tenerlo, sino la sinceridad con la que uno trata de profundizar, de comprender lo que sucede allí dentro.
Por tanto, la insistencia en la misa y en el sacramento. Los primeros años yo no me atrevía a decir que vinieran a misa o que comulgaran, porque me parecía que aquello era un punto de llegada. En cambio –creo que el padre Emmanuel, el capuchino que nos ayuda muchísimo y confiesa todas las semanas a nuestros chicos, ininterrumpidamente lunes a domingo, lo puede confirmar– es mucho más fuerte este instrumento que discutir sobre Kant o sobre sociología, porque esto, en definitiva, es un compromiso de vida ante un problema –el problema del propio destino, el problema de la conciencia del propio ser limitado, mendicante, dependiente– que tienen todos los hombres, siendo el punto elemental y fundamental del que nace el sentido religioso, que abraza todos los demás intereses.
Los demás intereses de la vida
Esta es la segunda directriz: los demás intereses. Este grupo –muy libre, con libertad absoluta: uno puede venir cuando y como quiera; libertad absoluta, pero con una guía precisa y decidida–, este grupo al que se reclama a los chavales, que el profesor de religión o, en su lugar, otro es llamado a guiar, este grupo debe tratar de vivir y de abordar todos los intereses de la vida. Por eso se invita al chaval a un compromiso que le mueva, que le decida a considerar todo. Yo lo digo a menudo a mis chicos (en un liceo clásico estas palabras son inusitadas): «Aunque sea como hipótesis de trabajo, debes comprometerte a examinar todo de nuevo –pero no en examinarlo teóricamente–: proponer una excursión, escuchar música (¿te interesa la música?), el deporte (¿te interesa el deporte?), la relación con tu chica, los problemas que tratas con tu profesor en clase (con el profesor comunista, con el socialista, con el radical, con el conformista), los problemas que abordas en la clase de historia, ¡o bien las necesidades que urgen en la vida social, o los problemas de la justicia social que empiezan a aflorar en la sensibilidad actual!; debes tratar de vivir todos estos intereses a partir de un juicio común, afrontándolos lo más posible según una mentalidad compartida».
Por eso la vida del grupo no llama a los chavales a asistir a unas conferencias (hay conferencias que merecen la pena), sino a compartir la vida entera. Ante esto, la mayor objeción que plantean los padres es que las actividades de los chicos se centran en GS, no ven otra cosa que GS como centro de su vida: para ellos esto, y comprendo en qué sentido, supone una objeción. Les comprendo, es fruto de cierta amargura al ver que los chavales se separan de ellos. Lo cual, en última instancia, depende de un solo hecho: que ellos, como padres estupendos, muy cristianos, no han sido educados en concebir el cristianismo por lo que es verdaderamente, es decir, como toda una vida en comunidad, una comunión vivida. Los padres que lo comprenden se ponen a seguir a sus chavales. Pienso en una madre que tiene ahora un hijo en Brasil; a los chavales les gustan las relaciones internacionales y entonces hemos desarrollado un proyecto: tenemos a diez chicos en Brasil de forma permanente, una plantilla de estudiantes estable, y por tanto una actividad misionera, en el sentido tradicional de la palabra, llevada a cabo, pensada y sostenida completamente por los chavales. ¡Porque todo, todo tiene que ver con nuestro ser cristianos! Si el cristianismo es verdadero, no puede haber ni un interés que quede al margen o que la fe no sea capaz de valorar y avivar.
Tú eres cristiano, te vas persuadiendo de la verdad del cristianismo solo en la medida en que te das cuenta experimentalmente de que el cristianismo valora tu vida: «Maestro, ¿a dónde iremos, si nos alejamos de ti? Solo tú tienes palabras de vida eterna». La convicción nunca es mero fruto de un razonamiento; la convicción se produce ante una idea encarnada, una idea-fuerza, una idea que se encarna en la vida. Y toda la vida del grupo está animada por este criterio: proponer al chaval que aprenda a pensar todo en el diálogo con la comunidad y que con este pensamiento, fruto de la comparación, aborde todos sus intereses personales.
