Una belleza presente

José Luis Restán

Cuando el Papa nombró cardenal al gran teólogo suizo Hans Urs von Balthasar, Don Giussani, que le había conocido muchos años atrás, le envió un telegrama de felicitación. En su nota de respuesta, Balthasar escribió: «Que mi pequeña obra florezca junto a la suya, inmensa». Contemplando las imágenes del funeral de Don Giussani en el Duomo de Milán, he recordado aquella frase y me ha conmovido profundamente. Uno podría pensar que al genial teólogo suizo se le fue la mano, a la hora de expresar gratitud. Sin embargo, no es así. Con esas palabras reconocía lo más original de Luigi Giussani: su genialidad educativa, su paternidad fecunda, su impresionante capacidad de comunicar la experiencia viva del Misterio hecho carne, cara a cara, cuerpo a cuerpo, corazón a corazón. «¡Hemos partido del hombre!», explicaba una vez en una larga entrevista sobre la génesis de Comunión y Liberación. Y así ha sido a cada paso, primero como anticipo y luego como eco de aquellas palabras de Juan Pablo II en su encíclica programática Redemptor hominis: «El hombre es el camino de la Iglesia». Precisamente el Papa lo ha recordado así, en su preciosa carta de despedida, al definirlo como defensor de la razón del hombre y maestro de humanidad.
Alrededor de este sacerdote que sabía tomar en serio las preguntas y los deseos del corazón humano como nadie, se ha ido formando un pueblo cristiano que se extiende hoy hasta las estepas de Kazajstán o la costa norteamericana del Pacífico. A su lado, hemos aprendido que la Iglesia es la morada donde se reconstruye la vida, y que la compañía cristiana es la amistad más profunda y verdadera, una compañía que señala siempre a Cristo.
Es verdad que la historia de Comunión y Liberación está llena de iniciativas culturales, de obras educativas y de caridad, y de un gran entusiasmo misionero, pero él nunca diseñó una estrategia o un plan para desarrollar todo eso. Aún ahora, veinte años después de participar en esta historia, me sigue sorprendiendo que el árbol frondoso y lleno de frutos tan diferentes que es el movimiento, haya nacido de su fiebre de vida: de ese ardor de la razón y de la libertad que él nos comunicaba.
Julián Carrón, llamado a guiar el movimiento en esta nueva etapa, ha compartido los últimos momentos de Don Giussani y nos ha recordado cuál es el atractivo de su propuesta: el cristianismo como belleza plena y total. Frente al acontecimiento de esta belleza presente, el corazón humano no puede dejar de vibrar. Nos esperan días felices.