Qué queda cuando todo se derrumba
Publicamos extractos de la intervención de Julián Carrón, presidente de la Fraternidad de Comunión y Liberación, pronunciado el 17 de noviembre en el Teatro Capranica de Roma durante el encuentro «La crisis desafío para un cambio». En el encuentro —introducido por Roberto Fontolan, director del Centro internacional de Comunión y Liberación— participaron también Giorgio Israel y Antonio Polito.
«Y vio Dios que era bueno (…) y era muy bueno». Esta afirmación, repetida seis veces en el primer capítulo del Génesis, expresa la convicción fundamental del pueblo de Israel sobre la realidad: es buena, de hecho, muy buena. ¿Cómo Israel puede tener una convicción tan cierta del carácter positivo de la realidad después de que toda su historia ha estado marcado por sufrimientos, tribulaciones y obstáculos de todo tipo?
La experiencia que el pueblo de Israel tuvo de Dios, aun inmersa en todas sus tribulaciones, ha sido tan positiva que no hecho más que afirmar Su bondad. La presencia de Dios en medio a Su pueblo ha sido la que ha enseñado a los judíos a ver la realidad en su verdad. Pero lo que más impacta es que el pueblo de Israel haya adoptado esta actitud positiva ante la realidad precisamente en el momento de la crisis.
Con el volante «La crisis desafío para un cambio», firmado por Comunión y Liberación, queremos ayudarnos a ver la realidad a partir de nuestra experiencia. Se trata de un juicio sobre la situación en que estamos inmersos, que corre el peligro de derrumbar a Italia y a toda Europa. La clave se sintetiza en la frase: la realidad es positiva. Pero, ¿es cierto que la realidad es positiva? Este es el desafío que nosotros queremos lanzar a todos, a nosotros en primer lugar, porque estamos inmersos en una situación que nos ofusca, por lo cual no logramos mirar bien la realidad.
Pretendemos que se trate de una evidencia que todos puedan reconocer. También a este nivel viene a socorrernos Giussani: «No inducimos una actitud positiva ante la vida, la realidad, a partir de la compañía (sería un consuelo pobre), sino que nos viene dada por la naturaleza; la compañía nos facilita más aceptar esto, incluso al atravesar condiciones duras, situaciones complejas» (Luigi Giussani, Si può (veramente?!) vivere così?, Milán, Bur, 2011, pp. 292-293).
La realidad se puede percibir positivamente porque es positiva. La realidad es positiva por el Misterio que la habita. Pero, ¿qué hace falta para captar esta “positividad”? Un uso de la razón según su auténtica naturaleza de conocimiento de lo real en todos sus factores. La razón, en efecto, puede captar la realidad como “dato” vibrante de una actividad y de un atractivo, como provocación y, por lo tanto, como invitación.
Sin embargo, si vemos a nuestro alrededor, vemos que desafortunadamente este uso de la razón es muy raro, casi inhallable. Si la razón no capta este misterio que constituye el corazón de la realidad, el hombre cede a la tentación de entender de modo sentimental o moralista la afirmación: «La realidad es positiva», como si significara que es deseable y grata, placentera. ¿Por qué ocurre esto?
Por nuestra fragilidad y por el condicionamiento del contexto cultural y social, cuando se tropieza en una realidad que muestra un rostro negativo y contradictorio, la razón retrocede, tiembla, se confunde. Exactamente en esta situación dramática el Misterio, al entrar en la historia, vino a traer Su contribución decisiva. Cristo vino al culminar la historia del pueblo de Israel precisamente para esto: volver a despertar nuestro yo para que podamos enfrentar cualquier desafío. Cristo no se encarnó para ahorrarnos el trabajo de nuestra razón, de nuestra libertad, de nuestro esfuerzo, sino para hacerlo posible, porque esto es lo que nos convierte en hombres, que nos hace vivir la vida como una aventura apasionante incluso en medio a todas las dificultades.
En esta situación se comprende la relevancia histórica de la batalla, puesta en marcha por Benedicto XVI ante a la indiferencia general, por la defensa de la verdadera naturaleza de la razón, para «dilatar la razón», por una «razón abierta al lenguaje del ser», es decir, por un yo capaz de enfrentar cualquier desafío. Si ante el contexto actual no vivimos la realidad en su naturaleza verdadera, quiere decir que la fe no se vive en su autenticidad, no es fe cristiana. Y en ese caso la fe es inútil.