Paternidad y pertenencia
Palabra entre nosotrosLa intervención de Luigi Giussani en la Convención sobre "Paternidad de Dios y paternidad de la familia", organizada por el Pontificio Consejo para la Familia.
Ciudad del Vaticano, 4 de junio de 1999
"Tú has creado mis entrañas, me has tejido en el seno materno. Te doy gracias, porque me has escogido portentosamente, porque son admirables tus obras; conocías hasta el fondo de mi alma, no desconocías mis huesos. Cuando, en lo oculto, me iba formando, y entretejiendo en lo profundo de la tierra, tus ojos veían mis acciones, se escribían todas en tu libro; calculados estaban mis días antes que llegase el primero" (Sal 139,13-16).
El hombre depende, no sólo en algunos aspectos de la existencia, sino en todo: todo aquel que observe su propia experiencia puede descubrir la evidencia de una dependencia total de ese Otro que nos ha hecho, que nos hace continuamente y que nos conserva en el ser.
La Biblia describe con palabras admirables la pertenencia radical del hombre a su Creador. El Salmo 8 señala dónde radica la dignidad de la criatura: "¿Qué es el hombre para que pienses en él, el ser humano para que lo cuides? Lo hiciste poco inferior a los ángeles, lo coronaste de gloria y dignidad" (Sal 8,5s.). En el hombre se manifiesta la paternidad de Dios hacia todo el cosmos, hacia el hombre como vértice consciente y libre de lo creado.
El hombre no existía ayer, ahora existe y mañana ya no existirá: es decir, depende. O depende del flujo de sus antecedentes biológicos e históricos - y entonces será un esclavo del poder -, o depende de Aquel que está en el origen del dinamismo de todo lo real, esto es, de Dios.
La cultura moderna, que ha eliminado la tradición de nuestro horizonte de pensamiento y de acción, ha logrado destruir el valor de la pertenencia, sustituyéndola por una libertad entendida como no adhesión al Padre, que se ha vuelto así fuente de mentira.
Si existe la pertenencia a Dios, entonces es imposible no darse cuenta de aquello que Dios ha hecho antes de nosotros: el Padre que está en el cielo y el padre y la madre históricos que nos han dado la vida.
La primera pertenencia, fisiológica y socialmente hablando, es al padre. Dios se nos ha dado a través de un padre y de una madre.
Jesús de Nazaret, Hijo del Padre, muestra la paternidad infinita de Dios en cada página del Evangelio como la raíz profunda de su propio obrar en el mundo. Como, por ejemplo, el día que caminaba por los campos de Palestina junto con sus discípulos; al pasar por Naín se encuentra con un cortejo fúnebre: una viuda acompañaba al sepulcro a su hijo muerto. Jesús se acercó a ella y le habló con palabras que ningún hombre habría podido concebir en una circunstancia como aquella: "¡Mujer, no llores!", casi abrazándola con una ternura infinita. E inmediatamente después le devolvió a su hijo vivo (cfr. Lc 7,11-15).
¿Qué más pueden desear unos padres que poder mirar y tratar a sus propios hijos con esta mirada sobre lo humano, a imitación de Cristo? Y, en consecuencia, ¿qué implica el hecho de que una mujer y un hombre quieran que su unión sea "bendecida" por Cristo y se convierta en Sacramento? Implica comprender y vivir la unidad de sus personas en función del Reino de Dios y, por tanto, de la gloria humana de Cristo. La vida misma se nos ha dado para esto.
La expresión "gloria humana de Cristo" quiere indicar que el Misterio, de algún modo, se hace visible, sensible, tangible y que se puede experimentar gracias a una realidad distinta que se crea en su nombre.
La familia es el lugar de la educación en la pertenencia, en la experiencia de la paternidad y de la maternidad. En la familia, resulta evidente que el elemento fundamental para el desarrollo de la persona está en la pertenencia recíproca, conjugada, de dos factores: el hombre y la mujer.
Y es en la familia donde la verdadera pertenencia se revela como libertad: la pertenencia verdadera es libertad. La libertad, en efecto, es la capacidad de adherirse - hasta el ensimismamiento y la asimilación - a lo que nos hace ser, a nuestro Destino, cosa que se hace posible por el vínculo con Él. El primer aspecto de la libertad es afirmar un vínculo, pues de otro modo, uno no crece porque no asimila nada.
Si utilizásemos nuestra conciencia hasta el fondo, si reflexionáramos sobre nosotros mismos, no como niños, sino como adultos, ¿cuál sería la evidencia más impresionante? Que en este momento, en este instante, yo no me hago por mí mismo. Y, así, yo soy "otra cosa que me hace", soy como el borbotón de un manantial. Por ello, decir "yo" con conciencia es decir "tú" - la palabra más digna y más humana del vocabulario -, en este instante yo soy "tú que me haces".
