Por un amor al Ser
La JMJ en Colonia. InéditoEl texto inédito de una meditación de don Giussani difundido durante la JMJ en Colonia
El cristianismo se ha hecho real, es decir, Su presencia se ha manifestado, Su presencia se ha vuelto una evidencia. Aunque haya sido a través de un signo, es apropiado usar la palabra evidencia, porque el signo es algo que se ve, se toca y se experimenta: «Lo que hemos oído, lo que contemplamos y palparon nuestras manos, la Palabra de la vida» (1 Jn 1,1-3). Pero precisamente porque era un signo, porque sigue realizándose a través de un signo, precisamente por ser un signo, al dialogar una hora después o al día siguiente, o con otros que demuestran menos entusiasmo, o que se burlan, o que no han visto, cuando han transcurrido veinticuatro horas o un año, la evidencia puede ya haberse desdibujado y nuestra experiencia puede no percibir o acusar la Presencia de esa manifestación. La evidencia se borra y es como si hubiera desaparecido lo que se manifestó. Nuestra libertad, por tanto nuestro amor al Ser, está llamada a ponerse en juego en la interpretación del signo. En efecto, ¿por qué los Reyes Magos acamparon allí y siguieron la estrella? Siguieron el impulso que sentían en su interior al ver aquella estrella: ¿por qué? Porque estaban llenos de amor al Ser, movidos por una búsqueda real; eran pobres de espíritu, mendigos; deseaban sinceramente, buscaban deseosos: “amor al Ser”. Estaban llenos de amor al Ser, que es lo que caracteriza a los pobres de espíritu, pues el pobre de espíritu es un niño con los ojos como platos que dice «sí» a todo lo que se le presenta con evidencia.
«Oh Dios, tú eres mi Dios». Ese «mi Dios» indica nuestro reconocimiento; pero ¿reconocimiento de qué? ¿De una idea propia? ¿De haber culminado un análisis? ¿De un sentimiento propio? ¡Se reconoce algo que sucede, por tanto, algo que ha sucedido! En resumen: fue la evidencia presente en aquel signo, es decir, la evidencia reconocida, ante la que se jugó su libertad, lo que hizo partir a los Reyes Magos. ¿Qué quiere decir «les hizo partir»? Que les marcó un camino. ¿Y qué es lo que determinó el camino? ¿Qué les impulsó a caminar a lomos de los camellos, con oro, incienso y mirra, sobre las dunas, entre los arbustos, a acampar al caer la noche y levantar las tiendas para dormir o, si no tenían sueño, a mirar las estrellas? ¿Qué determinaba su camino? Haber visto la estrella de aquella manera. Tan cierto es que, aun cuando la estrella desapareció, ellos continuaron y la estrella que les acompañaba ya no era imprescindible para continuar su camino; su resplandor era una benevolencia que les guiaba, era una gloria, que les facilitaba y les acompañaba. Cuántas veces pensarían: «¡Volvamos!», cuántas veces dirían: «¡Hemos perdido el camino!» o «¡Ya no nos interesa!». El camino estaba determinado no por el estado de ánimo que tenían, ni por la opinión de ese día concreto, ni por lo que veían y oían ese día concreto, sino por lo que había sucedido. La razón del camino, el motivo del camino, lo que determinó el camino fue el acontecimiento inicial, lo que les hizo partir, y por ello era un camino fiel, en el que no podían volver atrás, porque —como decían los escolásticos— factum infectum fieri nequit, no se puede hacer que algo que ha sucedido no haya sucedido. De la misma manera el Señor ha venido y ha plantado su tienda en este mundo, y aun cuando todos los hombres se volviesen distraídos y escupieran sobre el Anuncio, ¡Él ya ha venido! Ya ha venido, ya ha acontecido ese momento que nos proporcionó la evidencia, que nos hizo experimentar que todo lo que se nos dijo cuando éramos pequeños, todo lo que dicen los curas, todo lo que hace la Iglesia tiene un significado real, ¡es verdad! De esta última observación se desprende que todo el «quid» de la cuestión, todo el peso, el peso del camino, todo se apoya sobre la gracia, sobre la gracia recibida. En nosotros hace falta tan sólo una “pequeñez” de ánimo, en el sentido que decía Jesús en el Evangelio: «Si no os hacéis como niños», pero hacerse niños inteligentes, pues su lógica es tremenda: no se es lógico, no se es coherente con uno mismo desde el punto de vista lógico si no se respeta lo que estamos diciendo. Porque no hay ningún «si», ningún «pero», ningún miedo, ninguna tentación que pueda arrebatarnos el hecho de la evidencia, que nos induzca a juzgar la pertenencia como una ilusión, que ponga en tela de juicio el presentimiento que nos hizo partir, el signo que nos cautivó. ¡Nadie nos lo puede arrebatar!
Luigi Giussani (Apuntes de una meditación sobre la Epifanía de 1973)