Ricardo Menéndez Salmón: «Los saberes humanísticos han sido secuestrados en nombre de la utilidad»
Ricardo Menéndez Salmón (Gijón, 1971), ganador del Biblioteca Breve con «El Sistema» (Seix Barral), concurrió al premio con un pseudónimo que es una declaración de principios literarios: Juan María Brausen, un personaje de Onetti. Con la voz del Narrador, el autor de la trilogía del mal nos conduce por un archipiélago de pesadillas. Escrita entre junio de 2013 y febrero de 2015, la novela ganadora «parece» un mundo futuro que ya es presente: ese campo de batalla, cada vez mas ampliado, entre los Propios y los Ajenos. «El Sistema», explica el autor, «no nace del puro juego de la imaginación, sino que se nutre del cronomapa de las últimas décadas. La realidad, que posee una velocidad de crucero altísima, ha hecho que elementos de ficción se puedan leer en clave histórica».
—¿Alegoría, fábula, ucronía o literatura de ideas, sin más?
—Cualquiera de esos calificativos le sienta bien a la novela. Hay sombras tutelares (Borges, Kafka, Lem) que admiten la perspectiva alegórica o en términos de parábola. Por otro lado, la novela está preñada de ideas que considero centrales en nuestra contemporaneidad, tan mutante, tan urgente, tan veloz. «El Sistema» es una novela inquisitiva, y como tal, es imposible que renuncie al debate intelectual. Considero una petición de principio esa relación entre escritura e idea. Ninguna literatura importante puede construirse sobre la banalidad. La literatura es lo esencial o no es nada: se convierte en humo, en fantasma, en simulacro.
—«La caída de Constantinopla fue para algunos la conquista de Estambul». ¿La Historia según los Propios o los Ajenos?
—Todo discurso es parcial y arranca de los prejuicios de quien ocupa un lugar determinado en el mundo. Esta es una de las ideas centrales de “El Sistema”: la imposibilidad de un relato completo y coherente de nuestro mundo: cualquier perspectiva que se reclame dueña de un relato unívoco y veraz incurre en una falacia. Ligado a ello, aparece la idea de la dificultad que cualquier individuo tiene a la hora de aceptar interpretaciones distintas de la suya. Y, por descontado, resuena de fondo la tesis de que todo discurso moldea la realidad. Quien detenta el discurso, detenta el poder de reconfigurar la realidad. Incluso de crear una realidad inexistente.
—Un mundo donde los saberes humanísticos han sido relegados por los tecnológicos…
—El progreso científico y tecnológico no ha llevado aparejado un progreso en el orden ético o en la construcción de un mundo más justo. Ese sofisma tecnoutópico, según el cual la ciencia y la tecnología resolverán todos los problemas del mundo, incluidos los políticos y los morales, relega al olvido que el hombre no es un animal que se pueda considerar sólo desde la óptica de la erradicación del hambre, la cura del cáncer o la exploración marciana. El hombre sin memoria, sin filosofía y sin escritura no es nada. Como tampoco es nada sin tristeza, sin fatalismo, sin violencia y sin pasiones. Igual que hay un secuestro de lo político por lo económico y un secuestro de la libertad por la seguridad, hay un secuestro de los saberes humanistas en nombre de la utilidad, del más radical positivismo. Y no digo esto desde un humanismo militante pero acrítico, más emotivo que realista, pues considero que es urgente una redefinición de lo que llamamos humano.
Un lugar de asilo
—Escribir en Baviera y no poder comunicarse en lengua alemana, ¿en qué medida influyó en la novela?
—Es cierto que hay una constante sensación de exilio en «El Sistema». Exilio emocional, porque el Narrador está lejos de su familia; exilio intelectual, porque el entorno del Sistema es hostil a cierto tipo de placeres; exilio moral, porque en una sociedad de control hay muchos valores que desfallecen. Desde otra óptica, que tiene que ver sólo con la creación, durante mi estancia en Alemania la escritura se convirtió en un lugar de asilo. Exiliado de mi lengua y de mis costumbres, hallé en la literatura el mecanismo para mantener abierta la vía de regreso. El idioma como vínculo primordial, como la herida que nunca se cierra.
—El miedo constituye la base de la sociedad sistémica. Terrorismo, crisis financieras, precariedad laboral…
—La ideología del miedo que se popularizó a raíz del 11-S sigue presente. Y ha demostrado una extraordinaria capacidad de transformación. Esa nube de sospecha permanente ha logrado que temamos tomar aviones, cruzarnos con hombres barbudos de piel oscura, reclamar nuestros derechos constitucionales. El miedo es la mordaza ideal, el refugio soñado para el rebaño. Ningún elemento cohesiona más a una sociedad que el temor. La política ha probado de mil modos que el miedo, instalado en la sociedad, arroja réditos. Una sociedad temerosa es una sociedad más sencilla de manejar.
El peso de la púrpura
—Describe un Pentálogo que recuerda a los rescates de la Unión Europea. ¿Estamos en Grecia?
—Grecia resuena en todo «El Sistema». El caso griego, por las peculiaridades históricas de la sociedad en la que surge, por el impacto emocional que ha causado al menos en Occidente, ha sido sin duda uno de los detonantes en la escritura de esta novela. Grecia es una paradoja muy incómoda en el cómputo de la Europa actual. ¿Cómo tratar a un pueblo con ese legado a sus espaldas, pero que desde los criterios que rigen en la actualidad se ha desplomado? Es como matar a un padre que nos lo ha dado todo, la risa, la ironía y la razón, pero que ha sido un manirroto, un imprudente y un mentiroso. ¿Cómo conciliar el hundimiento objetivo de un statu quo con los valores que han construido, al menos para los europeos, su propia identidad: solidaridad, empatía, la creencia en un principio de reciprocidad y amparo? Aparte de esa sensación, incomodísima para los griegos, de haber sido el centro de un laboratorio planetario de tejemanejes económicos e instrumentalización del sufrimiento.
—Está considerado entre los mejores escritores de su generación. ¿Le asusta el peso de la púrpura o aplicará la divisa de su novela: «Hay que escribir y contar como si el destino último de lo que se escribe y cuenta fuera no ser leído, no ser escuchado»?
—La púrpura literaria, de haberla, pesa muy poco en España. Entre otras cosas porque la consideración del intelectual es mínima si se compara con países como Francia o Alemania, por no hablar del ámbito anglosajón. Los escritores desempeñamos un papel bastante opaco en un país que siempre ha llevado a gala manifestar cierto desprecio por la cultura. Yo soy feliz escribiendo desde la pura necesidad. Asumo la divisa citada como propia y me la aplico con gusto.