Ojos de boxeador, corazón de santo
Nada de clerical, nada de piadoso ni de convencional, no había nada de descontado en su manera de ponerse ante los alumnos, que quedaban fascinados por el lenguaje conciso, esencial, absolutamente insólito, de su profesor con sotana, que no ocultaba que el Cristianismo es un escándalo para el mundo, pues se enfrenta con la moral más común: la moral de los virtuosos a los que no se les puede señalar ningún fallo, digamos la de los fariseos de todos los tiempos. La fascinación por don Luigi corrió de clase en clase, pronto echó raíces en unas decenas de estudiantes, algunos de los cuales se convirtieron en los difusores, los apóstoles de una compañía (término para él muy querido) que se ampliaría de manera imprevista e imprevisible. Incluso antes de conocer a don Giussani, a principios de los años ochenta, me había interesado por las razones que le hacían cosechar tantas mieses y había escuchado a algunos de sus antiguos alumnos que ya peinaban canas. Saqué en limpio que aquel cura era capaz de advertir la presencia de Jesús, de hacerla percibir y sentir, aquí y ahora; y de hacer que el cristianismo se asumiera no como una doctrina o una creencia, aunque fuerte, sino como un hecho, un hecho que deriva de un dato real, de una experiencia absolutamente ineludible, la de Jesús muerto en la cruz. La idea del cura de Desio consistía en que la evidencia del Hecho llega a ser tal si se vive en una compañía, si se participa en la libertad que se adquiere estando en compañía; es más, si se goza de la libertad que se genera al entregarse a la compañía cristiana. (…) Era lombardo, era italiano, era católico y, por lo tanto, universal. En el discurso te arrollaba con citas de los más diversos autores, de toda lengua y país. Le encantaba la música y era entendido en la materia. También la música popular. Le gustaban las canciones napolitanas, y quizá fue cosa del Señor el que, estando Giussani con unos monjes budistas, uno de ellos entonara O sole mio. Sin duda se ha ido contento por las cosas extraordinarias que ha hecho, ¡gracias a Dios!