«Que el don que hemos recibido sea siempre ese fuego»
Hoy nos acompaña el sacerdote español Julián Carrón, que es actualmente presidente de la Fraternidad de Comunión y Liberación, cuando han transcurrido apenas dos días de un encuentro inolvidable con el Papa Francisco en la plaza de San Pedro, con más de 80.000 miembros de este movimiento llegados de todo el mundo.
El Papa ha pedido a los miembros del movimiento que sean las manos, pies, brazos, mente y corazón de una Iglesia en salida, ¿cómo piensa traducir esa petición del Papa en lo que es el día a día de la vida del movimiento?
En el fondo, intentado continuar lo que está en el ADN del movimiento. El movimiento ha nacido ya en las periferias, en los ambientes, en la escuela, en la universidad, en los lugares de trabajo, en la respuesta a tantas necesidades que nos encontramos en los barrios, la gente sin trabajo, la gente que no llega a fin de mes, la gente que está buscando una esperanza, que tiene la necesidad de buscar un significado, los inmigrantes… todas estas cosas ya forman parte de nuestro modo de estar en la realidad y de vivir lo que nos ha sucedido. Por eso, nosotros recibimos con esta ulterior indicación del Papa un estímulo a vivir lo que nosotros ya somos y vivimos, con todavía mayor conciencia.
¿Qué diferencia hay entre mantener la frescura y la vitalidad del carisma, ahora que don Giussani ya no está, y petrificarlo, como advertía el sábado el Papa? ¿Cómo siente usted esa responsabilidad?
Me parece que es la responsabilidad que tiene cualquier cristiano para que el acontecimiento de Cristo no se convierta en una cosa del pasado, sino que sea un acontecimiento presente que determina la vida. Todos lo sabemos por la experiencia humana. Una cosa es el enamorarse de una persona, como un acontecimiento presente que sabemos hasta qué punto determina la vida y la llena de una presencia tan presente que nos hace rebosar de gozo y alegría, y qué significa cuando eso se reduce simplemente a un recuerdo, o se petrifica, o se convierte en algo ya seco, sin la novedad del principio, sin la frescura del inicio. Pues esto es lo que sucede con el cristianismo. Si el cristianismo es solo un recuerdo del pasado y no un acontecimiento presente, pues entonces el cristianismo no interesará, no será capaz de enganchar el corazón, de prenderlo con toda su humanidad, y por tanto el cristianismo no interesará. Nosotros hemos ido a Roma justamente con el deseo de pedir esto, porque sabemos que esto no nos lo podemos dar nosotros. Como ha sido un don el haberlo recibido a través del carisma de don Giussani, nosotros lo tenemos que pedir, como nos ha enseñado él a pedirlo, para que este don que hemos recibido sea siempre aquel fuego del que nos ha hablado el Papa.
Para los que puedan conocer menos la realidad de CL, puedan pensar que es un producto típicamente italiano, aunque el hecho de que usted esté ahí ya parece un desmentido, y esa plaza en la que había gente de los cinco continentes también lo es, yo le pediría un pequeño zoom, un pequeño atlas de la presencia de CL en el mundo.
El movimiento ha crecido mucho en los últimos años, llegando a 80 países evidentemente con presencias y números distintos de un país a otro. En algunos solo incipiente, en otros ya una presencia del movimiento más consolidada. Independientemente de los números, que dependerá de cómo el Señor quiere usar esta gracia que nos ha dado, lo que a nosotros nos interesa es la constatación de que aquello que nosotros hemos recibido, que cuando uno vive el cristianismo como nos ha enseñado don Giussani, en los elementos más esenciales, más elementales de la fe, puede encontrar el corazón de cualquier hombre en cualquier continente, en cualquier cultura, en cualquier situación que sea llamado a vivir la vida. Y esto para nosotros es una sorpresa constante. El sábado estaban en la plaza personas de China o de Nueva Zelanda, de Estados Unidos, de América Latina o de Rusia. Y esto dice que el corazón del hombre, de cualquier hombre en cualquier latitud, está esperando un encuentro que pueda darle gusto al vivir.
Dijo el Papa Francisco que la moral cristiana no es un esfuerzo titánico para ser coherentes con una serie de principios sino la respuesta conmovida del hombre a la misericordia imprevisible de Dios. Yo tengo la sensación de que este es un punto que hoy en algunos ámbitos eclesiales escuece, hace discutir, y que sin embargo manifiesta una sintonía muy intensa con la percepción que tenía don Giussani.
Nosotros somos los primeros que están totalmente conmovidos por el hecho de que algo que decía hace años don Giussani y que ya nos sorprendía a los que lo oíamos por primera vez, hasta el punto de conmovernos porque nos sentíamos abrazados en nuestra propia humanidad y en nuestro propio pecado, pudiera ahora ser dicha por el Papa a toda la Iglesia. Y esto dice algo que es crucial para entender el cristianismo: que el cristianismo puede ser reducido, como han dicho además los pontífices precedentes, empezando por Juan Pablo I, Juan Pablo II, Benedicto XVI, sobre la reducción del cristianismo a ética. Siempre don Giussani nos recordaba la famosa frase de Juan Pablo I de la Iglesia que busca decirse moderna ha cambiado el asombro del inicio por las reglas, por el esfuerzo titánico del hombre. Esto es lo en tantas ocasiones han insistido Juan Pablo II y Benedicto XVI, que cuando el cristianismo está reducido solo a esto, pierde su naturaleza verdadera de acontecimiento que cambia la vida. El sábado el Papa citó la famosa escena de Caravaggio, “La vocación de Mateo”, donde Mateo mismo, un pecador, por ser publicano por el oficio que desarrollaba, se siente totalmente asombrado de que justamente a él, de quien Jesús sabía todo su mal, le pueda llamar. Me puedo imaginar lo que sucedió el sábado en la plaza cuando algunos de los presos de algunas de las cárceles italianas, que han tenido la ocasión de encontrar el movimiento, lo que habrán sentido cuando el Papa les ha abrazado. Es la experiencia de Mateo o de cualquier pecador de la historia delante de Cristo, como cualquiera de nosotros. Por eso, quien ha participado en un gesto como el que hemos vivido el sábado en la plaza de San Pedro, la experiencia que se lleva a casa, en los ojos y en cada fibra de su ser, es este abrazo lleno de ternura, de la misericordia de Cristo que nos ha alcanzado de nuevo a través del Papa Francisco.
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