Una esperanza cierta (Ante los atentados terroristas de Madrid)
Los actos criminales perpetrados en Madrid se clavan en nuestra conciencia como una herida abierta. Los hechos son demasiado graves para poder evitar las pregun¬tas que suscitan.
¿Es posible que un hombre como tú, como yo, asesine a mujeres, hombres y ni-ños, a inocentes, con semejante furor destructivo? El corazón del hombre es a veces un abismo del que brotan atrocidades que hacen temblar. En verdad, hay un misterio del mal, y nos exige una respuesta a la altura del desafío.
Todos sentimos una exigencia de justicia, pero, ¿puede el hombre con sus pro¬pias fuerzas romper la cadena del mal? Cada uno de nosotros, sea hombre de fe o incre¬yente, debe poder responder a estas preguntas para no acabar en la desesperación, en la resignación o en una violencia mayor. La censura de estas preguntas incrementa la violencia que ya hemos sufrido.
Todos hemos intentado responder a estas preguntas que una y otra vez vuelven a nuestra cabeza. Y cada uno ha podido constatar su incapacidad para darse una respuesta satisfactoria. Ninguna actua¬ción política es suficiente para enfrentarse a lo sucedido, ni basta la ayuda psicológica para superarlo. La grandeza del desafío nos hace sentir nuestro límite. ¿Cuántas veces en estos días nos hemos quedado sin palabras?
Frente a esta terrible injusticia que es la muerte violenta de los inocentes y el in-tento de destruir al pueblo, la Cruz de Cristo se levanta como posibilidad de ser libera-dos de la angustia del mal. Sólo la certeza del destino bueno, que nos asegura la Resu-rrección, en medio de la tragedia, puede devolvernos la confianza en noso¬tros mismos, en los hombres, en la vida.
Decir esto no es fácil de comprender ni siquiera para nosotros, cristianos, y para el con¬junto del pueblo español. Es sólo posible decirlo, y vivir en la paz de esta certeza, a tra¬vés de un abrazo humano del que se tiene experiencia en la propia vida. Cristo nos abraza y nos educa en la comunidad cristiana enseñándonos a afirmar siempre la dig-nidad infinita de toda vida humana y la positividad de la realidad.
Estamos construyendo la convivencia civil en España como una historia de diá-logo que ha generado ese bien común que es nuestra nación. Para que se desarrolle libre-mente esta convivencia son necesarios hombres que en el trabajo cotidiano y en sus inicia¬tivas públicas nos permitan reconocer que la vida es sagrada, y que la razón y la libertad no se conforman mientras no encuentran el Misterio bueno, presente y cercano a cada uno. Poder caminar junto a hombres así es nuestra esperanza y nuestra primera con-tribución al bien común.