He descubierto después que este es el contenido de la palabra metanoia, cuya traducción significa “penitencia”. Metanoia dice exactamente esto: un hombre nuevo. No un hombre nuevo porque simplemente tenga una cierta ética: también podían tenerla Sócrates o Gandhi. Se trata de una nueva concepción del hombre, a imagen del misterio de Dios, que es uno y trino. Es una nueva concepción de sí mismo y del propio vivir, de la propia existencia. Esta es la verdadera revolución, la única revolución de la historia: una revolución del concepto mismo de “yo”, una revolución del concepto mismo de “uno mismo”, una revolución del concepto mismo de “ser”, de “existencia”: en esto consiste la revelación del misterio de la Trinidad a través de Jesucristo, el misterio de Dios que se comunica al hombre.
No es que sea infalible lo que propongo; digo, simplemente, que lo que me anima, lo que dicta lo que propongo, es “copiar” lo más posible el método fundamental de la Iglesia, la fisonomía de la Iglesia, el modo con el que Jesucristo ha introducido su criterio en el mundo.
El chaval se ve implicado de lunes a domingo, desde la mañana a la noche, y todo sucede sin ningún forzamiento. Nunca hemos dicho: «Haced esto y lo otro», y todos rezan, rezan las Horas (Prima, Tercia, Sexta, Laudes, Completas: hemos impreso en dos años más de cinco mil Libros de las Horas). No sucede solo con la oración, sino con todo; también el famoso problema de la convivencia entre chicos y chicas, que no hemos buscado aposta (este es un problema que dejo a los psicólogos y a los moralistas), sino siguiendo el criterio mencionado antes: si están juntos en clase, no es verdadero el cristianismo si no demuestra que es capaz incluso de valorar –esta es la palabra– lo que existe. En este sentido las relaciones y la convivencia se alimentan en un clima bien preciso, se sostienen mediante un horizonte ideal bien preciso.
Otro punto. Durante los primeros años de GS no quería llevar a los chavales de excursión, porque decía: «Es inútil, es un pasatiempo, un pasatiempo inútil». En cambio ahora favorezco lo más posible las excursiones, porque tengo la conciencia de no haber vuelto una sola vez de una excursión sin que algún chico nuevo haya experimentado un cambio y haya querido volver a vernos desde entonces: quizá uno o dos de todo el autobús. Pero, ¿con qué criterio y a qué precio se hacen estas excursiones? Todo el camino está planteado según estos criterios: se reza; todo lo que se hace, lo hacemos juntos. Digo: «Para hacer una excursión por vuestra cuenta, la podéis hacer vosotros: yo organizo una excursión exclusivamente para demostraros el valor que tiene el cristianismo, la capacidad que tiene el cristianismo de valorarlo todo, incluso una excursión».
También está el interés por el cine. Se ha constituido una asociación cinéfila, GS alquila películas en la Asociación nacional cinematográfica y las propone. Pero yo nunca he favorecido el cine. ¿Por qué? Porque mover a los chavales a hacer un cine forum con el fin de saber distinguir la valía o no del actor, esto lo pueden hacer, incluso mejor que yo, los comunistas. Si hubiese estado en una parroquia jamás habría montado una sala de cine para atraer a la gente, porque no es eso lo que revitaliza el cristianismo. Y sin embargo utilizaré también el cine, pero, ¿de qué forma? Invitaré a la gente a comprobar cómo se ve una película desde el punto de vista cristiano. Invito a los chicos exclusivamente para ver una película a partir de la experiencia cristiana y solo si estoy seguro de poder plantear el tema de esta manera, pues de lo contrario no lo hago, porque todo lo que hago con los chicos debe ser educativo. ¿Qué quiere decir “educativo”? Capaz de demostrar experimentalmente para ellos que el cristianismo es el único fenómeno que valora toda la vida.