Para educar en este sentido de la pertenencia que define a la persona humana es necesario casi un proceso de ósmosis o, usando otra metáfora, un "reflejo ejemplar". Es decir, hay educación en la pertenencia si la conciencia de pertenecer a otro es transparente en los padres. Cuando existe en los padres, esta conciencia pasa a los hijos. Pero no por medio de discursos: sin la presión osmótica, sin el "reflejo ejemplar", los discursos sólo dejan obstáculos en la conciencia del oyente, del hijo.
Así pues, ¿qué actitud hay que tener frente al hijo? La palabra dominante, en absoluto abstracta, es "gratuidad".
Se trata, ante todo, de gratitud por la concepción, es decir, de la aceptación completa de que ese hijo nos pertenece. Y, en segundo lugar, se trata de devolver ese hijo a Otro, a Quien pertenece totalmente. Hay que entregarlo de nuevo a Aquel que le constituye para que esta pertenencia conforme su personalidad. En suma, es la actitud de adhesión por parte de los padres a lo que constituye la persona del hijo: relación con el Ser, con Dios.
Recuerdo siempre una experiencia de mis primeros años de sacerdocio. Había una señora que venía a confesarse todas las semanas, pero un día dejó de venir. Cuando, transcurrido un tiempo, volvió, me dijo: "¿Sabe?, dejé de venir porque he tenido a mi segunda hija". Y antes de que yo pudiese felicitarla, agregó: "Si supiese la impresión que tuve apenas me di cuenta que salía; no pensé: "Es un varón" o "es una niña", sino: "Ya comienza a alejarse"".
Decir que el hijo se va equivale a decir que crece, que pertenece a Otro. En este proceso, la actitud original de gratuidad puede vivir la separación como una ocasión de reconocimiento de que el hijo es algo distinto (siempre distinto de como uno se lo imaginaba). Si, en cambio, decae la gratuidad, aparece el rencor y, a medida que el hijo se aleja, el rencor aumenta la soledad. Y cuando la pertenencia del hijo al padre queda encerrada en un esquema, se convierte en pretensión, en actitud recriminatoria.
Desgraciadamente, casi todo el mundo tiene hoy un concepto de familia que no implica la totalidad de los factores según el designio de Dios que nos ha dado a conocer el Señor a través de Jesús. Quien no ha oído nunca hablar de Jesús no puede pensar en una imagen de familia alternativa a la del mundo. Se pueden engendrar hijos sin ninguna conciencia de su destino, igual que un animal trae al mundo sus cachorros. No se es padre y madre por "hacer hijos", sino por educarlos después de haberlos engendrado. Por tanto, por ayudarles a caminar hacia su Destino. Si no se vive esta responsabilidad, no existe paternidad ni maternidad.
¿Cuál es el método que identifica el proceso educativo con la paternidad? El método de la experiencia: que el hijo lleve a cabo su experiencia de vida, la experiencia de su propio yo. Sólo su experiencia permite que la pertenencia a otro no signifique estar alienado y , a la vez, asegura la identidad personal, de modo que la pertenencia a otro coincida con su propia identidad.
Esta trayectoria educativa, que se llama experiencia, tiene un dinamismo propio:
a) La propuesta, es decir, la asimilación de la tradición paterna.
b) El llevar de la mano, es decir, la introducción del hijo en una realidad concreta que pueda asimilar. Este punto es el más delicado.
c) La hipótesis de trabajo. Se trata de un trabajo humano y, por ello, se refiere a una hipótesis de significado. Es asimilar las razones que tiene la tradición.
d) El riesgo, que está destinado a aumentar con el tiempo, porque la pertenencia es vínculo y responsabilidad. Por ello la propuesta, el llevar de la mano y la hipótesis de trabajo como significado deben ofrecerse y llevarse a cabo con discreción hacia la libertad y la responsabilidad que se están desarrollando en el hijo.
e) Una compañía estable, que significa fidelidad. Dios es fiel. San Pablo observa que aun cuando nosotros somos infieles, Dios permanece fiel, porque no puede negarse a sí mismo (cfr. 2Tim. 2,13). La experiencia de la paternidad en la familia se expresa como compañía segura para los hijos, como fidelidad discreta, siempre pronta a intervenir, vigilante frente a ellos. Compañía fiel, pues, hasta el perdón infinito, tal como aprendemos continuamente de la paternidad sin límites de Dios con nosotros.
Es lo que afirma en La anunciación a María el anciano padre Anne Vercors dirigiéndose a su hija Violaine: "El amor del Padre no exige restitución y el hijo no tiene necesidad de ganarlo o merecerlo; ¡como estaba con él antes del principio, continúa siendo su bien y su herencia, su recurso, su honor, su título, su justificación!" (P. Claudel, op. cit., p. 62-63; Ed. Encuentro, Madrid 1991).
(Artículo publicado, en la revista Tertium Millenium, Año III, Número 6, Julio de1999).