Rezemos el Rosario todos los días porque sólo Dios puede salvar a Tierra Santa
En estas horas el mundo entero mira a la tierra de Abrahan con la conciencia de que lo que está sucediendo afecta al destino de todos. Cuando la paz parecía posible, los atentados terroristas han vuelto a poner todo en discusión. Y el campo de batalla en los últimos días han sido los lugares que todos reconocen como sagrados y que constituyen para los mismos pueblos en lucha el signo de su identidad más profunda.
El pueblo palestino vive dos tragedias: la guerra y la de tener unos jefes que desprecian la vida hasta el punto de enviar a jóvenes para que se suiciden para matar a otros. El pueblo israelí tiene razones que se derivan de la necesidad moral y física de su supervivencia, pero que deben llevarle al respecto mutuo y a la negociación leal.
Los cristianos están en el medio, indefensos.
Nadie parece capaz de detener un enfrentamiento tan atroz y lleno de graves incógnitas para el mundo entero.
En medio de mil análisis parciales e ineficaces, el Papa sostiene la única postura realista y comprometedora, a la que nos adherimos con toda el alma. Llamando las dos partes a volver a encontrar el motivo de su existencia como personas y como pueblos, Juan Pablo II ha pedido que se eleve «una oración apremiante a Dios que es el único que puede cambiar el corazón de los hombres, incluso de los más obstinados». Sólo la intervención de Dios en la historia trae a los hombres lo que para ellos es imposible y puede establecer un punto de recuperación positiva. Nos vemos impelidos a reconocerlo en esta trágica circunstancia: la mano que con Abrahan dio comienzo en la historia al pueblo de Israel es la misma que salva a todos y posibilita un diálogo sincero en el respeto recíproco. Aquel Dios dejó sus huellas en esa tierra hoy disputada supuestamente en Su nombre, pero en realidad ensangrentada por haberle olvidado: «En esa tierra Cristo murió, resucitó y dejó como testigo mudo, pero elocuente, la tumba vacía. Destruyendo en Sí mismo la enemistad, el muro de separación entre los hombres, reconcilió a todos por medio de la Cruz, y ahora llama a sus discípulos a desterrar toda causa de odio y de venganza».
Este es nuestro compromiso y, más aún, nuestra petición de cambio, al que nos urge la situación de Palestina. De tal forma que podamos rezar una antigua oración judía de la Pascua: «De la morada de los esclavos nos rescataste, en la carestía nos alimentaste, en la abundancia nos cuidaste, de la espada nos libraste, de la muerte nos salvaste, y de enfermedades numerosas y graves nos preservaste».
Por ello, siguiendo al Papa, todas las personas de CL, en familia o en los grupos, suplican a la Virgen rezando cotidianamente el Rosario para que Dios salve a Tierra Santa y, por tanto, al mundo.