Razones para un compromiso en favor del bien de todos
Todos estamos llamados en causa con motivo de las Elecciones Administrativas del 11 de junio, no solo los que ya desempeñan un papel en política a distintos niveles o los que se van a presentar como candidatos.
Tanto en la gente como en los cuerpos sociales parece prevalecer el pesimismo, muy alimentado por la incertidumbre. Todos vemos la suma de problemas que nos rodea: el incremento de la pobreza; la falta de puntos de referencia en la sociedad civil y de propuestas capaces de incidir en la vida real de las personas, en las necesidades de las familias o de quienes buscan trabajo; la llegada aparentemente incontrolable de migrantes, que contribuye a aumentar la sensación de inseguridad; la marginación, los ancianos, la carencia de viviendas para los más desfavorecidos y las parejas jóvenes, la crisis de la educación y el deterioro de los edificios escolares, la falta de instalaciones deportivas adecuadas, la contaminación, los jardines y parques públicos, el problema de los transportes. Son tan solo algunas de las cuestiones con las que tenemos que medirnos cada día; lo queramos o no, forman parte del tejido de nuestra vida cotidiana. A todo esto se suma una incertidumbre más, ligada a la falta de estima y a la desconfianza en las instituciones.
En este contexto, corremos el riesgo de que prevalezcan el desinterés o una reacción instintiva, la renuncia a “dar un juicio” o la idea de acabar con quienes están en el poder, porque se les achaca toda la responsabilidad de lo que no funciona. Una cre¬ciente cultura de la sospecha y de la incertidumbre bloquea cualquier propuesta de cambio y abate todo lo que nace de la pertenencia a un ideal, a una tradición y a una historia, de cualquier color y credo. Mientras que una de las cosas que más urge hoy es que puedan – a pequeña o gran escala – encontrarse, dialogar y formular propuestas creíbles.
¿Desde dónde volver a partir?
1· Lo primero es volver a poner en el centro ese deseo de bien jamás acallado que alberga el corazón de todos.
Frente a cualquier necesidad –en la familia, en el trabajo, en las relaciones con las personas-, nuestra naturaleza nos empuja a remangarnos para echar una mano. Antes de lamentarnos por las negligencias ajenas, sentimos el impulso de ofrecer una aportación que marque el comienzo de una solución del problema. Por eso, hoy debemos apostar, aunque nos parezca quedarse un tanto lejos de los problemas que advertimos como urgentes, por tomar en consideración las necesidades que tenemos cerca, allí donde vivimos.
2· Esta seriedad para con la realidad que nos toca y sus urgencias alimenta el compromiso por aquel bien común o bien de todos, que el papa Francisco en la Evangelii gaudium nos indica como un reto a asumir. No se trata de un eslogan abstracto, sino de una experiencia que vivir, de una hipótesis que verificar: «El individualismo posmoderno y globalizado favorece un estilo de vida que debilita el desarrollo y la estabilidad de los vínculos entre las personas, y que desnaturaliza los vínculos familiares. (…) Los cristianos insistimos en nuestra propuesta de reconocer al otro, de sanar las heridas, de construir puentes, de estrechar lazos y de ayudarnos “mutuamente a llevar las cargas” (Gal 6,2)» (Evangelii gaudium, 67).
3· Esto significa juntarse para construir esos cuerpos intermedios que ya desde la Unidad de Italia, con el movimiento católico y obrero, han permitido a la gente vivir mejor, y que encontraron reconocimiento en la Constitución de 1948 y luego en la revisión constitucional de 2001 (principio de subsidiariedad).
Numerosísimas son las obras sociales, antiguas y recientes, nacidas de estos sujetos sociales: obras para responder a la pobreza, como el Banco de Alimentos y Cáritas; obras de ayuda al estudio para los chavales más desfavorecidos, como Portofranco y las asociaciones que operan en las barrios Zen, de Palermo, y Scampia, de Nápoles; obras de acogida de los inmigrantes, como la Casa de la Caridad y el Arca en Milán; obras de apoyo a los trabajadores precarios, como FeLSA CISL; obras de cuidados paliativos, como la Fundación Floriani; obras de formación profesional, como la Plaza de los Oficios en Turín; guarderías en todo el país.
El primer compromiso en favor del prójimo y del bien común, cualquiera que sea el ideal que lo promueve, es el de seguir construyendo desde abajo en respuesta a las necesidades, venciendo la tentación de enriquecerse o de ganar con ello alguna forma de poder.
Estas obras sociales no pueden y no deben sustituir al ente público: no pueden llegar a todos y, sobre todo, su valor es el de ser un testimonio, que reclama a todos a un compromiso concreto. Por otra parte, resulta completamente fuera de lugar la propuesta de administraciones “todo para nosotros” que piensan poder responder por sí solas a las necesidades de los ciudadanos y al bien común, marginado e ignorando estos cuerpos sociales. Entre otras cosas, ya no tenemos los recursos necesarios para hacerlo, y así la ayuda a los ciudadanos acaba por reducirse al mínimo. Ha llegado el momento de un partenariado público-privado, como afirman los principales expertos. Superando la tentación de hacer solos o de promocionar exclusivamente las realidades afines, hace falta que las administraciones públicas impliquen a los ciudadanos y a las realidades creadas por ellos en una colaboración concreta, sin tratarlos como meros usuarios pasivos de servicios.
4· A este nivel se sitúa el rol de la política en estas elecciones. Para responder a los desafíos actuales no sirven partidos de plástico impuestos desde arriba, ni tampoco partidos del NO, sino personas profundamente insertadas en un pueblo real y no virtual, que lleven a la arena política los intereses e ideales de la gente, manteniendo el diálogo con la sociedad y con los demás sujetos políticos, y poniendo en primer plano el bien común.
Por ello, ninguno de nosotros – personas, asociaciones y movimientos, políticos y partidos – puede permanecer indiferente al llamamiento expresado recientemente por el papa Francisco:
«Métanse en política, pero por favor en la gran política, en la política con mayúsculas, a través de la pasión por la educación y la participación en el desarrollo cultural (…) para salir al encuentro de todos, recibir a todos, escuchar a todos, abrazar a todos» (Francisco a la Acción Católica Italiana, 30 de abril de 2017).