En cuanto a la cultura, por ejemplo, no organizamos solo conferencias; el 99% de nuestra actividad cultural se desarrolla en los grupos. La actividad de la cultura es desmesurada, sencillamente enorme. Ahora, gracias a Dios (antes había pedido ayuda a la FUCI, la Federación Universitarios de Acción Católica, pero eran muy pocos y no me pudieron ayudar), tenemos a todos nuestros universitarios que han pasado los primeros años de universidad y hay un grupo de unos veinte chicos que revisa sistemáticamente todo el contenido de estudio desde el punto de vista cristiano. Por ejemplo, un chaval católico de GS [...] está en la escuela y el profesor ha explicado en la clase de historia que los Papas en la segunda mitad del s. XIX eran retrógrados, etc... Entonces estos chicos hacen una ficha sobre Pío IX, con documentación, y la distribuyen a toda la clase (si hay un problema que interesa a toda la escuela la distribuyen por todo el instituto). Tenemos unas cincuenta fichas de revisión cultural sobre diferentes temas: abordan las cuestiones cruciales de todo el programa de estudio para todos los tipos de escuela. O puede ser que el chico de Acción Católica o el chico de GS del liceo clásico o científico tengan que prepararse el tema de Kant para la semana siguiente. Entonces uno invita a sus compañeros a estudiar a Kant a su casa, a donde acude también uno de nuestros encargados universitarios y explica Kant desde el punto de vista cristiano. Esta actividad cultural es ininterrumpida, porque es una revisión que se desarrolla al hilo de la vida del chaval.
Y el chaval también tiene un tiempo libre que emplear, ese tiempo que el aburrimiento o el mal suelen ocupar. Es importante por ello que él se habitúe –para entender qué quiere decir la caridad cristiana– a comprender que la ley de la vida es la caridad, que la vida no se acaba en “él”, sino que la vida es un “nosotros”. Para comprender esto, ¿qué remedio mejor que dar un tiempo, por lo menos de vez en cuando, el domingo por la tarde para ir a compartir la vida con los niños pobres de las granjas de las afueras de Milán, de la Bassa milanesa (que actualmente es una de las zonas más deprimidas de Europa)? Te vas allí y pasas medio día con ellos. La finalidad no es sobre todo la de elevar la moral social de esa población, sino la de compartir tu vida con ellos, porque la caridad no se aprende “dando”, sino compartiendo: Cristo, Dios venido para salvarnos, vivió entre nosotros, padeció y murió por nosotros. La caridad es una com-pasión, es una comunión. El don puede venir después: si yo tengo más, automáticamente nos sirve a los dos, pero es solo una consecuencia. Por eso he abandonado las actividades caritativas de la San Vincenzo, porque sería más difícil para el chaval comprender el proceso educativo del que estoy hablando, porque para llegar a vivir la caridad de esta manera hace falta una cierta madurez. Y una cierta madurez de espíritu ya existe: este año, todos los domingos, mil seiscientos chavales han salido de Milán para ir a 67 parroquias de la Bassa milanesa. Ahora, después de cinco años, su tipo de actividad es distinto. Hay sitios donde se empieza, y chavales de bachillerato y universitarios están allí jugando con los niños, compartiendo simplemente su tiempo libre. Después de uno o dos años, ellos mismos sienten la necesidad de hacer algo más, de ser útiles a esa gente a la que han aprendido a amar de esta forma, y entonces dan catequesis. Ha surgido entre ellos un grupo que ha reunido este año todas las catequesis impartidas (seguramente publicaremos un texto al respecto). Luego, unos años después, estos chicos que visitamos se hacen mayores, empiezan a reunirse por grupos de chicas y chicos. Y así, en aquellas zonas donde la Acción Católica masculina y femenina ha fracasado y ya no queda nada, chicos que no son de Acción Católica crean ellos la Acción Católica, recrean la Acción Católica. Y lo mismo sucede con los adultos: hay ya grupos de hombres y de mujeres que los chicos atienden durante la semana, por las tardes, con múltiples iniciativas.
Después de cinco años ha dado sus frutos la idea central: que es necesario partir de la caridad, del compartir, no de ir allí para llevar a cabo una reforma social, porque esto sería equívoco. Es necesario también educarse en estas consecuencias. Y después de cinco años estas consecuencias –gracias a Dios– pueden verse.
También ha surgido un coro, que ha cantado incluso en el ayuntamiento de Bolonia con mucho éxito. Es un coro de unas treinta personas cuyo repertorio abarca toda la historia musical y que ha alcanzado un buen nivel de interpretación. Puesto que eso también es un interés, responde a un gusto, también debe encontrar su respuesta y su modo de vivirla.
