Saludo al Cardenal Rouco Varela en la misa aniversario del reconocimiento pontificio de la Fraternidad de CL y acción de gracias por el siervo de Dios Luigi Giussani
Estimado Sr. Cardenal,
En nombre de todos los presentes quiero agradecerle que, un año más, haya querido presidir esta eucaristía en acción de gracias por la vida del siervo de Dios, Luigi Giussani y por el reconocimiento pontificio de la Fraternidad de Comunión y Liberación.
Toda la Iglesia, y, sin ánimo de exagerar, podríamos decir el Orbe entero, vive en estos días con la mirada puesta en el imponente gesto de Benedicto XVI, que hace diez días anunció su renuncia a la sede de Pedro. Como hace dos mil años los gestos de Cristo ante sus contemporáneos, también hoy el gesto de este Papa no deja a nadie indiferente. Todos han tenido que tomar una decisión. El suyo ha sido un gesto ofrecido a la libertad y a la interpretación de cada uno. Y como hace dos mil años, sólo la fe es capaz de captar en su profundidad todo el valor de lo que nuestros ojos han visto.
¿Qué es lo que hemos visto estos días? ¿Qué es aquello que, en medio de tantas interpretaciones, sólo la fe ha alcanzado a conocer? Nada más ni nada menos que la presencia imponente de Cristo reflejada en la libertad de un hombre atraído y determinado por la relación con el Hijo de Dios, Pastor Supremo de su Pueblo. “¿Quién eres Tú, que fascinas a un hombre hasta hacerle tan libre que suscita en nosotros el deseo de esa misma libertad?”, se preguntaba Julián Carrón en una carta dirigida al director del diario italiano la Repubblica el pasado viernes.
En estos días en los que abundan las interpretaciones reducidas o miopes, ¿quién no se ha sentido, en algún momento, zarandeado por la perplejidad, dentro de esa nave que es la Iglesia, abatida por las olas? En estas circunstancias todos nosotros hemos vuelto a reconocer la fecundidad del carisma de don Giussani en las palabras de Julián Carrón que nos ayudaba a leer el gesto del Papa y nos devolvía la alegría y la esperanza: “y los discípulos se llenaron de alegría al ver al Señor” dicen, casi como un estribillo, los evangelios de Pascua.
Del mismo modo quiero reconocer públicamente el gran gesto de paternidad y amor a su pueblo que se esconde tras la carta que usted ha dirigido a todos los fieles de la archidiócesis de Madrid, al día siguiente del anuncio de Benedicto XVI. Saliendo al encuentro del desconcierto de una buena parte de este pueblo, ha querido confortarlo con la palabra de la fe. “El Papa sabe muy bien”, nos decía usted en su carta, “que la Iglesia está en manos del Sumo Pastor, Nuestro Señor Jesucristo, que la guía con sabiduría hacia la meta final de la historia. Sabe también que el Espíritu Santo dará a su Iglesia un sucesor de Pedro que, dócil a sus inspiraciones, guiará a la Iglesia con la autoridad de Cristo, como él mismo y sus predecesores más cercanos lo han hecho. Al retirarse, sin embargo, nuestra gratitud se torna hacia él convertida en ardiente plegaria y en un profundo afecto eclesial porque supo aceptar por amor la carga que el Señor ponía sobre sus hombres cuando lo llamó a la sede de Pedro, del mismo modo que por amor a la Iglesia deja humildemente en manos de Cristo y de su Espíritu las riendas que otro tomará para confirmarnos en la fe y mantenernos unidos por el vínculo de la caridad”.
También nosotros nos unimos en esta celebración pidiendo, tal y como usted nos ha indicado, “por nuestro Papa Benedicto XVI, para que el Señor le conforte y sostenga, le consuele e ilumine y haga fecundos todos los trabajos, plegarias y sufrimientos en favor de su santa Iglesia”. Con esta petición, y en este tiempo de Cuaresma, renovamos nuestro deseo de conversión, acrecentado por el ejemplo del Papa, y le ofrecemos, una vez más, nuestra disponibilidad al servicio de esta diócesis y de la Misión Madrid que usted ha convocado, por el bien de todos los hombres.