Otra vez, sangre copta
El autodenominado Estado Islámico ha golpeado esta vez en Libia asesinando a 21 coptos, cristianos egipcios que estaban en ese país por razones de trabajo. La minoría cristiana de Egipto es la más importante de Oriente Medio.
Con este golpe los terroristas pretenden realizar un acto propagandístico y lanzar un terrible mensaje. Hasta ahora el Estado Islámico ha conseguido hacerse fuerte en el norte de Siria y de Iraq llevando a cabo una suerte de limpieza étnica que ha provocado el éxodo de millones de cristianos y de musulmanes moderados.
Ahora el Estado Islámico golpea a los coptos en el exilio en Libia, donde existe una comunidad que busca mejorar su situación económica. Al golpear a los coptos en Libia busca dos objetivos. Hacerse presente en un país que va camino de convertirse en un Estado fallido y martirizar a aquella realidad cristiana más significativa de Oriente Medio. Los coptos por el solo mero hecho de existir cuestionan el proyecto del nuevo califato: muestran que cristianos y musulmanes pueden vivir juntos, que son posibles y convenientes las sociedades plurales.
Desde mediados de los años 70, cuando Sadat apostó por islamismo, los coptos han sufrido una discriminación creciente. La de momento fallida primavera árabe ha incrementado su persecución.
En los últimos 30 años más de 2.000 cristianos egipcios han sido asesinados. A comienzos del siglo XX obtenían un estatus de libertad casi plena y desde 1920 participaron activamente en el proyecto de construcción nacional. Nunca han querido recluirse en un gueto. Tras la salida de Mubarak del poder, la persecución y discriminación que sufre esta minoría se ha incrementado. Y como asegura Mark Lattimer, en el informe People under Threat (2014), “los grandes cambios que se han producido en Oriente Próximo y el norte de África, aunque han aumentado la esperanza de que progrese la democratización, también representan para las minorías religiosas y étnicas la mayor amenaza desde la caída de la Unión Soviética y la disolución de Yugoslavia”. De hecho, desde 2011 más de 100.000 coptos han decidido marcharse a la diáspora.
Los coptos fueron protagonistas, junto con los grupos liberales, de la revolución de 2011. Pero los Hermanos Musulmanes la secuestraron pronto y cuando Morsi llegó al poder en junio de 2012 los convirtió en objetivo de su represión. Afortunadamente el pueblo egipcio rechazó el proyecto de Morsi y de los salafistas. Si su Constitución hubiera triunfado, la minoría cristiana y la mayoría musulmana pacífica y no integrista hubieran quedado sometidas a un régimen falto de las más elementales libertades.
La llegada de Al Sisi al poder ha supuesto una cierta esperanza. Los ataques, asesinatos, quemas de iglesias y acusaciones falsas de blasfemia se han seguido produciendo. Los Hermanos Musulmanes buscan víctimas fáciles para desestabilizar el país y por eso los coptos sufren el terrorismo más que otros. Pero la nueva regulación constitucional, más dispuesta a dar libertad a los bautizados, y los pronunciamientos claros de la mezquita de Al Azhar, referente de los suníes en el norte de África, han servido para abrir una nueva etapa. Cada vez es más claro que lo que se vive en Egipto no es una guerra entre cristianos y musulmanes, sino un conflicto entre una mayoría musulmana que quiere construir un país plural y pacífico y una minoría violenta que utiliza el islam como pretexto.
El testimonio de la vida de los coptos está a la vista de todos: ni la espada, ni la sangre, ni las amenazas permanentes los separan del ideal de su vida, de Cristo. En un mundo en el que es frecuente pensar que todo es mentira y que no hay ideal que merezca sacrificio alguno, estos mártires del siglo XXI nos recuerdan que es posible la mayor de las entregas. Son gente normal, que no se separan de lo que recibieron en el bautismo.