Un grupo de artistas ha creado un estudio de arte: porque se hacen mayores, y el alumno del liceo artístico se ha convertido en arquitecto, en pintor, etc... Entonces se han juntado –porque la idea de comunidad permanece, sigue siendo válida– para abrir un estudio de arte que ha organizado este año el montaje de la Feria de Milán y, además, dos exposiciones en el Palacio Real, con gran éxito: el Corriere della Sera, que es siempre tan crítico, les ha alabado mucho. Esta gente está dando lugar a un movimiento entre los artistas, una comunidad entre los artistas cristianos, entre gente que mira al arte desde el punto de vista cristiano. Comenzaron el año pasado y este año han hecho además, durante tres meses, en Subiaco, en uno de los primeros eremitorios de San Benito, turnos de quince días (de una semana o quince días): rezan, pintan, llevan una vida en común. Este año han pasado por allí unos cincuenta artistas.
Y así muchas más actividades. Este año, por primera vez, al terminar el ciclo de los estudios de las Facultades Técnicas, convocamos una reunión general para los que quisieran (venían de los Institutos Feltrinelli y Conti, y eran más de 200), con la finalidad de ayudarse a elegir el propio futuro, porque un individuo solo no resiste en el ambiente, mientras que si están tres o cuatro juntos resisten (esto está ya comprobado), es más, aprenden a defenderse. Y han creado en estos últimos dos años un movimiento análogo, con los mismos criterios, en el ambiente de trabajo: Gioventù Lavoratrice (Juventud Trabajadora, ndt.). Las ACLI (Asociación Católica de los Trabajadores Italianos) –y esto es estadística– han tenido la capacidad de crear en Milán un núcleo juvenil en tan solo dos años; estos chicos, sin recibir ayuda ni siquiera por parte nuestra, porque no hay sacerdotes, han sabido crear un movimiento que reúne semanalmente en sus encuentros a más de dos mil quinientos trabajadores. Han llegado a esto.
La vida cristiana es un “nosotros”
En definitiva, se trata de redescubrir que la vida cristiana no es “Dios y yo”, sino un “nosotros”: mihi vivere Christus est, para mí vivir es Cristo. El versículo que cité antes indica, por así decir, la consecuencia gnoseológica de esta verdad: que nosotros somos uno, todos nosotros somos una sola cosa porque comemos del mismo pan, somos un mundo dentro del mundo, una comunidad en el mundo, una sociedad en el mundo. ¿Integrismo? Al contrario, me parece pura definición teológica del cristiano.
Por eso Jesucristo decía: «Te ruego, Padre, que sean uno para que el mundo crea que Tú me has enviado». El mundo se da cuenta de Cristo, el anuncio cristiano se produce solo en la medida en que el mundo nos ve vivir comunitariamente, ve este milagro absoluto –¡este milagro absoluto!–: desde el punto de vista natural es inconcebible una realización comunitaria así (con el egoísmo que domina hoy por todas partes).
Es exactamente lo que me importa ahora: el punto al que reclamar –primera directriz que he señalado–, el punto de partida para el reclamo: “juntarse”. Y la comunidad, una vez constituida, sirve de reclamo para los demás. Y, en segundo lugar, algo que abarca la vida entera: el cristianismo no es una comunidad que se dedica a determinadas actividades, no se define por acciones particulares, sino que es un habitus. El diálogo con el mundo (por esto trato de batirme y me batiré hasta el final), el diálogo con los demás en una sociedad pluralista no es olvidar o romper esta comunión entre nosotros. Si las concepciones de los demás traducen su vida en un “yo”, nuestra concepción de la vida traduce nuestra vida en un “nosotros”. El diálogo entre los demás y yo, entre los demás y yo, cristiano, es el diálogo entre un “tú” y un “nosotros”.
La democracia es el respeto a la libertad de expresión: no es democracia aquella que pretende que yo pueda ser cristiano “en comunidad” solo en la iglesia o cuando me reúno en mis asociaciones, y en la vida pública sea solo “yo”: sería una negación de mi concepción de la vida.